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La doble muerte de Volodímir Zelenski
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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La doble muerte de Volodímir Zelenski

Puede que la niebla de guerra nos impida ver que esta invasión parece desarrollarse en dos campañas y que ninguna de las dos va mal del todo para el agresor

Foto: Volodímir Zelenski. (EFE/EPA/Andrzej Lange)
Volodímir Zelenski. (EFE/EPA/Andrzej Lange)
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En esta guerra hay un héroe. Alguien que decidió lo que ninguno de nosotros habría elegido. Pudo irse pero se quedó. Y al hacerlo quebró los planes del Kremlin. Su ejemplo da vida a la resistencia interna y a la atención internacional. Por eso es el objetivo número 1 de Putin, el as de la baraja. No sabemos cuánto nos queda de él. Y tampoco qué llegará antes: la bala enemiga o nuestro olvido.

Habituados como estamos a la sociedad de la inmediatez, no terminamos de comprender que los tiempos de la guerra son distintos, que las invasiones no llegan como vienen los 'riders'. Es posible que estemos cometiendo el mismo error que achacamos al adversario, puede que también nosotros estemos infravalorando las fuerzas del contrario.

Acostumbrados como estamos a la comunicación en pequeños estímulos, confundimos la lluvia de anécdotas con la evolución de los acontecimientos. Dudamos poco. Pero es probable que también estemos sobrevalorando las opciones ucranianas, ese desempeño que consideramos propio desde nuestros sofás de clase media.

Puede que la niebla de guerra nos impida ver que esta invasión parece desarrollarse en dos campañas y que ninguna de las dos va mal del todo para el agresor.

Veremos la potencia de fuego imponiéndose hasta que no quede en Kiev piedra sobre piedra. La táctica de la brutalidad

En el sur, las fuerzas de Putin avanzan más rápido que el ejército norteamericano en Irak durante 2003. Ese es el dato. Es un hecho que ya están cerca de cerrar a Ucrania su salida al mar.

En el norte el éxito parece menor. Sin embargo, a pesar de las dificultades operativas, se está cerrando la tenaza en torno a Kiev. Las fuerzas se agrupan y se reorganizan. Las estimaciones no dan demasiado tiempo hasta que el cerco a la capital sea completo. Y lo más importante: hoy nadie ve la marcha atrás.

Quedan tropas por entrar —rusas, chechenas y ya veremos si bielorrusas—, queda un arsenal ilimitado por desplegar, y no queda ni el más mínimo asomo de escrúpulo en el alto mando ruso. La consigna es a sangre y fuego. Como en Grozni, como en Alepo. Veremos la potencia de fuego imponiéndose hasta que no quede en Kiev piedra sobre piedra. La táctica de la brutalidad.

Y, frente a ella, la estrategia occidental de la factura. Nuestro objetivo no consiste en salvar a Ucrania, sino en imponer a Putin un desgaste tan grande que le impida continuar más allá de esas fronteras y que, eventualmente, después lo fuerce a recular.

La tragedia de nuestro héroe puede ser todavía mayor, porque antes de la bala puede caer nuestro desdén

Visto sobre el papel es un planteamiento racional. Visto sobre el terreno es un fracaso moral. Resulta crudo expresar la cruda realidad: necesitamos que el sufrimiento de la población ucraniana dure más. Para eso los estamos armando. No para ganar, sino para aguantar.

Y los ucranianos parecen decididos a resistir. ¿Cómo podrán recibir más armas cuando la ciudad esté sitiada? ¿Hasta dónde puede llegar la carnicería? Nadie lo sabe. La única certeza es que no hay teatro de operaciones más difícil y duradero que el de la guerra calle a calle.

Mientras todo parece encaminado a ese escenario, se redobla el dilema para Zelenski. Si elige la bala, entregará un mártir a su país. Si elige el exilio, conservará la vida. Haga lo que haga, nadie podrá juzgarle por su trágica decisión.

Sucede, sin embargo, que la tragedia de nuestro héroe puede ser todavía mayor, porque antes de la bala puede caer nuestro desdén.

Esto de vivir encadenados a la constante necesidad de estímulos nuevos hace que nos cansemos demasiado pronto de todo

Hoy le miramos y todavía nos parece una versión mejorada de nosotros. Defiende los valores que decimos compartir y nos admira que esté dispuesto a jugársela por defenderlos. Nos emociona porque en el fondo sentimos que no estamos dispuestos a sacrificarnos demasiado. Los héroes tienen también la función de llamar a las puertas de la conciencia, parte de su condena también va escribiéndose por ahí.

Hay algo íntimamente desagradable en esa diferencia. Allí bombardean los hospitales y se vienen arriba. Aquí bajar la temperatura de la calefacción nos parece un poco degradante. Ver a millones de personas atravesando la frontera, casi sin pertenencias, no pone nuestro materialismo en perspectiva, pero sí nos hace más temerosos.

Aunque sea de una manera algo impúdica, humana en el fondo, sostenemos aún la mirada frente lo que Sontag llamó "el dolor de los demás". Habrá que ver cuánto aguantamos porque vivimos en una sociedad que sufre desde hace tiempo un grave déficit de atención.

Esto de vivir encadenados a la constante necesidad de estímulos nuevos hace que nos cansemos demasiado pronto de todo. Tanto, que el contraste entre las incógnitas fundamentales de esta guerra resulta insoportablemente expresionista: allí la cuestión es cuánto le queda a la resistencia, aquí la pregunta es cuándo comenzará nuestro desinterés.

Los criminales de guerra ponen a prueba los fundamentos de la civilización llevando la barbarie hasta más allá de los límites

Mucho me temo que no hará falta el tercer canto del gallo. Quizá exista otra unidad para medir el tiempo mientras la indiferencia disuelve la memoria. Puede que tres depósitos de gasolina basten para que muchos de los que hoy decimos que Zelenski es un héroe, terminemos afirmando que lo mejor es que Putin se quede con Ucrania y ya está. La otra muerte del héroe y a otra cosa.

Mi temor a la indolencia nuestra no es el fruto de un pesimismo antropológico sino el resultado de una experiencia que sigue abierta. Nos hemos hartado de la pandemia antes de que haya terminado. Y creo que haríamos bien en reconocer que la fatiga puede venirnos a lomos de la guerra como lo hizo antes con la peste.

Los criminales de guerra ponen a prueba los fundamentos de la civilización llevando la barbarie hasta más allá de los límites. Cada vez que ocurre, tenemos que afrontar decisiones dolorosas, arriesgadas con frecuencia, casi nunca garantizadas.

Yo no estoy completamente seguro de que debamos evitar la entrada en el conflicto a toda costa, pero entiendo el riesgo existencial de una escalada.

Hay algo 100% seguro. Si la atención individual cae, si la opinión pública decae, lo hará la labor de los gobiernos

Tampoco estoy completamente seguro de que debamos evitar el tremendo coste que tendría para nuestras economías el embargo energético completo a Rusia, pero entiendo el riesgo sistémico de la desconexión.

Esas son elecciones duras y complejas. Las hay menos difíciles y más al alcance de cada uno. Y también son útiles. Nadie pide que seamos héroes. Nada nos obliga a cansarnos. Pero hay algo 100% seguro. Si la atención individual cae, si la opinión pública decae, lo hará la labor de los gobiernos. Y cuando eso pase, ¡ay amigo!, si eso nos pasa, se terminó.

Se acabó porque habrá caído el telón y la tragedia dejará al héroe y a las víctimas, saldrá del olvido para incrustarse en el público.

En esta guerra hay un héroe. Alguien que decidió lo que ninguno de nosotros habría elegido. Pudo irse pero se quedó. Y al hacerlo quebró los planes del Kremlin. Su ejemplo da vida a la resistencia interna y a la atención internacional. Por eso es el objetivo número 1 de Putin, el as de la baraja. No sabemos cuánto nos queda de él. Y tampoco qué llegará antes: la bala enemiga o nuestro olvido.

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