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Irene Montero y Luis Enrique: parecidos razonables
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Irene Montero y Luis Enrique: parecidos razonables

Un proyecto dogmático y simplista, ineficiente, lleno de rencor, rezumante de superioridad moral y desconectado de los hechos. Un producto destinado a fracasar

Foto: Luis Enrique, durante un entrenamiento de España. (EFE/JuanJo Martín)
Luis Enrique, durante un entrenamiento de España. (EFE/JuanJo Martín)
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Un proyecto dogmático y simplista, ineficiente, lleno de rencor, rezumante de superioridad moral y desconectado de los hechos. Un producto destinado a fracasar. No, no me refiero a Podemos. Hablo de la propuesta de Luis Enrique para el Mundial.

Un equipo definido más desde los vínculos personales que por la aptitud, sin actitud, rebosante de inmadurez y carente de la necesaria preparación. Un diseño que solo puede descarrilar en el terreno de la verdad. No, no hablo de esta selección. Me refiero al Ministerio de Igualdad.

Foto: Luis Enrique durante un entrenamiento de la Selección. (EFE/Juanjo Martín)

Resultan asombrosas las coincidencias entre los desempeños de Irene Montero y de Luis Enrique, sobre todo en estas últimas semanas, siendo los dos tan protagonistas de nuestra actualidad.

Tienen Irene y Luis Enrique algo en común que va más allá de lo superficial. Es curioso, por ejemplo, que ambos hayan levantado sus esquemas desde construcciones nostálgicas y totalizadoras. Y que simultáneamente demanden una adhesión completa a sus postulados.

Él parodia el relato guardiolista y ella la lógica populista, dos orientaciones que merecen una comparación por provenir de la impostura.

El populismo y el guardiolismo son dos concepciones igual de reduccionistas

El guardiolismo es una escuela insoportablemente cursi porque está revestida de una intelectualidad falsaria. Y resulta moralmente tramposa porque viene a sostener que solo existe una forma buena de jugar al fútbol, la suya. Para los demás solo queda el desprecio.

El populismo, por su parte, es una corriente política revestida de progresismo embustero porque engrosa los problemas que dice enfrentar. Y resulta éticamente inaceptable porque se alimenta de dividir a la sociedad. Enfrentar para alcanzar el poder desde la rabia y mantenerlo después a través del odio. Es el método.

El guardiolismo y el populismo son dos concepciones igual de reduccionistas y, justo por eso, tienen serias dificultades para encarar la complejidad que palpita en el juego y en la vida.

placeholder La ministra de Igualdad, Irene Montero, durante un pleno en el Congreso. (EFE/Javier Lizón)
La ministra de Igualdad, Irene Montero, durante un pleno en el Congreso. (EFE/Javier Lizón)

El fútbol se habría acabado hace más de un siglo si tener la posesión de la pelota bastase para ganar.

Y la democracia habría terminado hace milenios si la demagogia fuese todo lo que necesita la sociedad para mejorar la realidad.

La lógica guardiolista, como la populista, exige un ecosistema muy específico para florecer. No pueden germinar donde la frustración no existe. No pueden crecer si falta alguno de sus elementos fundacionales. Y siempre exigen el constante riego del rencor, la expresión de sus complejos.

La frustración

El guardiolismo, sobre todo entendido como producto de comunicación, no se explica sin la séptima y la octava copa de Europa del Real Madrid, del mismo modo en que el brillante surgimiento de Podemos no se entiende sin la crisis de 2008.

Unos emergieron gracias a Iglesias y Errejón y los otros a Messi, Xavi e Iniesta

Los elementos fundacionales:

Unos emergieron gracias a Iglesias y a Errejón, a Bescansa y compañía; los otros porque estaban Iniesta y Xavi, Messi y los demás. Salvadas las diferencias y caídos ellos, caídos los dos tenderetes enteros.

Y el rencor, expresión de los complejos:

Irene Montero y Luis Enrique son hoy dos parodias de lo que fueron Guardiola y Podemos en sus tiempos de esplendor. Son comparables porque contienen el mismo triángulo de complejos: ante sus antecesores, frente a los rivales y bajo la evidencia de la dominación. Unos devorados por la modernidad de los triunfos madridistas y los otros reconcomidos por su odio a la democracia liberal. Les une a ambos todavía, eso sí, su gran muñidor: Roures.

La belleza de la competición democrática y futbolística radica en que los logros se alcanzan desde la capacidad de adaptación. Por eso en ambos casos no siempre gana el mejor.

placeholder El seleccionador de España, Luis Enrique, ríe durante un entrenamiento. (EFE/JuanJo Martín)
El seleccionador de España, Luis Enrique, ríe durante un entrenamiento. (EFE/JuanJo Martín)

Controlar el juego siempre es imposible. Pero siempre, siempre, se puede mejorar y activar los mecanismos de corrección que requiere cada situación. Pasa en cada episodio y pasa también con el pasar de los años. Hay evolución.

La política y el fútbol de ahora son muy distintos a lo que veíamos hace unos pocos años. Pero los dos protagonistas de este texto son igual de rígidos y de ideológicamente recesivos porque son igual de sectarios. No aprenden, carecen de interés evolutivo. Viven confortables en sus sistemas cerrados de pensamiento.

Y, como la competición se mide en resultados, ganen o pierdan, el exceso de ambos responde al mismo patrón de comportamiento.

Celebran los logros por encima de nuestras posibilidades, con episodios eufóricos, con mayores exigencias si cabe de culto a su personalidad. Exhiben una soberbia difícil de tolerar. Todo les parece adánico y sensacional. No toleran la crítica. Escalan su mensaje para hacerlo parejo al descomunal volumen de su autoimagen.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE)

Como reverso, en cuanto el marcador es adverso, niegan lo que resulta obvio y mienten su pudor. Huyen. Tienden a evadir su responsabilidad y pretenden victimizarse. Buscan generar corrientes de simpatía a partir de lo que está objetivamente fuera de su ámbito de desempeño.

Este comportamiento bifronte puede generar cierto magnetismo ante el público. Sin embargo, no es esa la cuestión mayor. Porque lo que de verdad queda no son las instantáneas del ánimo, sino las duraderas consecuencias del tipo de su incapacidad compartida.

No pretendo comparar la gravedad que tienen los resultados de la gestión de cada uno, no estoy loco. Pero si quiero reflejar un trazo que es común y demasiado frecuente en el tiempo presente de nuestro país: la banalidad sectaria, esta forma tan extendida de frivolidad.

Luis Enrique ha preparado este Mundial de forma deficiente. España solo juega sobando

Luis Enrique ha preparado este mundial de una forma deficiente. La selección solo sabe jugar sobando y sobando la pelota lejos del área contraria. Ni sabe cómo atacar a las defensas pobladas, ni sabe defenderse frente los adversarios más físicos.

El plantel del seleccionador es mentalmente de papel, tiembla frente a las dificultades porque falta cuajo y sobran jugadores sobrevalorados de este Barcelona que a falta de resultados ya solo puede vender expectativas. El fútbol ha cambiado y el guardiolismo languidece. Estamos compitiendo con la parodia de una reliquia.

Irene Montero ha preparado una ley que hacía mucha falta de un modo claramente reprobable. Este Ministerio de Igualdad solo sabe hacer política dividiendo y enfrentando al movimiento feminista. No se preocupa de convencer, como ha buscado siempre el feminismo, solo se ocupa de imponer lo queer como quien impone un dogma.

La gestión de la ministra es imperdonable. No reconoce que su equivocación es desgraciada

La gestión de la ministra es imperdonable. Continúa sin reconocer que su equivocación es desgraciada y sigue tratando de manchar nuestra democracia. Sigue sin mostrar disposición a enmendar el problema y continúa al frente del ministerio. Podemos no hace más que deteriorarse, pero sigue haciendo daño y Sánchez lo transige.

Ojalá ganemos el mundial, a pesar de todo. Es más probable que un cambio en la Ley de Igualdad, aunque esa reforma sí que es urgente y necesaria de verdad. Lo otro solo es un juego. No pierdo la esperanza de que salte la sorpresa. Pero si esto no cambia, llegarán los lamentos. Es una simple cuestión de tiempo.

Un proyecto dogmático y simplista, ineficiente, lleno de rencor, rezumante de superioridad moral y desconectado de los hechos. Un producto destinado a fracasar. No, no me refiero a Podemos. Hablo de la propuesta de Luis Enrique para el Mundial.

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