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¿Otro PP? La política 'vintage' cabalga de nuevo
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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¿Otro PP? La política 'vintage' cabalga de nuevo

Alberto Núñez Feijóo toma los mandos de un partido que resulta central para la democracia española, pero que está en franca decadencia

Foto: Alberto Núñez Feijóo y Juan Manuel Moreno a su llegada al XX Congreso Nacional del PP. (EFE/Julio Muñoz)
Alberto Núñez Feijóo y Juan Manuel Moreno a su llegada al XX Congreso Nacional del PP. (EFE/Julio Muñoz)
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El Partido Popular celebra este fin de semana lo que debió haber celebrado hace años. Feijóo, que no se atrevió entonces, ahora da el paso en una situación mucho más difícil para su organización y para nuestro país.

La traumática salida de Rajoy dio lugar a una crisis orgánica delicada aunque manejable. Aquello se gestionó mal y todo lo que ha venido después se trenza en una cadena de consecuencias que ha culminado con esta crisis existencial. Es adecuado el diagnóstico de Aznar. Impresiona ver a este PP que ahora mismo sí recuerda lo que fue, pero no sabe lo que es y duda de si seguirá existiendo.

Foto: Feijóo, junto a Gammara y Ceniceros. (EFE/Raquel Manzanares)

Tiene razones para la preocupación y algún motivo para el optimismo. La inquietud viene de una evidencia de nuestro entorno: ningún partido conservador vecino ha sido capaz de sobreponerse a un sorpaso de la extrema derecha.

La esperanza de los populares radica en que el adelantamiento todavía no ha terminado de producirse. Hoy está cerca, cerquísima, tal y como refleja el Observatorio Electoral de nuestro medio. Pero puede evitarse. Con Casado al frente de la calle Génova era sencillamente irremediable. Cuestión de tiempo, de semanas en realidad.

Feijóo toma los mandos de un partido que resulta central para la democracia española, pero que está en franca decadencia. Los últimos años han ido carcomiendo los fundamentos de una organización y un acontecimiento no demasiado relevante, en el fondo un pulso de egos, casi desata el colapso.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Horst Wagner)
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El desalojo de la anterior dirección ha sido ruidoso, algo violento aunque bastante higiénico a fin de cuentas. Sin embargo, el deterioro no ha desaparecido y puede ser calificado como estructural. La negligencia y la falta de talento para leer el cambio de época se aprecia con claridad en la sociología electoral.

El desprendimiento de las capas electorales sigue una línea de tiempo que se inició hace prácticamente una década. Primero, se fueron los votantes de clase alta. Los más proclives a la novedad. Los más caprichosos. Un sector influyente, con alta capacidad de generar cambios de opinión más allá de sus entornos sociales.

Y pronto se marcharon los precarios. Los jóvenes, que tienen menos lazos emocionales con las siglas. Los que sintieron que sus códigos culturales iban por un lado, y el discurso del PP por otro. En esa zona está la propiedad de la modernidad, el discurso dominante de las sociedades infantilizadas.

Foto: Elías Bendodo. (EFE/José Manuel Vidal)

Después se alejaron las capas profesionales. Los que siguen perteneciendo al viejo concepto de clases medias, ahora en extinción. Los más sensibles al bolsillo, notándolo más exprimido y menos protegido. Los que peor encajan la corrupción.

Más tarde se fueron distanciando los funcionarios. Los acostumbrados a ver en el PP un factor estabilizador. Los que más se disgustaron con la flojera de Rajoy, también con la crisis institucional, desde luego con la territorial.

Ese paulatino desprendimiento, contado en trazo grueso, puede trasladarse al sexo de los votantes —cada vez menos hombres—, al ámbito geográfico —cada vez menos urbanos—, y al nivel de información —cada vez menos digitales—. Da igual como se mire, el trazo es el que es. Marchito.

El desprendimiento de las capas electorales sigue una línea de tiempo que se inició hace prácticamente una década

Si lo trasladamos a los tramos de edad, todavía se aprecia con más claridad. El PP aguanta hoy donde está gracias a los votantes mayores de 65. Y tiene que proteger cuanto antes el tramo que va desde los 55 hasta los 64. Esa es la primera misión de Feijóo. Parece claro que ahí puede hacerlo mejor que Casado. De hecho, no creo muy arriesgado aventurar que a corto plazo pueda recuperar terreno en ese territorio.

La duda está en si hay margen para la reconquista de los populares por debajo de esa edad. La lealtad del electorado de Vox —primer partido entre los 25 y los 44— parece hecha a prueba de bombas.

Habrá quien diga, fijándose en los datos de nuestra última encuesta, que la reconquista del PP ni siquiera es necesaria. Es un cálculo sencillo. La suma de la derecha supera el umbral de mayoría parlamentaria —177—. A Sánchez no le salen las cuentas para la investidura. Así que a Feijóo le basta con sacar un escaño más que a los de Abascal. Aguantar lo que tiene y a Moncloa.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Stephanie Lecocq) Opinión
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Ignacio Varela

Los análisis estáticos contienen su peligro. En la pizarra quedan fantásticos. Pero de golpe van los números y se suben en una montaña rusa. Es lo que creo que pasará durante los próximos meses.

Sabemos que el horizonte económico viene negro y que el gobierno lo va a pagar. Sabemos que viene más malestar y más incertidumbre. Lo que no sabemos es si las dos cosas se pueden separar. Quizá sea posible.

Los partidos nacionalpopulistas tienen una fórmula que está funcionando en el presente. Gestionan épicamente el malestar convirtiendo el miedo en odio, y el odio en la esperanza de regreso a un edén perdido. Por eso su imagen proyectada siempre termina quedando borrosa. Inasible. La llamada al voto no se emite con la definición de la certidumbre.

Gestionan épicamente el malestar convirtiendo el miedo en odio, y el odio en la esperanza de regreso a un edén perdido

Los partidos conservadores dignos de tal nombre tienen una fórmula que ha funcionado toda la vida. Una oferta aburrida, poco soñadora pero cuantificable, cercana a lo tangible. No prometen la luna, pero garantizan lo que se tiene.

Es obvio que el próximo líder del PP reúne todos los ingredientes necesarios para ese rol. Todo parece indicar que armará un equipo sólido. Unos tacharán a la nueva dirección de predecible, otros la tildarán de fiable. En cualquier caso, ese parece el juego: acabar con el espectáculo, volver a ser un partido serio para que la política vintage cabalgue de nuevo.

No se dan las condiciones necesarias para que Feijóo refunde el partido como hizo Aznar, pero sí que puede devolver las siglas a sus fundamentos. Puede bastar para alcanzar el poder. Ocurrirá si logra recuperar el principal atributo de marca del PP: la solvencia. Casado se desentendió de todo aquello. Ahora, devolver la economía al corazón del discurso es lo primero. Lo primero, ya se sabe, siempre fue el verbo.

El Partido Popular celebra este fin de semana lo que debió haber celebrado hace años. Feijóo, que no se atrevió entonces, ahora da el paso en una situación mucho más difícil para su organización y para nuestro país.

Partido Popular (PP) Alberto Núñez Feijóo