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Los relatos salvajes de Vladímir Putin
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Los relatos salvajes de Vladímir Putin

La propaganda del Kremlin se encuentra ante un cortocircuito de difícil solución: no puede argumentar que la "operación" estuvo bien planeada y no puede emitir pruebas de que esté siendo bien ejecutada

Foto: Putin, en un mitín político en 2012. (Reuters/Denis Sinyakov)
Putin, en un mitín político en 2012. (Reuters/Denis Sinyakov)
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El cuento se terminó. La invasión fue contada a la población rusa como una "operación militar especial", tan breve como un relámpago, que terminaría con los hermanos ucranianos celebrando la liberación. Ahora el relato es otro y la magnitud de ese cambio sirve para comprender la evolución de la guerra, para tratar de vislumbrar lo que viene y para ponerle a cada fragilidad su justa medida.

El Kremlin se encuentra ahora ante la difícil tarea de explicar resultados inesperados —el contragolpe de Kiev— y medidas no deseadas —"la movilización parcial"— sin erosionar la credibilidad moral y práctica de su sistema entero. El reto comunicativo es mayúsculo incluso para la maquinaria de propaganda política más grande y sofisticada del mundo.

Para aplicar el cambio ha sido necesario invertir los roles y agigantar la envergadura del enemigo. Al principio, las víctimas eran los ucranianos sometidos por un régimen nazi. Hoy la amenaza existencial se cierne sobre el pueblo ruso y el agresor ha pasado a ser Occidente entero.

Foto: Labores de extinción del incendio en el puente de Crimea. (Reuters/Stringer)

La redacción del relato tiene mucho sentido político. Activa la lógica del sacrificio que la segunda guerra mundial incrustó en la memoria colectiva rusa, acaricia el mito de un pueblo capaz de soportar cualquier martirio.

Tensa, también, el músculo de la opresión interna. La respuesta que el poder puede ejercer sobre cualquier opositor ya es del todo ilimitada, porque lo que está en juego es la propia supervivencia de la comunidad. Y, además, legitima cualquier tipo de escalada posterior: desde la llamada a una movilización mayor, hasta el eventual uso de armamento nuclear.

"La redacción del relato tiene mucho sentido. Activa la lógica del sacrificio que la II Guerra Mundial incrustó en la memoria colectiva rusa"

Esas tres formas de sometimiento —aceptación del sacrificio, de la represión y disposición al suicidio nuclear en caso extremo— encajan bien con la relación sadomasoquista que siempre ha mantenido el poder de Moscú sobre el pueblo ruso. Concuerdan con la constante histórica, pero se compadecen mal con la evidencia.

El aparato de propaganda de Putin se encuentra ante un cortocircuito que no puede solventar: no puede argumentar que la "operación" estuvo bien planeada y no puede emitir pruebas de que esté siendo bien ejecutada. No puede evitar una impresión que va más allá de la intuición: sin armamento, sin equipamiento y sin formación, ir al frente es convertirse en carne de cañón.

Foto: Putin ante el memorial del héroes caídos. (Reuters/Anton Novoderzhkin/Pool)

Y, desde luego, no puede ofrecer un antídoto contra el miedo. El temor al invierno nuclear que generó la guerra fría está tan instalado tanto en Occidente como allí. Cuesta imaginar a las familias rusas celebrando la retórica de la escalada nuclear que ha recuperado Putin.

El cortocircuito es difícil de reparar para el Kremlin porque la propaganda no puede recurrir al fusible de la culpabilización. No hay parapeto ni maniobra de distracción. La persecución de la oposición ha sido tan brutal, tan eficaz, que no queda en Rusia un disidente a quien señalar. Los que no han sido encarcelados y torturados, fueron asesinados. Los descontentos con más suerte fueron los que emigraron.

Iniciar una purga en el ejército, carcomido por la corrupción, conlleva, además de un severísimo golpe a la autoestima nacional, un relevo de puestos y la entrada en la sala de mandos de tipos todavía más ajenos a la toma de decisiones racionales, abanderados de la guerra santa del nacionalismo místico.

"No queda en Rusia un disidente a quien señalar. Los que no han sido encarcelados y torturados, fueron asesinados"

¿Qué hacer? ¿Qué puede hacer el Kremlin si tiene, como parece, perdido el control de la situación militar y si empieza a tener, como aventuramos, comprometido el hilo del relato con su población? Priorizar. Seguir en el poder es más urgente que ganar la guerra, buscar que el conflicto se cronifique no es la peor de sus opciones a corto plazo. Viene el invierno, la guerra puede normalizarse como parte del paisaje. El frío puede hasta suspender el tiempo.

Puede que el próximo capítulo de esta historia tire por ahí. El siguiente relato salvaje de Putin podría parecerse al que nos contó Orwell en 1984: la guerra como hilo musical de una vida masificada, políticamente domesticada.

Lo que no ha cambiado es el relato occidental, sigue donde estaba en el minuto uno: en Ucrania se dirime algo más que el futuro de un país democrático, aquello es una confrontación entre la democracia y el autoritarismo.

Foto: Labores de extinción del incendio del puente que une Rusia y Crimea (Reuters)

Esto se gana reforzando el principio de cooperación entre las democracias liberales y sin desencadenar una guerra mayor, asumiendo el coste económico, aunque tengamos que pasar frío y endeudarnos hasta las cejas, aunque venga la recesión.

Esto tiene que durar para aislar a Putin de sus países amigos, para que la factura de la muerte crezca y crezca hasta que se le haga inasumible, para que afronte el riesgo de sufrir un golpe interno o el levantamiento de la población y para que no vuelva a intentarlo si sale vivo.

Parece que hemos llegado al punto en el que todos los actores podrían estar interesados en que el conflicto dure al menos hasta la primavera. Creo que Timothy Snyder acierta al señalar que: "Al principio nadie podía imaginar que esta guerra podría comenzar, pero comenzó. Y que ahora no podemos imaginar cómo terminará, aunque terminará". Lo hará diplomáticamente porque es así como terminan todas. Tardará.

"Hemos llegado al punto en el que todos los actores podrían estar interesados en que el conflicto dure al menos hasta la primavera"

Mientras tanto, quienes creemos en la superioridad moral de las democracias liberales y quienes además defendemos que su eficiencia también es mayor, tenemos la oportunidad para reflexionar sobre las distintas formas de fragilidad política. Nos preocupa la decadencia de Occidente, es una inquietud muy europea, muy civilizada. Pero no deberíamos perder de vista que la decadencia rusa es todavía mayor.

Nos estremece comprobar la fragilidad de la democracia cuando comprobamos el auge de los extremismos o cuando nos duele la pobreza política de nuestras élites. Pero hay más fragilidad en el régimen de Putin, a pesar de tener en sus manos todos los resortes de la coerción y la manipulación. Y más todavía en lo que puede venir detrás de él.

Foto: Protestas conta Vladímir Putin en la ONU. (Reuters/Andrew Kelly)

Nos enervan los casos de corrupción que sufre nuestro sistema. Y nuestro enfado es correcto. Pero aquí la corrupción no es sistémica como la de allí. Por eso mismo, no existen los inhumanos niveles de desigualdad que pueden darse en Rusia.

Nos desespera la lentitud burocrática de la Unión Europea, la falta de ambición social. Pero esta guerra, como ocurrió con la pandemia, está dándole más fuerza al proyecto europeo y no menos. Mientras tanto, el sueño autoritario de reeditar el imperio ruso se está cayendo a pedazos frente a nuestros ojos.

El invierno será difícil, seguramente más de lo que pensamos en nuestras sociedades occidentales. Pero será mucho peor para todos los ucranianos. No están luchando solamente por su país, también lo hacen por la democracia. Y ese es un buen motivo para luchar, desde luego para la esperanza, quizá el mayor que haya conocido el ser humano. Es el relato de lo civilizado.

El cuento se terminó. La invasión fue contada a la población rusa como una "operación militar especial", tan breve como un relámpago, que terminaría con los hermanos ucranianos celebrando la liberación. Ahora el relato es otro y la magnitud de ese cambio sirve para comprender la evolución de la guerra, para tratar de vislumbrar lo que viene y para ponerle a cada fragilidad su justa medida.

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