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Los pasos de 'geisha' de Yolanda Díaz y la estrategia Okinawa de Pablo Iglesias
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Pablo Pombo

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Los pasos de 'geisha' de Yolanda Díaz y la estrategia Okinawa de Pablo Iglesias

Las estrategias de desgaste son muy difíciles de afrontar en el arte de la guerra, exigen asumir sacrificios y nunca permiten bajar la guardia, requieren paciencia y no dejarse engañar por la confianza

Foto: Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. (EFE/Archivo/David Fernández)
Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. (EFE/Archivo/David Fernández)
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Isamu Chō nunca fue un tipo de trato fácil. Destacó por su ideología ultra, su aversión a la democracia y su violenta insolencia. Era frecuente que abofetease a sus oficiales cuando sufría ataques de ira. Llegó a ser jefe del Estado Mayor durante la batalla de Okinawa. Allí aplicó una brutal estrategia de desgaste del enemigo, tan extrema que no había precedentes. La isla terminó sembrada de cadáveres de ambos bandos y su vida finalizó con el seppuku, el suicidio ritual que el honor reclama tras la derrota militar.

Iglesias es otro tipo de fanático, pero está aplicando un plan parecido. No tiene un ejército, porque lo suyo es un proyecto empresarial familiar que empieza donde está él y termina donde está Irene, todos los demás —incluyendo Belarra o Echenique— son tan carne de cañón como ya lo fueron los demás. Sin embargo, está dispuesto a llegar hasta el final.

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. (EFE/Jorge Zapata)

Yolanda Díaz tiene que lanzar un proyecto político y no puede esperar mucho más. Ha de avanzar, pero solo puede hacerlo con pasos de geisha, porque tiene el campo lleno de minas colocadas por quien fue su mentor. Básicamente, solo se tiene a sí misma, porque carece de suficientes tropas. Debe cuidar lo único que tiene —las expectativas respecto a su potencial electoral—, sabiendo que la espera puede desesperar o desmotivar al público y que cada movimiento que haga reducirá el rango de acción de sus siguientes acciones.

Anclados, cercanos a la isla, aguardan los aliados de Díaz. Varios portaviones socialistas, dispuestos al respaldo aéreo, al fuego de cobertura. También pequeños destructores desgajados de lo que fue Podemos: Más Madrid, Colau, Compromís y compañía. La paradoja está en que todos valen para la guerra y ninguno para esta batalla, solo ella puede desembarcar.

Foto: La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, durante un acto de Sumar en Murcia. (EFE/Marcial Guillén)

Las estrategias de desgaste son muy difíciles de afrontar en el arte de la guerra, exigen asumir sacrificios y nunca permiten bajar la guardia, requieren paciencia y no dejarse engañar por la confianza. Es lo que enseña la historia. La primera bala japonesa no cruzó el cielo de Okinawa cuando el primer soldado norteamericano puso pie en tierra, sino cuando lo había hecho el último.

Esa etapa ya la hemos pasado, Iglesias ya ha demostrado que el enfrentamiento será encarnizado, porque está dispuesto a volar por los aires la posibilidad de que la izquierda siga en el poder político, a cambio de lograr representación en el Parlamento —por mínima que sea—, con vistas a pugnar por el liderazgo moral de la oposición frente a un Gobierno del PP eventualmente apoyado por Vox. Para llegar a ese escenario, solo tiene que presentar la papeleta electoral morada en las elecciones generales, la división en tres fuerzas derrotaría a todos los progresistas.

Foto: Pablo Iglesias y Yolanda Díaz, en el traspaso de carteras. (EFE/Mariscal)
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No juega de farol. La dramatización de las tensiones en el Gobierno de coalición y de las negociaciones con Yolanda Díaz no es un ejercicio teatral, sino un desplazamiento táctico que permite legitimar la ruptura con las dos partes y el posterior lanzamiento de Podemos para las elecciones generales.

La lógica del desgaste contiene esa complejidad. En lo estratégico, es la más defensiva; en lo táctico, combina los repliegues con los despliegues ofensivos. Y ya ha ejecutado dos.

Foto: Yolanda Díaz e Irene Montero en el Congreso. (EFE/Kiko Huesca)

Convertir la ley del solo sí es sí en un enfrentamiento sin límites con la parte socialista del Gobierno ha dotado a los de Iglesias de una razón de voto para las elecciones de mayo —porque hay un sector en la izquierda española que no es consciente del desastre provocado—, no está provocando bajas en el frente demoscópico —las encuestas aguantan a Podemos en la zona del 10%—, no deteriora más la ya dañada imagen de Irene Montero —porque Pam ha sido colocada como un escudo humano armado hasta los dientes de constantes escándalos— y, sobre todo, ha dejado a Yolanda Díaz en tierra de nadie.

Ese éxito responde a la audacia, pero se explica por la incapacidad comunicativa del Partido Socialista para hacer frente al falso argumento del “Código Penal de la Manada”. La munición verbal de Podemos ha sido de mayor calibre y viene siendo empleada a discreción mientras que se afligen los rivales.

Foto: Pablo Iglesias y Enrique Santiago, en 2019. (EFE/ David Fernández)
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A su vez, la exposición de la disposición a negociar con la presunta candidata de Sumar, al tiempo que se elevan los términos y los plazos de la negociación, restringe el margen de maniobra de la adversaria que cuenta con la ventaja competitiva de gestionar sus tiempos, que ahora se quiere erosionar.

Esta segunda ofensiva anticipa el posterior traslado del campo de batalla a un terreno favorable a los morados, porque plantearía a Yolanda Díaz una contradicción insalvable de cara a la sociedad. ¿De qué sirven todo el “proceso de escucha”, toda la retórica y la estética cuqui participativa si a la hora de la verdad los candidatos de Sumar no son elegidos por primarias? Es él quien tiene militantes y no ella: si se ponen las urnas, los votos serán de Podemos, y si no se ponen, salvo negociación de lujo para Iglesias, será él quien ponga el grito en el cielo y tenga justificado el planteamiento de la candidatura de Irene Montero.

Foto: Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. (EFE/Archivo/David Fernández)

La historia del arte de la guerra demuestra que las estrategias de desgaste solo pueden vencerse de tres maneras. Uno: asumiendo las bajas incalculables que conlleva pelear palmo a palmo en un terreno endemoniado por el enemigo —Okinawa—. Dos: el asedio, cercar al adversario, capturar los terrenos cercanos y dejar que el hambre actúe —Numancia—. Tres: el horror, emplear un grado de brutalidad todavía mayor que fuerce la rendición del enemigo —Hiroshima—.

Sobre el papel, Iglesias quiere Okinawa; Yolanda, Numancia, tras el 28-M, y nadie puede permitirse un escenario Hiroshima. Mi pronóstico es que Sumar dará pronto un paso hacia el asedio, pero que Iglesias ya lo tiene previsto. Aguantará el tirón. Solo necesita que sobreviva Montero para seguir vivo. En cualquier caso, ocurra lo que ocurra, no veremos su seppuku. No habrá suicidio honorable, porque nunca ha sido un hombre de honor. Puede que hasta lo veamos dentro de muchos años todavía combatiendo, irrelevante y desquiciado, como aquellos japoneses de las islas perdidas que no sabían que la guerra había terminado. Lo bueno es que siempre le quedará Galapagar.

Isamu Chō nunca fue un tipo de trato fácil. Destacó por su ideología ultra, su aversión a la democracia y su violenta insolencia. Era frecuente que abofetease a sus oficiales cuando sufría ataques de ira. Llegó a ser jefe del Estado Mayor durante la batalla de Okinawa. Allí aplicó una brutal estrategia de desgaste del enemigo, tan extrema que no había precedentes. La isla terminó sembrada de cadáveres de ambos bandos y su vida finalizó con el seppuku, el suicidio ritual que el honor reclama tras la derrota militar.

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