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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Estoy hasta el gorro de Irene Montero

El año pasado, bajo el gobierno más progresista de Europa, la brecha de género aumentó. Con la ministra más morada del mundo mundial la paridad bajó del 64,1% al 63%

Foto: Irene Montero. (EFE/Salas)
Irene Montero. (EFE/Salas)
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Hace 20 años no estaba bien visto ser gay en España. Hemos preferido olvidarlo, claro. En aquella época, Pedro Zerolo me enseñó la importancia de algo que mantendré siempre en mi memoria: la importancia de la capacidad de sumar. Fue la clave del movimiento social. Sin aquella capacidad de tejer compromisos y complicidades, España no habría reconocido legalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo. Todavía hoy me emociono al ver la placa de la plaza que lleva el nombre de mi viejo amigo.

Un método parecido, un espíritu parejo por inclusivo y por valiente, distinguió también al feminismo de aquellos años. Ley contra la violencia de género, ley de igualdad, ley del aborto. Paso a paso, hombro con hombro, mientras los obispos salían a las calles del brazo del Partido Popular. Perdieron.

Pasó el tiempo y el PP alcanzó el gobierno. Y Gallardón fue nombrado ministro de Justicia con el encargo de triturar la ley del aborto. Entonces aprendí algo nuevo.

Con la entrada de Montero la capacidad de suma del feminismo fue sustituida por la corrosión

Aprendí que los avances nunca están garantizados, que deben ser defendidos. Recuerdo a Elena Valenciano al frente del empeño en el Congreso de los Diputados. Me acuerdo que cuando le hizo la decimocuarta pregunta seguida a Gallardón sobre la cuestión pregunté si de verdad era tan necesario seguir atornillando. Respuesta: ni un paso atrás. Resultado: el tipo que pasaba por venderse como el "progre" de los populares saliendo por la puerta de atrás y el Tribunal Constitucional preparando para junio una sentencia favorable a la ley del aborto.

Fue la última vez que vi al feminismo unido. También la última en que sentí admiración y ganas de apoyarlo. Podemos llegó y lo quebró todo. Con la entrada de Irene Montero la capacidad de suma del feminismo fue sustituida por la corrosión.

Ninguna dirigente feminista ha tenido tantos medios a su disposición para transformar la realidad, ni tanto terreno ganado antes para la causa. Me da una pena enorme tener que escribir que su gestión ha resultado un desastre y que ha infligido un daño al feminismo que sin duda necesitará de muchos años para su reparación.

Su discurso y su actitud, su torpeza y su falta de inteligencia política, incluso de coherencia personal, son ingredientes enteramente contrarios al proceder de todas las referentes de las generaciones anteriores. Factores que amenazan con convertir al movimiento en una mina para las fuerzas reaccionarias.

Con la ministra más morada del mundo mundial la paridad bajó del 64,1% al 63%

Desgraciadamente, no es una impresión personal. Una encuesta de Sigma2 publicada este mismo año con motivo del Día de la Mujer refleja que dos tercios de las mujeres españolas reprueban el trabajo de Irene Montero en igualdad.

No parece una anécdota que las mujeres —65%— sean más críticas que los hombres —63%— con la labor del ministerio. Tampoco lo es el hecho de que la crítica se acentúe entre los sectores más jóvenes —18 a 29 años—. Cuando algo así ocurre, lo que de verdad pasa es que las cosas se están haciendo muy mal.

Exactamente eso es lo que cuentan los resultados de su gestión. El año pasado, bajo el gobierno más progresista de Europa, la brecha de género aumentó. Con la ministra más morada del mundo mundial la paridad bajó del 64,1% al 63%, el objetivo de alcanzarla se ha retrasado en tres años. Ahora faltan 37. Dos generaciones, un fracaso histórico. Y también económico: la brecha de género nos está costando un 19% del PIB.

Veo a Podemos morirse con esta muerte tan triste y tan ridícula, y siento una lástima sincera

Entre 2020 y 2021, la brecha que más aumentó fue precisamente la de la conciliación, se desplomó tres puntos mientras todos los españoles pagábamos los sueldos de las niñeras de la ministra de igualdad.

Desde hace años, los hombres heterosexuales que creemos en la igualdad hemos tenido que soportar su voluntad de instalar el pensamiento único 'queer', sus agresiones al diccionario, su lenguaje agresivo y su silencio. Un silencio moralmente insoportable frente al modelo más claro de masculinidad tóxica que existe en nuestro país: Pablo Iglesias.

Veo a Podemos morirse ahora, con esta muerte tan triste y tan ridícula —llegar tarde a presentar tu documentación para las elecciones andaluzas— y siento una lástima sincera. Lástima porque, más allá de las siglas, estamos hablando del mayor recipiente político para la esperanza progresista española que ha existido en este siglo.

Todo lo que está llevando a Podemos al desguace ha perjudicado también al movimiento feminista

Ese caudal entero ha sido derrochado día tras día a base de inmadurez y de cainismo, de banalidad y de gustito por el coche oficial, de adanismo, de suciedad verbal y de grosería intelectual, de falta de sustancia política y de ambición verdadera de transformación social, de apareamiento continuo con los adversarios de la democracia liberal, de superioridad moral diseñada en el chalé, de superficialidad violenta, cursi y hueca porque no tiene más afán que el de enfrentar. Nada de todo esto se puede perdonar.

Y nada justifica tampoco que prestemos demasiada atención a las pompas de jabón que se nos venden como conquistas históricas y no son más que patochadas —las reglas dolorosas ya están contempladas en las bajas laborales—.

Todo lo que está llevando a Podemos al desguace ha perjudicado también al movimiento feminista. Y de eso es directamente responsable Irene Montero.

Pasará, Irene Montero pasará sin dejar rastro alguno en la senda del progreso

La diferencia está en que la historia del feminismo sí que es una historia de éxito. Queda mucho por delante, por supuesto, pero basta con mirar atrás para comprobarlo. El movimiento sobrevivirá, tiene que hacerlo. Lo hará cuando recupere su capacidad de sumar y cuando encuentre un ejemplo que sirva de inspiración, de brújula frente a la adversidad.

Hay más entereza en la generación de nuestras madres que no sabían lo que era el patriarcado, que en estas camarillas de pijas sobrevenidas desde el carné de las Juventudes Comunistas que se encierran a discutir sobre el sexo de los ángeles mientras la desigualdad material, real, no para de aumentar para desgracia de las personas que menos tienen, empezando por las mujeres.

Pasará, Irene Montero pasará sin dejar rastro alguno en la senda del progreso. Y cuando esto ocurra, que será pronto, habrá que mirar más atrás para poder avanzar. Entonces sí, esta vez sí, avanzarán.

Hace 20 años no estaba bien visto ser gay en España. Hemos preferido olvidarlo, claro. En aquella época, Pedro Zerolo me enseñó la importancia de algo que mantendré siempre en mi memoria: la importancia de la capacidad de sumar. Fue la clave del movimiento social. Sin aquella capacidad de tejer compromisos y complicidades, España no habría reconocido legalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo. Todavía hoy me emociono al ver la placa de la plaza que lleva el nombre de mi viejo amigo.

Irene Montero