Crónicas desde el frente viral
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Las nuevas reglas del conflicto social
Desde 2008, los españoles hemos visto crisis de todos los colores. Pero no reformas. Ahora estamos endeudados hasta las cejas y no hay dinero en la caja
Las movilizaciones de estos días demuestran que algo ha cambiado sin que nos diésemos cuenta. Los sindicatos y los partidos progresistas, las organizaciones que tradicionalmente vehiculaban el malestar social, han quedado desfasadas por una forma de descontento que no responde a la lógica anterior. La protesta sobre ruedas de aquí no es un caso aislado. Ocurrió lo mismo en Canadá hace unas semanas, cuando los camioneros se rebelaron frente a la exigencia de la vacuna. Y lleva pasando desde años en Francia con los chalecos amarillos. ¿Qué está pasando?
Bajo la negra nube de la polarización política llevamos bastantes años reflexionando sobre las líneas de división que fracturan la sociedad. Prestamos atención a la brecha generacional y a la de género, a la división entre digitales o analógicos, entre urbanos o rurales, entre quienes tienen un mínimo de seguridad económica y quienes se saben precarios. Quizá exista otra distinción más útil para empezar a comprender parte de lo que está ocurriendo estos días.
El propio concepto de propiedad se está alterando. Ya no poseemos lo que queremos, ahora lo que tenemos es el acceso
Si algo caracteriza nuestro tiempo histórico, tan marcado por la implantación de lo digital, es el auge de lo virtual. Podemos apreciarlo claramente al consumir: cada vez compramos más cosas que no se pueden tocar. Es más, pagamos por productos que ni siquiera se pueden guardar. El propio concepto de propiedad se está alterando. Ya no poseemos lo que queremos, ahora lo que tenemos es el acceso.
Y esa transformación está modificando el mercado de trabajo a una velocidad que biográficamente resulta difícil de asumir. El número de personas que dedica su tarea a producir bienes intangibles, inmateriales, es cada vez mayor. En esa categoría estamos “los virtuales”.
Lamento no recordar dónde leí esta idea, ni qué recorrido hice hasta dar con ella
Somos los que no necesitamos mucho más para trabajar que un ordenador portátil, los que pudimos trabajar en casa cuando llegó la pandemia. Otros no pudieron. Otros se quedaron en casa porque sus centros cerraron o siguieron currando encargándose de la realidad. Ellos son "los concretos". Lamento no recordar dónde leí esta idea, ni qué recorrido hice hasta dar con ella. El caso es que la crisis sanitaria hizo que la distinción entre "virtuales" y "concretos" emergiese y el doble tirabuzón de la crisis económica —covid y guerra— la está exacerbando.
Quienes se están movilizando ahora no son los parias de la tierra. No son obreros, pero son gente trabajadora. No tienen la extracción social, ni el nivel socioeconómico, ni la raigambre política, de quienes han venido protagonizando los episodios más agitados de la historia de los movimientos sociales de nuestro país. Este malestar que nos está brotando proviene de quienes trabajan con sus manos en el ámbito de la realidad. Son, entre otros, los agricultores, los transportistas, los autónomos y los pequeños propietarios.
Pero aquí surge la típica paradoja de nuestra época: sí que tienen teléfonos móviles y por eso pueden coordinar sus acciones sin dificultades
Estos sectores, poco ideologizados, carecen de organizaciones tan implantadas como los sindicatos. Pero aquí surge la típica paradoja de nuestra época: sí que tienen teléfonos móviles y por eso pueden coordinar sus acciones sin demasiadas dificultades. De manera que se organizan en las redes virtuales para movilizarse físicamente, para generar disrupciones en la economía y la sociedad.
Hay un nuevo actor en el conflicto social con el que la izquierda no tiene tendidos puentes. Y el gobierno, que ahora mismo está absolutamente paralizado, no termina de comprender lo que tiene enfrente. Hace falta ser muy flojo intelectualmente —y muy torpe estratégicamente— para no comprender que las reglas del descontento social están cambiando. Macron, que desactivó hace unos días una movilización como la de aquí, sí que sabe lo que está haciendo. Entiende que hay actores nuevos y que las reglas ya son otras.
Lo inteligente no es comenzar manchando al contrario, sino establecer canales discretos de interlocución. Es de primero de negociación
Los progresistas deberían asumir cuanto antes que resulta autolesivo tachar a quienes protestan como miembros de la extrema derecha. En lugar de preguntarse si tienen o no tienen razón quienes protestan y de buscar el entendimiento, los acusan como si solo la izquierda estuviese legitimada para instrumentalizar el malestar. El error es triple. Primero, porque criminalizar a quien protesta no es una muestra de fortaleza del poder, sino una señal de su debilidad. Mil veces ha caído la derecha de este país en ese error. Lo inteligente no es comenzar manchando al contrario, sino establecer canales discretos de interlocución. Es de primero de negociación.
Segundo, porque la opinión pública percibirá que la extrema derecha tiene más potencia social de la que en verdad tiene en este momento. A España le iría mejor si Moncloa dejase de ser la agencia de publicidad de Vox. Y tercero, porque una vez movida esa ficha se activa una cadena de consecuencias mientras la partida evoluciona. Un par de posibilidades que están abiertas bastan para demostrarlo.
¿También son todos ellos de extrema derecha? ¿Y si luego va el pequeño y mediano comercio? ¿También?
Escenario A. No deseable. Si el gobierno termina viéndose forzado a recurrir a una fuerte represión, a dar pasos incluso legales como los que tuvo que tomar Trudeau hace unas semanas, la comparación estará sobre la mesa. Y no serán pocos los españoles que se preguntarían por qué salieron de rositas los que cortaban carreteras queriendo romper España, mientras salen apaleados los que paran el camión, sintiendo que en estas condiciones no pueden trabajar.
Escenario B. Viable. ¿Qué ocurre si esta protesta, que resulta preocupante, pero está localizada, termina funcionando como catalizador para que se movilicen otros sectores? Por lo pronto, este domingo hay previstas manifestaciones de taxistas, VTC, ambulancias y autocares en Madrid. ¿También son todos ellos de extrema derecha? ¿Y si luego va el pequeño y mediano comercio? ¿También?
Y los que ahora se levantan no son "los pobres del mundo" ni "los esclavos sin pan" que canta la Internacional
Las condiciones objetivas son difíciles para este gobierno. El descontento social que ahora bulle responde a un malestar social que lleva sobre el fuego un largo tiempo. Desde 2008, los españoles hemos visto crisis de todos los colores. Pero no reformas. Ahora estamos endeudados hasta las cejas y no hay dinero en la caja. Habrá que tomar decisiones difíciles si no nos vienen directamente impuestas.
Ahora bien, la dificultad aumentará si no disminuye la torpeza. Los sindicatos pueden actuar como contención del malestar social donde tienen presencia y ya veremos durante cuánto tiempo. Han recibido muchos recursos, pero la inflación de doble dígito puede llevárseles por delante. Es lo que puede venir en los próximos meses. Pero el presente es ahora. Y los que ahora se levantan no son "los pobres del mundo", ni "los esclavos sin pan" que canta la Internacional. No son obreros, pero son gente trabajadora y harta. Piden unas condiciones mínimas para trabajar.
El progreso empieza en eso. La reacción consiste en menospreciarlos, degradarlos e insultarlos desde una superioridad moral impostada. No tienen derecho a la violencia. Pero sí a cometer errores, como ha ocurrido antes en todas las reivindicaciones. Siempre.
Las movilizaciones de estos días demuestran que algo ha cambiado sin que nos diésemos cuenta. Los sindicatos y los partidos progresistas, las organizaciones que tradicionalmente vehiculaban el malestar social, han quedado desfasadas por una forma de descontento que no responde a la lógica anterior. La protesta sobre ruedas de aquí no es un caso aislado. Ocurrió lo mismo en Canadá hace unas semanas, cuando los camioneros se rebelaron frente a la exigencia de la vacuna. Y lleva pasando desde años en Francia con los chalecos amarillos. ¿Qué está pasando?