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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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4-M. Primero las piedras, luego las balas y pronto lo peor

Si España sufre hoy las consecuencias de tener a los dos extremismos enturbiándolo todo, es porque antes hubo una causa difícil de confesar por quienes la perpetraron

Foto: Iglesias y Monasterio, en el primer debate. (Telemadrid)
Iglesias y Monasterio, en el primer debate. (Telemadrid)
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Esta campaña electoral madrileña es un paso más para convertir a los españoles en lo que no queremos volver a ser. Estamos acercándonos hacia un abismo que nuestra sociedad vive sin alarma, cada vez más dominada por el cansancio, el asco y la falta de civismo.

Da vértigo pensar que el principal motivo para impedir el regreso de los sangrientos años treinta esté fuera del nosotros, en nuestra pertenencia a la Unión Europea. Da miedo comprobar la fragilidad de la democracia, la increíble facilidad con la que los extremos están envenenando la convivencia, la creciente dificultad para hablar de política de una forma razonada no ya en las instituciones públicas sino en el interior de nuestras propias familias.

Y da pena, da una tristeza enorme, que la palabra 'equidistante' se esté convirtiendo en un sinónimo de sospechoso, como si cualquier español no tuviese el derecho -y hasta la obligación- de rechazar de plano esta llamada despreciable a alistarse en uno de los dos bandos.

Foto: Carta que recibió Iglesias.

Bandos liderados por tipos igual de mediocres y dirigidos por élites igual de pijas y de cínicas. Bandos igual de incrustados en la vida pública nacional por la insensatez del poder político y la gracia de un poder mediático irresponsable por haber renunciado a la libertad. Si España sufre hoy las consecuencias de tener a las dos versiones del extremismo enturbiándolo todo, es porque antes hubo una doble causa original muy difícil de confesar por quienes la perpetraron. Rajoy alimentó a Podemos para menguar al PSOE. Sánchez está regalando alpiste a Vox para debilitar al PP.

Y, ninguno de los dos, por cierto, plantó cara nunca al nacionalpopulismo. Por eso este encanallamiento de Madrid se parece tanto al de Cataluña. Cada vez más. Si la extrema derecha y la extrema izquierda pueden marcar la actualidad nuestra de cada día, es porque antes hubo una doble derrota ideológica propiciada por la banalidad de la generación que nació con la Constitución y la desgana de quienes nos la trajeron.

Sánchez –como Ayuso– prendió fuego al armazón moral del PSOE después de encender la misma lógica política de los populismos

En su carrera personal hacia el poder, Sánchez –como Ayuso– prendió fuego al armazón moral de su partido después de encender la misma lógica política, la misma lógica discursiva, que define a los populismos. El mismo personalismo. El mismo frentismo. Y el mismo silencio orgánico alrededor de los dos. Fueron muchos los desterrados. Pero no fueron pocos los que callaron, acobardados.

Y abriéndose camino entre la espesura del silencio, las palabras cada vez más afiladas de quienes nos dividen entre buenos y malos desde una autoridad moral postiza. Primero, las faltas del respeto de los líderes políticos populistas, televisadas y radiadas, carne de audiencia y de Twitter. Después los insultos en sede parlamentaria, que al principio llamaban la atención y ya son moneda corriente. Y ahora, cada vez más rápido, la siguiente y penúltima fase de la degradación: la violencia latente por la que vamos cayendo.

Foto: Iglesias se marcha del debate de Cadena SER.

Esto va deprisa, tanto que ni nos damos cuenta porque buena parte de la sociedad vive enganchada a la droga de diseño de la Guerra Civil. Los bandos. Las trincheras, la mayor de las desgracias. Precisamente ahora que la realidad aprieta y la desgracia tendría que unirnos como viene pasando en las demás naciones desde el principio de la pandemia. La inyección del odio cuando lo que falta son vacunas.

El estupefaciente de la polarización es tan poderoso que cada vez hace falta menos tiempo para que los yonquis demanden el efecto de una dosis mayor desde sus burbujas en las redes sociales. Pensémoslo un poco: hace unas semanas llovieron las piedras en Vallecas, hace unos días se colgaron carteles en el metro que mancillan a la verdad y manchan la dignidad de nuestra sociedad, ayer ya hubo balas sobre la mesa y faltó una condena que no debió faltar.

Lo próximo vendrá pronto porque seguimos en caída libre y no hemos tocado fondo. A ver si nos damos cuenta de que la cuestión de fondo no es si lo sucedido en el debate de la Cadena SER marca un punto de inflexión en la campaña electoral. La gravedad de la situación está en que habrá más y será peor.

Toda esta polarización de los extremos no es el resultado de ninguna calentura en la sangre, sino el producto de una frialdad de laboratorio

Sucederá no solo durante la campaña, también después. Pasará porque este odio, toda esta polarización de los extremos, no es el resultado de ninguna calentura en la sangre sino el producto de una frialdad de laboratorio. Está medido. Está calendarizado. Forma parte de una estrategia que pretende llevar la decisión de voto del campo de la racionalidad cívica al terreno de la ira personal.

La provocación de Monasterio estaba tan preparada como la marcha de Iglesias del debate. Doble 'performance'. Él, que domina mucho mejor la comunicación y tenía en este caso la razón, pudo elegir el arma de la palabra. Pero decidió que marcharse le era más rentable porque así podría ganar protagonismo en una campaña que le viene dando el papel de actor secundario.

Creer, faltando más de una semana hasta las urnas y muchos meses para las generales, que los de Vox y los de Podemos no van a buscar la escalada de agresiones es un acto de ingenuidad tan imperdonable como quedarse mirando sin más. No se agreden entre ellos. Nos hacen daño a todos. Pero estamos a tiempo. Estamos a tiempo de reivindicar algo tan básico para la especie humana como el hecho de que ser diferentes no nos convierte en enemigos.

Foto: Edmundo Bal, esta mañana. (EFE)

Estamos a tiempo de exigir lo que sí puede elegirse. Porque en nuestras manos no está la posibilidad de decidir si el mundo sufre o no sufre una pandemia, pero sí la opción de evitar que el odio convierta a nuestra democracia otra vez en un paréntesis.

Nos ha costado mucho llegar hasta aquí. Los españoles, a pesar de nuestros problemas, estamos compartiendo el mejor tiempo histórico que nunca conocimos. Cuidar todo esto, nutrirlo, hacer que nuestros hijos crezcan en un ambiente libre de agentes tóxicos, es la primera de nuestras responsabilidades.

Esta campaña electoral madrileña es un paso más para convertir a los españoles en lo que no queremos volver a ser. Estamos acercándonos hacia un abismo que nuestra sociedad vive sin alarma, cada vez más dominada por el cansancio, el asco y la falta de civismo.

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