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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Putin es predecible y nosotros tendremos que hacer más

Pido que los esfuerzos diplomáticos no terminen. Pero insistir en la diplomacia no puede significar que abandonemos a los inocentes frente a los agresores

Foto: Vladímir Putin. (Sean Gallup/Getty Images)
Vladímir Putin. (Sean Gallup/Getty Images)
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Sabemos cuál será el próximo paso de Putin porque es un criminal de guerra. La llegada de lo peor apuntada por Macron no tendría que sorprendernos. Chechenia o Siria son antecedentes que se replicarán en Ucrania. Esta guerra ha entrado en una fase que será devastadora por indiscriminada. El horror está escalando y no se puede sostener que bastará con hacer lo que ya está hecho. Tendremos que dar más pasos.

La primera semana nos ha dejado a los occidentales una mezcla de sensaciones. Creemos que a Putin no le van bien las cosas y probablemente sea verdad en parte. Da la impresión de que el Kremlin ha sobrevalorado sus fuerzas e infravalorado las del adversario.

Hemos visto problemas de suministro, también algunas muestras de baja moral en las tropas rusas. Y, en cierto modo, lo hemos celebrado con el clásico sentido de superioridad occidental que está ahora mismo fuera de la realidad.

Foto: Imagen: L. M.
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La historia recordará la heroica resistencia de la población ucraniana. Sin embargo, nosotros parecemos olvidar que los problemas logísticos del invasor son una cosa y la potencia de fuego, otra distinta. Putin no tiene escrúpulos, pero sí cuenta con un arsenal capaz de arrasar cualquier lugar.

Lo vimos en Grozni cuando la guerra de Chechenia —las Naciones Unidas calificaron a esa capital como la ciudad más destruida del planeta— y lo volvimos a ver después en Aleppo. Mucho me temo que el paisaje de las ciudades ucranianas se parecerá pronto al de las apocalípticas calles sirias. Y, sinceramente, no alcanzo a ver si hay alguna manera de impedirlo. Me duele escribirlo, pero es así.

Creemos que occidente está reaccionando bien. Y también es verdad, en parte. Es bueno que no estemos mirando hacia otro sitio como hicimos otras veces, que nos unamos y nos coordinemos como no lo hemos hecho nunca, que tomemos medidas sin precedentes. La pregunta es si con esto bastará.

En algún momento tendremos que comprender que las multas no frenan a los tanques

Nos hemos convencido de que las sanciones económicas, el castigo a los oligarcas y el posible malestar de la población rusa pueden terminar derrocando a Putin. Cabe preguntarse si esto es una estrategia o un ejercicio de pensamiento mágico.

Las sanciones económicas no son nuevas, se han aplicado antes con la intención de poner en aprietos a otros gobiernos problemáticos. No han servido para tumbar a ninguno. Castro y Chaves murieron en el poder. Irán sigue en las garras del extremismo. Y Corea del Norte más de lo mismo.

En algún momento tendremos que comprender que las multas no frenan a los tanques, que los dirigentes criminales ven en el sentimiento de la población no un problema, sino una herramienta adicional para perpetuarse en el poder.

Foto: Mural con la imagen de Vladímir Putin como Voldemort en Polonia. (EFE/Jakub Kaczmarczyk)

Claro que es necesario castigar a los oligarcas porque sus negocios son turbios y porque sus cuentas son opacas. Pero considerar que esos multimillonarios vayan a plantar cara al Kremlin es apostar a una fantasía. Estos tipos tienen un negocio y tienen un proveedor y, desde luego, tienen menos miedo a nuestra ley que al castigo de Putin.

Calculamos que el malestar por la economía llevará a la población rusa hacia algo parecido a un alzamiento popular. Pero se nos olvida que allí nunca han conocido lo que es el bienestar. Es más probable que nosotros nos quejemos más por lo que cueste llenar el depósito, que ellos levanten la voz porque les falte una comida.

Primero, porque les falta información. Porque no hay libertad de prensa en Rusia. Y segundo, porque Putin tiene en sus manos el aparato represor más potente del mundo. China puede tener un sistema de vigilancia mejor, pero en Moscú llevan más de cien años espiando, persiguiendo, encarcelando, torturando y asesinando disidentes.

Estamos ya en la segunda semana de guerra y seguimos sin asumir que Putin va con todo, dispuesto a perpetrar cualquier atrocidad contra la humanidad, sin descartar el recurso al armamento nuclear —por ejemplo, el que llaman táctico—.

¿Daremos la talla? ¿Pondremos techo, cama y tres platos al día a quienes hoy llamamos valientes?

Nos parece que Zelenskyy es un héroe, pero no le estamos escuchando. Preferimos no saber lo inevitable, que pronto tendremos que hacer más.

Pido al destino que no llegue el momento en que la atrocidad de Putin ponga a prueba nuestros estómagos, que no veamos las imágenes que nos sitúen ante la ineludible obligación moral de entrar en el conflicto o la opción de degradarnos como sociedad.

Pido que la solidaridad que hoy sentimos aquí, bastante más tibia que en otras naciones, no termine resultándonos efímera. El número de refugiados va por un millón, las estimaciones calculan que se llegará hasta los cinco. ¿Daremos la talla? ¿Pondremos techo, cama y tres platos al día a quienes hoy llamamos valientes?

Pido que los esfuerzos diplomáticos no terminen. Hay que insistir, porque hay que mover a China, que es una pieza central en esta partida tan siniestra. Pero insistir en la diplomacia no puede significar que abandonemos a los inocentes frente a los agresores. La soberanía de un país democrático está siendo violada, el derecho a defenderse existe y para que los ucranianos puedan defenderse hacen falta armas, empezando por las nuestras.

Foto: Visita de Macron al Kremlin el pasado 7 de febrero. (EFE/Kremlin/Pool/Sputnik)

Y pido coherencia. Pido que no le paguemos a Putin la factura de la guerra de Ucrania y las que pueden venir después comprando petróleo y gas ruso. Ya sé que tenemos dependencia energética, que hay muchos intereses en juego. Todo eso es cierto.

Pero también es verdad que Europa entera, toda nuestra civilización, está cruzando un umbral que nos devuelve a otra hora oscura. La apertura del debate sobre el embargo a la energía rusa tendría que estar ya sobre la mesa. Y nuestras poblaciones tendrían que estar dispuestas a asumir las duras consecuencias que provocaría sobre un modo de vida que Putin está amenazando existencialmente.

La democracia nos ha traído niveles de bienestar nunca antes vistos en la historia. Es posible, es necesario, que la única manera de defenderla y de defendernos sea renunciar a tanta comodidad. No es el peor de los sacrificios que pueden afrontarse en esta época. Pero es lo que nos toca.

Sabemos cuál será el próximo paso de Putin porque es un criminal de guerra. La llegada de lo peor apuntada por Macron no tendría que sorprendernos. Chechenia o Siria son antecedentes que se replicarán en Ucrania. Esta guerra ha entrado en una fase que será devastadora por indiscriminada. El horror está escalando y no se puede sostener que bastará con hacer lo que ya está hecho. Tendremos que dar más pasos.

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