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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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El populismo era esto y queda lo peor

Quienes sostuvimos, desde el principio, que el PSOE corría el riesgo de convertirse en una organización populista y contraria a su propia esencia, preferiríamos habernos equivocado

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)
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Legislar a medida de unas élites que han delinquido y son adversarias de nuestra democracia. Convertir las instituciones públicas en herramientas del poder político. Instalar la polarización y la propaganda. Atacar a la Justicia llevando hasta los límites las costuras del sistema. Emplear el dinero público con fines electoralistas. Quienes sostuvimos, desde el principio, que el PSOE corría el riesgo de convertirse en una organización populista y contraria a su propia esencia, preferiríamos habernos equivocado. No es así. Tenemos razón, una razón que no celebramos porque sabemos que todavía queda lo peor.

El año electoral al que ya nos asomamos será un espanto, porque Sánchez no está dispuesto a salir del poder como lo han hecho todos los presidentes anteriores. Antes, hará tanto daño como considere necesario, empleará tantos ardides como pueda y endeudará tanto como quiera a nuestros hijos a cambio de obtener votos. No habrá límites, nunca los ha tenido y es ahora cuando lo vemos todos.

Foto: El diputado del PSOE Felipe Jesús Sicilia. (EFE/Kiko Huesca) Opinión

Lo vemos en este diciembre que nuestro país no se merece. Tenemos la economía renqueante, muy por detrás de las naciones de nuestro entorno después de la pandemia. Tenemos la inflación pasando por la trituradora a las clases medias. Ninguno de los cuatro frentes que se han abierto desde la Moncloa en las últimas semanas resultaba necesario para España.

Grieta abierta en el Parlamento a cuenta de la sedición y la malversación. No porque el procés haya acabado, sino porque los del procés quieren volver a hacerlo, pero mejor, ya con el certificado de impunidad en la mano.

Grieta en el poder judicial, no porque haya que renovarlo —ahí está el CGPJ congelado—, sino para controlar el Constitucional colocando en la sala de máquinas al ministro de los indultos.

Foto: El presidente del Tribunal Constitucional Pedro José González-Trevijano Sánchez. (EFE) Opinión
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Grieta en el interior del Partido Socialista, no por haber antepuesto el interés del conjunto al partidario, sino porque la alianza estratégica con los indepes le resulta más valiosa a Sánchez que los gobiernos autonómicos y municipales socialistas que peligran en mayo.

Y grieta en el feminismo con la ley trans y la del solo sí es sí, no para ampliar derechos, sino para convertir la primera en moneda de cambio mientras se niegan los errores de la segunda, las rendijas por las que los delincuentes sexuales están saliendo a la calle.

Quienes nacimos con la Constitución no habíamos visto España tan partida como lo está ahora, agrietándose desde cada política, porque ningún ministerio parece dispuesto a buscar el consenso y todos parecen guiarse por el principio de confrontación.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Cárdenas) Opinión
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También verbal, claro. Hay en el lenguaje de estos días, en la escalada que se está produciendo, una suerte de preludio terrible ante las campañas electorales que viviremos. En unos pocos días, hemos pasado de oír adjetivos inaceptables —fascista— a escuchar conceptos insoportables —golpe de Estado—.

Y lo peor no es el vocabulario, sino la ideología. Quienes, desde el principio, rechazamos que Sánchez adoptase el diccionario de Iglesias, lo hicimos sabiendo que luego tocaría el ideario. Y en eso estamos. El populismo era esto y queda lo peor.

Queda la combinación letal para el interés de todas las generaciones.

Foto: La ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni) Opinión

Queda la voluntad trumpista de llevar el sistema más allá de sus resistencias y la intención kirchnerista de crear una sociedad económicamente dependiente del poder político.

Hay algo obsceno, una lógica sádica, en las ayudas a las familias con dificultades para llenar el carrito de la compra que el Gobierno tiene guardadas en el cajón hasta final de año.

La inmensa mayoría de los hogares españoles lleva sufriendo desde hace meses cuando abre la nevera. Pero la Moncloa quiere enviar primero la cesta a los indepes —sedición, malversación y Tribunal Constitucional—, para que los cheques de comida funcionen después como pastillas para no recordar la indignidad.

Foto: Pedro Sánchez, en el evento de la IX Cumbre Euromediterránea en Alicante. (Reuters/Violeta Santos Moura) Opinión
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Hacen falta medidas para que los críos puedan crecer tanto como lo necesitan, pero no está bien que lleguen tan tarde y tan después de tanta y tanta propaganda, tan tarde y tan sucias como las flores que el maltratador compra en la gasolinera.

Hay algo turbio en los números que se ven en las encuestas: el voto socialista ya solo se sostiene por el respaldo en el tramo de edad de los más mayores.

Y está bien que nuestros padres y nuestros abuelos tengan las pensiones que se han ganado, claro que sí. El problema es que nuestros hermanos y nuestros hijos también saben lo que es trabajar, pero están cobrando menos de la mitad de lo que reciben los jubilados más pudientes.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Violeta Santos) Opinión

Y ese es un problema nacional que no se afronta porque hay elecciones. Subir las pensiones más altas tanto como las más bajas no es gobernar, ni ser de izquierdas, ni hacer país. Es hacer campaña electoral con el dinero de todos.

La quiebra del principio de solidaridad intergeneracional es más grave y será más penosa para nuestro país que el resultado de unas elecciones generales.

Queda lo peor. Manteniendo la apariencia de normalidad democrática, queda la impugnación efectiva del sistema democrático, la desactivación del poder judicial tras el sometimiento del poder legislativo, la deslegitimación de la oposición y el retorcimiento de la verdad, el señalamiento del que piensa distinto, la estridencia de la propaganda y la difusión de las teorías de la conspiración.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, escucha a Núñez Feijóo en el Senado. (EFE) Opinión

Queda todo un año marcado en clave de campaña electoral enteramente destructiva, alimentando a Vox para concentrar el voto útil de la izquierda y cerrar, como sea, el cauce de votos que va desde el viejo PSOE al PP.

Parece que un año es mucho, como podría parecer que este es un texto pesimista. No lo es. La alternancia en el poder es posible. La posibilidad de cambio es real. Solo hay que aguantar sin desesperarse, sin enfadarse y sin relajarse. Queda lo peor, sí. Pero el resto no está escrito.

Legislar a medida de unas élites que han delinquido y son adversarias de nuestra democracia. Convertir las instituciones públicas en herramientas del poder político. Instalar la polarización y la propaganda. Atacar a la Justicia llevando hasta los límites las costuras del sistema. Emplear el dinero público con fines electoralistas. Quienes sostuvimos, desde el principio, que el PSOE corría el riesgo de convertirse en una organización populista y contraria a su propia esencia, preferiríamos habernos equivocado. No es así. Tenemos razón, una razón que no celebramos porque sabemos que todavía queda lo peor.

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