Crónicas desde el frente viral
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¿Es Draghi demasiado grande para caer? Los tres escenarios
La dimisión que ha presentado el dirigente italiano está en el límite de la audacia y todavía no puede verse de qué lado, basta con escuchar la agitación en los mercados
Imaginen un país europeo a orillas del Mediterráneo, donde todo se vive del todo, con vehemencia. Una sociedad adicta a la crispación y harta al mismo tiempo del enfrentamiento, crecientemente pesimista. Una economía en dificultades, todavía marcada por el dolor de la pandemia, muy endeudada. Una política fragmentada, con el populismo instalado en la plaza pública y una latente tensión territorial.
Imaginen un tiempo marcado por la cercanía de una guerra, un día a día dominado por la inflación, un otoño con riesgo cierto de grave crisis energética, un cambio de año marcado por el peligro de la recesión. Un reloj que agobia al ánimo colectivo, ya desbordado por la cadena de crisis y la crisis permanente en el sistema de partidos.
Imaginen un presidente en un gobierno de coalición, un líder que recibe de sus socios la exigencia de un cambio de timón. Un desafío al borde del órdago ya desde hace semanas, cuando caminaba por el Museo del Prado y los desleales compañeros aireaban pública y privadamente las diferencias. Una señal de desunión que objetivamente pone en peligro la protección del bien común.
Y desde las Meninas, más de una noche en blanco y largas jornadas de reflexión. Así hasta que con todo su peso cae la decisión. Plantarse en lugar de someterse, echar el freno en seco. Ahora, abre los ojos: en la misma semana Madrid y Roma, tan semejantes en su vibración, han tomado caminos capitalmente distintos.
Italia y España se parecen, Sánchez y Draghi no. Les diferencia la distancia que va de la coherencia política a la fascinación por el poder, el interés por el guion o la adicción al escenario. Tener o no tener autonomía política, esa es la cuestión que da valor a la palabra dada por un presidente.
"Desde mi discurso de toma de decisión, siempre he mantenido que este gobierno solo saldría adelante mientras hubiese una perspectiva clara de llevar a cabo el programa de gobierno al que las fuerzas políticas dieron su confianza. Esas condiciones ya no existen".
La dimisión que ha presentado el dirigente italiano está en el límite de la audacia y todavía no puede verse de qué lado, basta con escuchar la agitación en los mercados. Pero es una decisión que tiene bastante puntualidad y no poco sentido político.
Viene a tiempo, al comienzo del verano, justo cuando el turismo dará vigor a la economía y hay margen para un cambio menos traumático. Y llega después de que el menguante Movimiento 5 Estrellas parezca haber resuelto su dilema, acaban de dejar claro que prefieren emitir mensajes fáciles a imprimir las decisiones necesarias. Lo demostró en la víspera su líder Giussepe Conte: "Tengo un fuerte miedo a que las familias tengan que decidir en septiembre entre pagar la factura de la luz o comprar comida".
Mejor plantar cara ahora, debió pensar Draghi. Mejor porque si me como este jaque a mi autonomía política, habrá más y estaré hipotecando los presupuestos del otoño y la agenda de reformas, y eso también significa poner en riesgo la llegada de los fondos europeos.
516 jornadas después de la investidura, con las reformas encarriladas y la credibilidad del país en buena parte recuperada, la presentación de la dimisión de Súper Mario activó inmediatamente la refinada liturgia con la que allí se gestiona la incertidumbre política.
Corría el pánico en los mercados cuando Mattarella, que lleva siete años dirigiendo con elegancia el tráfico de la volatilidad, abrió el congelador y puso dentro la oferta del tecnócrata. No la aceptó y le invitó a dirigirse al Parlamento.
"Siempre hay tiempo para una prórroga" dejó caer el Ministro de Economía Giorgetti y dirigente de La Liga. Después movió ficha Enricco Letta –Partido Democrático –: "Quedan cinco días para que el Parlamento pueda confirmar su confianza en el gobierno de Draghi e Italia pueda salir de la dramática caída en barrena que está sufriendo en este momento".
Si algo nos ha enseñado la historia de la política italiana es que en cinco días y cinco noches caben más de cinco limbos, así que puede ocurrir de todo. Lo único seguro es que la próxima semana reúne muchos números para estar entre las más decisivas del año para nuestro continente.
Lo que ocurra en la reunión del BCE –subida de tipos-, en Berlín –crisis del gas– y en Roma puede condicionar seriamente el próximo curso de todos los europeos. La madre de todas las tormentas puede desencadenarse.
Pero no vayamos tan rápido. ¿Recuerdan lo de "Italia es demasiado grande para caer" que tanto se dijo tras la crisis de 2008? Quizá sea aconsejable preguntarse ahora si Draghi también es demasiado grande para caer en este momento. Es mucho lo que está en juego, demasiado. Así que abramos los tres escenarios centrales.
Primero. Aunque apostar en política italiana sea siempre un deporte de alto riesgo, la hipótesis de que Draghi continúe sigue siendo la más plausible a pesar de todo. Hay margen para que la crisis se reconduzca –el Movimiento 5 Estrellas está cogido con alfileres y sufrirá fuertes presiones–. Por otro lado, podría articularse una nueva mayoría parlamentaria dispuesta a sostener al tecnócrata hasta las urnas de primavera.
Segundo. La vía del adelanto electoral es un campo de minas para todos los actores políticos y económicos. Una campaña electoral en las circunstancias actuales, de aquí hasta finales de septiembre, ni siquiera ofrece garantías suficientes de éxito para Fratelli d´Italia, la formación de extrema derecha que lidera en estos momentos las encuestas.
Tercero. Como consecuencia de lo anterior, queda entreabierta la siempre viva opción de la creatividad italiana para las situaciones en el límite. La elección de un nuevo gobierno liderado por alguien que permita un consenso sostenible durante unos meses para seguir ejecutando la hoja de ruta que está marcada.
Según escribo, recuerdo aquello que dejó dicho Felipe González, lo de que tenemos la política italiana sin los políticos italianos. Lo pienso y siento cierta nostalgia. Vista la gestión de Draghi, nuestra política ya se parece más a la de Argentina que a la de Italia. Lo curioso, lo triste, es que también tenemos cada vez más políticos parecidos a los argentinos. Una pena.
Imaginen un país europeo a orillas del Mediterráneo, donde todo se vive del todo, con vehemencia. Una sociedad adicta a la crispación y harta al mismo tiempo del enfrentamiento, crecientemente pesimista. Una economía en dificultades, todavía marcada por el dolor de la pandemia, muy endeudada. Una política fragmentada, con el populismo instalado en la plaza pública y una latente tensión territorial.