Crónicas desde el frente viral
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Estos juegos olímpicos no deberían celebrarse
Japón, que vio en esta cita la oportunidad de contarle al mundo el relato del resurgimiento, puede salir de esta cita con la imagen de país más dañada de lo que estaba
Afortunadamente, se celebran en Tokio y no en Madrid como quisimos. Cada vez son un negocio más discutible y con menos apoyo social. Menos real. La pandemia no ha hecho sino acelerar un ocaso provocado por la acumulación de prácticas contrarias a los valores esenciales del deporte. La imagen en alta definición de los estadios faraónicos repletos de gradas vacías expresará cruelmente una evidencia: esto no tendría que haberse celebrado.
Así lo considera la mayoría de la sociedad nipona. El rechazo es tan claro que ha llenado de dudas y preocupación a los patrocinadores. Por primera vez en la historia, el evento con más potencial para elevar el respaldo a un líder político puede convertirse exactamente en lo contrario. Pronto habrá elecciones en Japón y nadie se atreve a descartar que las urnas se llenen de facturas olímpicas.
¿Ha tenido aquel gobierno otra opción? ¿Pudo impedirse? Hay quien considera que el margen no ha existido, que han estado atados de pies y manos por el COI, que los contratos firmados con esa élite extractiva han terminado siendo un baile con el diablo imposible de evitar. Así que el espectáculo debe continuar. Pero el virus, claro. El miedo al disparo en los contagios. La opinión de los científicos y el malestar del personal médico, agotados por el combate, enfadados por la exigencia de un esfuerzo adicional en un momento tan delicado como el actual. Y en la opinión pública, el contraste frente a la competición vital. ¿Para qué esta fiesta si no somos capaces de vacunarnos al ritmo necesario?
Todo puede saberse, grabarse, viralizarse y llevarse por delante el guion diseñado
Japón, que vio en esta cita la oportunidad de contarle al mundo el relato del resurgimiento tras la triple catástrofe (terremoto, tsunami y accidente nuclear), puede salir de esta cita con la imagen de país más dañada de lo que estaba porque el cambio tecnológico imposibilita controlar el relato. Ya no se puede imponer una narrativa. Fue lo que ocurrió en Brasil. Es posible que Río cambiase para siempre el caudal comunicativo del evento.
La tele ya no lo puede todo. Todos emiten. Todo puede saberse, grabarse, viralizarse y llevarse por delante el guion diseñado por el poder. Las anécdotas pueden convertirse en categorías sin que nadie lo haya previsto. Los errores organizativos pueden agrandarse en la retina del público hasta proporciones insospechadas. Los escándalos, cualquier escándalo por pequeño que sea, puede quebrar el más trabajado de los planes.
Los juegos olímpicos han dejado de tener la potencia simbólica que antes tuvieron porque el cambio tecnológico atomiza y ensucia los flujos de información. En términos de gran campaña de comunicación, han dejado de ser una inversión de riesgo controlable. Ya no son un simple escaparate deportivo para la venta de los atributos deseados del país. En 2016 pudo verse la trastienda brasileña: el daño ambiental, la situación de las comunidades indígenas, la pobreza, el rastro de la corrupción, la represión. Ahora, todavía más que entonces, emergerá el problema del racismo, la expresión del machismo, la homofobia, la carga de odio que contienen todos los nacionalismos...
Quienes defienden esta celebración de los juegos sostienen que a pesar de todo quedan destellos valiosos para nuestra especie. Muestras de solidaridad y grandeza. Espíritu de superación, capacidad de sacrificio y colaboración. Es un argumento respetable. La construcción y la caída de héroes que veremos en las próximas semanas lleva acompañándonos como una brújula desde la noche de los tiempos.
Sin embargo, cabe preguntarse si ese razonamiento no tiene más recorrido; si es posible que apreciemos otras formas de heroísmo que también pueden inspirar a todas las generaciones. Expresiones que a lo mejor no nos acercan a los dioses, pero que nos aproximan más al sentido del ser humano. Una médico, un policía o una profesora, cualquier servidor público, merece el mismo reconocimiento que reciba el mejor de los atletas.
Habrá quien considere que hay ingenuidad en ese deseo. Quizá lo ingenuo sea lo contrario, este seguir como estamos. Y no plantear, críticamente, si de verdad hay decencia y rentabilidad en este negocio. Por algo será que cada vez se presentan menos candidaturas para celebrar los juegos. Un reciente estudio de la Universidad de Oxford concluye que, como media, desde los celebrados en 1960, el gasto final ha superado al previsto en un 172%. El presupuesto fijado para Tokio fue de 12.600 millones de dólares; los expertos apuntan a que la barrera de los 20.000 ya ha sido ampliamente superada. Convendría además añadir el coste de mantenimiento que las grandes estructuras requerirán en el futuro.
Los canales de televisión aportan cerca del 73% del presupuesto del COI
Respecto a los beneficios: el turismo está desactivado, la venta de entradas ha quedado reducida a cero y las ventas de merchandising se quedan en el 10% de lo que contemplaban las previsiones. Toyota, la empresa más valiosa del país, ha anunciado que no emitirá anuncios vinculados al evento. Veremos qué ocurre con el resto de patrocinadores. Y también con las audiencias, no parece aventurado anticipar que la ausencia de público dañará al atractivo del espectáculo. Más todavía cuando faltan titanes de la talla de Usain Bolt o Michael Phelps.
Es probable que buena parte del futuro del movimiento olímpico se juegue precisamente ahí, en la respuesta del público. Los canales de televisión aportan cerca del 73% del presupuesto del COI. Una organización que solo ha tenido nueve presidentes en 125 años, que no ha dudado en premiar a regímenes autoritarios y parece acostumbrada a convivir con la corrupción.
Si no hay cambios, la voracidad del COI terminará devorando a la gallina de los huevos de oro. La transformación tecnológica, el cambio en el sistema de valores y la toma de conciencia de los deportistas están provocando que la reforma resulta inevitable. ¿Hacia dónde? Ese es el territorio de la incertidumbre y en caso de duda lo mejor es regresar al origen. ¿Cuándo? El modelo está emitiendo señales de fatiga como espectáculo, está lejos de ser económicamente rentable y ya no garantiza votos. En menos de una generación. Tokio puede terminar de acelerar lo insostenible.
Afortunadamente, se celebran en Tokio y no en Madrid como quisimos. Cada vez son un negocio más discutible y con menos apoyo social. Menos real. La pandemia no ha hecho sino acelerar un ocaso provocado por la acumulación de prácticas contrarias a los valores esenciales del deporte. La imagen en alta definición de los estadios faraónicos repletos de gradas vacías expresará cruelmente una evidencia: esto no tendría que haberse celebrado.
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