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Fronteras entre la socialdemocracia y el peronismo
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Fronteras entre la socialdemocracia y el peronismo

Las fronteras entre el peronismo y la socialdemocracia son claras, aunque corren el riesgo de difuminarse en tiempos de crisis como los nuestros

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Hannibal Hanschke)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Hannibal Hanschke)
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Identificar a un socialdemócrata es fácil. Basta con prestar atención a su sentido institucional (el respeto al circuito de la democracia liberal), su noción de la solidaridad (la orientación de las políticas de bienestar) y su afán por la concordia (el nivel de empeño para mejorar la convivencia). Racionalidad política, al fin y al cabo. Lo mejor para la democracia.

Detectar a un peronista también es sencillo. Basta con fijarse en su manera de ejercer el poder (cesarismo, apagado de los mecanismos de control, vulneración de las reglas del juego y colonización de las instituciones), su forma de gestionar los recursos públicos (negación del futuro e instalación del clientelismo) y su retórica frentista (implantación del resentimiento social). Sentimentalismo retórico, a fin de cuentas, con el único objetivo de perpetuar la impunidad.

Las fronteras entre el peronismo y la socialdemocracia son claras, aunque corren el riesgo de difuminarse en tiempos de crisis como los nuestros, sobre todo cuando se inyectan dosis constantes de propaganda que visten de avance social lo que, en el fondo, es un retroceso democrático.

Foto: Un trabajador sentado al lado de una imagen de Juan Domingo Perón y su mujer Eva. (Reuters)

Vayamos por partes. Un socialdemócrata, por ejemplo, no permitiría que un organismo público como el CIS pudiera llegar a convertirse en una agencia de intoxicación de la opinión pública. Sin embargo, hemos llegado al punto en que la manipulación ya está normalizada, ya ni siquiera escandaliza. Por muy grosera que sea, como ha ocurrido con el último barómetro.

La última papelina de Tezanos cuenta que el PSOE está en el 32,7%. Según sus cuentas, el Partido Socialista está hoy más de cuatro puntos por encima del resultado que alcanzó en las últimas elecciones generales (28,2%). Después del rosario de dificultades que comenzó con la pandemia, Sánchez ha ganado más de un millón de votos. Me resisto a creer que pueda haber en la Moncloa alguien capaz de sostener que vender algo así de obsceno pueda ser buena idea.

El uso propagandístico de una institución como el CIS no es desgraciadamente una excepción, es la norma. Cuesta encontrar un organismo público que no tenga violentada su vocación de servicio público, no partidario. Cuesta encontrar un mecanismo de control gubernamental, incluyendo la separación de poderes, que no haya sido dañado, desprestigiado o sometido. La corrosión del organigrama está tan extendida que no pueden encontrarse casos comparables en las democracias de nuestro entorno y tampoco en nuestra historia democrática. Me da una pena tremenda tener que dejar por escrito que, en lo concerniente a las infraestructuras democráticas, España se está alejando de Alemania para aproximarse a Argentina. Y hay más.

Foto: José Félix Tezanos, durante una comparecencia en el Congreso. (EFE/Kiko Huesca)

Hay una línea de riesgo que no debemos traspasar. El peronismo procesa las dificultades de quienes tienen menos recursos en términos de oportunidad electoral, por eso corta los cables del ascensor social.

Envenena la democracia porque primero inyecta el clientelismo y luego amenaza con que el subsidio desaparecerá si llegan los demás. Los peronistas viven de la necesidad ajena, de mantener a capas electorales enteras bajo el nivel mínimo de bienestar que permite la verdadera libertad, y ese no es el mejor camino para nuestro país.

Ahora que se acercan dificultades serias, no ya para el invierno que llega, sino para todo el año que viene, tendría que ser innecesario defender que las personas más expuestas a la crisis energética y a la crisis inflacionaria deben ser protegidas. Solo un desalmado puede sostener lo contrario. La cuestión no es esa, ese es un falso dilema cuando hay cuestiones que de verdad importan.

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el vicepresidente Frans Timmermans.(REUTERS/Yves Herman)

El primer debate de fondo, que no estamos abordando, es el de la promesa democrática, ahora mismo en quiebra para nuestra nación. El principio de que los hijos puedan vivir mejor que los padres ya no se sostiene aquí y cuando eso pasa es cuestión de tiempo que el talento se nos fugue.

Hoy tenemos dos Españas, pero no una derechas y otra de izquierdas, como tan zafiamente se nos pinta: sufrimos la distancia entre la España de los mayores y la España de los jóvenes. Y agrandar esa brecha en lugar de empezar a repararla porque el año que viene hay elecciones es un suicidio en términos de país.

El segundo debate crucial está en cómo puede ser más eficaz el empleo del gasto público, en cómo puede obtenerse el mayor retorno social de nuestra inversión en progreso democrático.

Foto: Sede del Banco de España en Madrid. (EFE)

Si nos centramos en este aspecto, ningún socialdemócrata podrá sostener durante demasiado tiempo que las subvenciones universales son más eficientes que las ayudas directas a quienes más respaldo necesitan.

Y si de verdad nos preocupa la eficiencia, tendremos que llegar a la conclusión de que es más útil trabajar quirúrgicamente, fortaleciendo las zonas más sensibles, que dejarse llevar por el electoralismo creando expectativas que la Administración no podrá concretar.

Dos datos: menos de dos millones de familias han logrado beneficiarse del bono social, el Gobierno calculó que tendría que llegar hasta los cinco millones. Y lo mismo ha ocurrido con la implantación del ingreso mínimo vital. Para que las políticas de bienestar funcionen, debe actualizarse la Administración pública. Naturalmente, esa tarea requiere algo más de esfuerzo que un anuncio publicitario.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aplaudido por la bancada socialista. (EFE/Chema Moya)

Y el tercer debate central para el porvenir de nuestro país está en la política fiscal. En los impuestos, puede apreciarse una diferencia basal entre la socialdemocracia y el peronismo: el socialdemócrata ensancha la clase media y el peronista la estrangula.

La estrangula porque la relación entre el volumen de la clase media y el músculo democrático de cualquier sociedad es directamente proporcional.

Aquí, la inflación está disparando la recaudación. Es causa no única, pero sí principal de la creciente asfixia que sufren nuestras clases medias. Los números demuestran que puede haber alivio sin debilitar los servicios públicos. Por eso, en las circunstancias actuales, la deflactación del IRPF tendría que estar para cualquier socialdemócrata fuera de toda discusión.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), junto a la ministra de Hacienda y vicesecretaria general del PSOE, María Jesús Montero (d), y la presidenta del partido, Cristina Narbona (i). (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

El abandono de las clases medias es una frontera que nuestro país no puede permitirse, un riesgo existencial para nuestra democracia, un umbral que no debemos cruzar.

El que ya cruzamos es el del frentismo. Esa frontera con el peronismo quedó atrás hace tiempo y cada día se aleja más. La demonización del adversario político dio paso a la de los medios de comunicación y después a la de los empresarios, mañana dios dirá. La música y la letra del discurso sanchista son cada vez menos socialdemócratas y más peronistas.

Este aire irrespirable, esta retórica del resentimiento social con que el poder político está inundando la vida pública, conlleva un naufragio inevitable para nuestra convivencia. Y eso es algo que ningún socialista de verdad debería aceptar ni tolerar.

Identificar a un socialdemócrata es fácil. Basta con prestar atención a su sentido institucional (el respeto al circuito de la democracia liberal), su noción de la solidaridad (la orientación de las políticas de bienestar) y su afán por la concordia (el nivel de empeño para mejorar la convivencia). Racionalidad política, al fin y al cabo. Lo mejor para la democracia.

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