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¿Por qué no se habla del chasco español en Tokio?
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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¿Por qué no se habla del chasco español en Tokio?

Desazona pensar que el éxito de Simone Biles habría conllevado más invisibilización, más inacción y dosis todavía mayores de dolor. Gobernar a golpe de tuit es lo que tiene, es gobernar sin corazón

Foto: Nikoloz Sherazadishvili combate contra Davlat Bobonov. (EFE)
Nikoloz Sherazadishvili combate contra Davlat Bobonov. (EFE)

Para empezar, porque es pronto. Apenas se ha cumplido una semana y queda por delante buena parte de lo más promisorio, sobre todo el tramo decisivo de las competiciones por equipos que es donde nuestro país sobresale. Hay, por lo tanto, margen para una recuperación de mínimos. Sin embargo, parece claro que la primera mitad de los juegos está dejándonos un sabor bastante amargo, un aire demasiado cercano al de la decepción.

Las previsiones más pesimistas apuntaban a 14 medallas para nuestro país, las más optimistas hasta 24. En el momento en que escribo, España lleva tres y no está entre las 40 naciones más laureadas. Los últimos días han venido siendo una especie de travesía del desierto acentuada por la indiferencia general del público español. Normal. Desde hace años, estamos instalados en un clima muy poco propicio a las alegrías colectivas. La impresión de que formamos parte de un conjunto se nos viene desdibujando con el sumatorio de crisis que enfrentamos. Las diferentes expresiones de oportunismo que sufrimos —polarización incluida, pero no solo— están acrecentando el desapego.

Normal la distancia, también, porque el horario en Tokio es contrario al de nuestro ritmo de vida, porque ha llegado el verano y con él esta comprensible necesidad psicológica de suspender la realidad que nos aleja de las pantallas y nos saca de las casas, porque la falta de espectadores le está restando atractivo al espectáculo, porque sin Bolt y Michael Phelps no hay titanes en este encuentro y si faltan héroes cae el interés. Más todavía cuando la fórmula de este encuentro parece agotada y cada ciclo deja más muestras de prácticas tan dañinas como el doping, los abusos y los maltratos, o la corrupción.

El desempeño de la delegación española está muy por debajo de las expectativas

Y normal, además, porque lo más interesante hasta ahora ha pasado fuera de la pista. Nota al margen: clama al cielo que la retirada de una gimnasta por problemas de ansiedad pueda llevar al gobierno de nuestro país a preocuparse por la urgencia de la salud mental. Las señales de emergencia llevan aquí encendidas desde el comienzo de la pandemia. Desazona pensar que el éxito de Simone Biles habría conllevado más invisibilización, más inacción y dosis todavía mayores de dolor. Gobernar a golpe de tuit es lo que tiene, es gobernar sin corazón.

Pero centrándonos únicamente en lo deportivo. Hay consenso en que el desempeño de la delegación española está hasta el momento muy por debajo de las expectativas. Y ese hecho tendría que servirnos al menos para reflexionar sobre lo que nos está ocurriendo como colectivo. Sobre el papel existen algunas correlaciones claras con el éxito olímpico. Se sabe, por ejemplo, que las naciones con más población reúnen más opciones de saque. Está demostrado que el PIB, sobre todo en su cálculo per cápita, es un fiable indicador de cara al medallero.

Los países con autocracias o economías planificadas suelen tener más opciones de subir al pódium porque el deporte dopa la posibilidad de vender prestigio y azuzar el nacionalismo (pronto podremos añadir en esta categoría a las sociedades sometidas por el populismo). Incluso el papel de la religión acaba teniendo resultados olímpicos: la presencia de mujeres se restringe en los regímenes islamistas y eso divide entre dos sus probabilidades.

Foto: Niko Sherazadishvili, llorando tras su derrota. (EFE)

Todo lo apuntado hasta ahora podría incluirse en una especie de categoría de "factores macro" dentro de la que España no saldría precisamente mal parada, si acaso algo perjudicada por la decadencia general de occidente y el traslado del futuro hacia las costas del Pacífico. Pero sigamos… Improvisando, podríamos dibujar una segunda categoría ya más específica, más local. Históricamente, ser el país que aloja a los juegos eleva la cosecha de metales antes, mientras y después.

A su vez, la tradición en algunas disciplinas pesa porque con el pasar de las distintas generaciones va construyendo cantera e infraestructura. Otros factores, como la presencia de la mujer en la vida pública o la integración de las segundas y terceras generaciones de migrantes, ayudan a comprender los motivos que explican el éxito deportivo que escapan a los caprichos marginales del destino.

Un debate sobre el estado del deporte podría comenzar por señalar lo que ya se sabe

Vistas así las cosas, España tendría que estar a estas alturas donde todavía no está: en la zona de la clase media —más bien alta del deporte mundial. Pero algo nos pasa, un enigma al que no hallamos solución siguiendo los indicadores ortodoxos. Un misterio sobre el que no hablamos porque no permite decir sin más que todo esto es porque Sánchez ha entregado España a los que quieren romperla, o porque corremos el peligro de que Abascal nos devuelva a los años oscuros del fascismo.

Un debate adulto sobre el estado del deporte en nuestro país podría comenzar por señalar lo que ya se sabe en el resto de ámbitos de nuestra vida en común. Llevamos una década perdida en un tiempo hipercompetitivo, sin pactos ni reformas, años de estancamiento en los que las élites políticas conciben el entramado de lo público como una oportunidad para que sus partidos se comporten como agencias de colocación en lugar de cómo agentes de transformación.

¿A quién nombró Rajoy Director de Deportes en 2016? A Jaime González Castaño, su ayudante personal, un diplomático. ¿A Quién puso Sánchez al frente del Consejo Superior de Deportes? A Irene Lozano. ¿Quién es su Ministro de Cultura y Deportes de Sánchez? Iceta. Así son las cosas. Desde hace años, bajo el PP como bajo el PSOE, los cargos políticos vinculados al deporte forman parte de una pedrea en la que el nombramiento responde más a la cercanía al líder que al conocimiento del área. Nada nuevo bajo el sol.

placeholder Juegos Olímpicos en Tokio. (EFE)
Juegos Olímpicos en Tokio. (EFE)

No es lo más grave que nos ha pasado. No es la mayor de nuestras urgencias. Pero es lo que puede verse ahora enTokio: nuestro país sigue sin haber tendido una red suficientemente amplia de deporte de base, el entramado normativo no permite que se generen sinergias entre el sector público y el sector privado, la búsqueda de la excelencia, el respaldo al sacrificio, la cultura del esfuerzo no recibe aliento desde el poder político.

No hablamos de lo que ocurre en Tokio porque no nos interesa demasiado, porque estamos cruzando los dedos a ver si al final esto mejora un poco. Y, sobre todo, porque nos obliga a fijarnos en que España está atascada en un océano de banalidad mientras el resto de naciones aprietan y nos van dejando atrás. Las décadas perdidas conllevan eso, que los demás te ganen. Normal.

Para empezar, porque es pronto. Apenas se ha cumplido una semana y queda por delante buena parte de lo más promisorio, sobre todo el tramo decisivo de las competiciones por equipos que es donde nuestro país sobresale. Hay, por lo tanto, margen para una recuperación de mínimos. Sin embargo, parece claro que la primera mitad de los juegos está dejándonos un sabor bastante amargo, un aire demasiado cercano al de la decepción.

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