Crónicas desde el frente viral
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Elecciones alemanas: lo imposible se hace probable
Los vuelcos electorales no suelen comprenderse reduciéndolo todo a una única explicación, requieren la convergencia de más múltiples factores. La música del azar histórico
La salida del poder siempre es traumática. Más para las organizaciones políticas acostumbradas a mandar: la CDU ha gobernado cinco de las siete décadas de la democracia alemana. Y todavía más cuando el puesto de liderazgo ha quedado vacío: Merkel lleva 16 años al frente de su país y de su partido. Hace unos meses no parecía posible que los conservadores pudieran ser derrotados. Ahora resulta viable, crecientemente verosímil, que los socialdemócratas alcancen la victoria. ¿Qué ha pasado para que lo impensado se haga probable?
Los vuelcos electorales no suelen comprenderse reduciéndolo todo a una única explicación, requieren la convergencia de más múltiples factores. La música del azar histórico. A lo largo de este texto, trataremos de aproximarnos a tres de las causas que laten bajo este cambio que podría ser histórico.
Primer motivo: la fatiga de materiales. Merkel abandonará la política con un respaldo de la opinión pública que ya querría para sí cualquiera de los competidores del próximo 26 de septiembre. Arrasa.
Sin embargo, las encuestas apuntan dos indicadores que nos ayudan a desvelar lo ocurrido. Dos sorpasos. La valoración de la CDU viene descendiendo y la del SPD subiendo. Los dos partidos forman parte de la coalición gobernante, pero los primeros parecen menos satisfechos con su gestión que los segundos. ¿Por qué?
Porque los socialdemócratas designaron a su candidato hace más de un año y han tenido tiempo para formular la combinación necesaria de cambio y de continuidad. No se han escorado hacia la izquierda, se han dirigido al centro ofreciendo estabilidad, rentabilizando mejor su gestión y ofertando una promesa de país más contemporánea que la de sus adversarios. Sin locuras pero con ambición. Ahora parecen predecibles y además resultan deseables.
Con los conservadores viene sucediendo exactamente lo contrario. La pandemia, el cambio climático y la integración social son los tres primeros problemas que señala la sociedad alemana. Hay mayor demanda de intervención estatal. No hay muestras importantes de malestar social. Pero sí es clara la percepción de agotamiento del proyecto político anterior. Sin renovación ideológica es difícil acompasarse a la demanda de la nueva época que se está abriendo.
El desgaste electoral, por cierto, también viene afectando a los verdes. Fueron favoritos. Ya nadie les da nada que no sea la tercera posición. Vienen sufriendo una severa crisis de confianza que tiene bastante que ver con su liderazgo y que no son capaces de atajar. Puede argumentarse que están tocando fondo, la brecha generacional también existe en Alemania. En cualquier caso, el horizonte de poder les resulta promisorio.
Segundo factor: la diferencia en el comportamiento de las élites orgánicas. Por muy grandes que sean las dificultades, los partidos históricos —y el SPD está entre los principales— cuentan con un gen más que los demás. Ahora está activado.
Después de una larguísima travesía en el desierto, los cuadros socialdemócratas alemanes han sido capaces de unirse sin que se les haya impuesto el cesarismo; esto es, sin masacrar talentos y voluntades. Fueron capaces de unirse por encima de las diferencias ideológicas mucho antes de tener opciones en esta carrera. Ahora llega el tramo final, lo previsible es que esa máquina vaya a más.
Aquí también la CDU ha funcionado al revés. El relevo de Merkel se dirimió entre Söder y Laschet. La decisión racional era elegir al primero, es más competitivo como comunicador y cuenta con mejores atributos de la gestión. Sin embargo, los jerarcas hicieron lo que hacen todas las direcciones políticas crepusculares: optar por el más mediocre, por el más fácil de controlar.
Se equivocaron y las consecuencias no han tardado en llegar. Las bases y los cargos intermedios del partido conservador han venido bajando los brazos según venía subiendo la marejada. Las terminales orgánicas de la organización conservadora están a medio gas. Laschet está sufriendo en carne propia uno de los descubrimientos de Maquiavelo: no basta con que te teman, tienen también que quererte. Nadie le teme. Y nadie le quiere.
Tercera razón: el contraste de liderazgos. En Alemania está bien visto no ser divertido, más todavía cuando lo que está en juego es la dirección del país. Y si hay alguien aburrido es Scholz. Ministro de Hacienda. Toda la vida haciendo política y austero hasta el desespero. Maduro. Protestante. Poco amigo de los adjetivos. Puro establishment. En definitiva, creíble.
Por eso funciona como inhibidor e incluso como opción digerible para el otro lado del espectro político. Los votantes de centro derecha no le temen y tampoco le odian. No pocos de ellos se desmovilizarán y más de uno le votará.
La genialidad estratégica de la campaña que se ha articulado en torno a su personalidad —más que respecto a las siglas del partido o al ideario socialdemócrata— radica en la racionalidad política. Si la pregunta es quién puede sustituir a quien se va, la respuesta 'made in Germany' es su propio ministro de finanzas. Convertir a Scholz en el heredero material y hasta simbólico de Merkel es lo que ha dejado al candidato de Merkel sin su territorio natural.
Una brillante paradoja que el propio Laschet viene alimentando para desesperación de sus correligionarios de la CDU. Cuesta imaginarse a Merkel dando volantazos en una campaña electoral, cambiando el tono y los contenidos. Cuesta porque seguramente nadie como ella ha demostrado que la fiabilidad política se construye emitiendo certidumbre y evitando errores.
La mayor de las equivocaciones de Laschet, el punto que marca un antes y un después para sus posibilidades, fue un error forzado que sigue incrustado en la mente colectiva porque supone un cortocircuito emocional con toda la etapa que venía encarnando la CDU. Sucedió en las inundaciones de este verano, allí se le vio reír y aquello no será fácilmente olvidado.
Tiempo tendremos para ver si hay margen para su remontada, lo contaremos. Es verdad que cada vez es mayor en todos sitios el número de votantes que decide su voto en el tramo final de la campaña. Y también es cierto que Merkel podría prestar un último y descomunal servicio a su partido echándose la campaña sobre sus espaldas.
Mientras tanto, aquí dejo mi pronóstico. 9 sobre 10 de que haya coalición con los verdes dentro. 7 sobre 10 de entrada de los liberales en el gobierno. 6 de que la primera plaza acabe en manos del SPD. Nada de esto parecía posible hace unos pocos años. El mundo está cambiando mientras los españoles nos gritamos.
La salida del poder siempre es traumática. Más para las organizaciones políticas acostumbradas a mandar: la CDU ha gobernado cinco de las siete décadas de la democracia alemana. Y todavía más cuando el puesto de liderazgo ha quedado vacío: Merkel lleva 16 años al frente de su país y de su partido. Hace unos meses no parecía posible que los conservadores pudieran ser derrotados. Ahora resulta viable, crecientemente verosímil, que los socialdemócratas alcancen la victoria. ¿Qué ha pasado para que lo impensado se haga probable?