Crónicas desde el frente viral
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La sorpresa del 28-M: las elecciones las gana quien tiene un voto más
El departamento de intoxicaciones del sanchismo está trabajando para que en la noche del 28-M no se hable de votos
Desde hace semanas, la Moncloa viene inyectando en la opinión pública una maniobra de distracción que está pasando completamente bajo el radar. Mediante la intoxicación a los periodistas y la distribución de consignas a los tertulianos partidarios, tratan de introducir en el cuerpo social un marco discursivo que iluminarán a partir del 28 de mayo, sea cual sea el veredicto de las urnas. La idea es tan sencilla como falsa: consiste en convencer a los españoles de que el partido que obtenga más votos no será el que gane las elecciones.
La operación tiene un propósito claro: mantener vivas las opciones electorales de Sánchez con vistas a las generales. Con esa intención, llevan cambiando el marcador que define la democracia —el número de sufragios— por otros marcadores que van variando en función de cómo van evolucionando las encuestas para los socialistas.
Antes del desastroso lanzamiento de Reyes Maroto, el objetivo que públicamente se fijó el PSOE no era ganar las elecciones municipales en toda España, sino hacerlo en Madrid y Barcelona. Con eso bastaría para mantener a Sánchez en la Moncloa, argumentaron. Aquel marcador postizo duró lo que duró, prácticamente nada.
Posteriormente, se filtró que la meta de mayo no consistía en superar al PP en todas las plazas, sino en retener las plazas autonómicas más importantes.
Conviene prestar buena atención a ese juego de manos, porque parece una frase casual y hasta con sentido, pero es un truco, un ejercicio de manipulación comparable al juego de la bolita y los tres cubiletes. Así que atención, querido lector:
Si usted levanta el primer cubilete, el de las urnas municipales, Sánchez no se juega nada ante el escenario muy verosímil de que los populares superen en el recuento a los socialistas. No hay bolita. Pierde usted.
Si usted levanta el segundo cubilete, el de las comunidades autónomas donde el PP llegue a la mayoría absoluta de los votos, Sánchez no se juega nada, porque esos territorios no importan, a nadie debería importarle que el PSOE pueda acabar tercero en Madrid. Será inocuo en diciembre con absoluta certeza. No hay bolita. Pierde usted.
Y si usted levanta el tercer cubilete, el de las regiones donde los socialistas pueden terminar siendo rebasados en sufragios por los populares, Sánchez no se juega nada, porque no son territorios importantes. No hay bolita, pierde usted.
¿Cuáles son las plazas importantes? No existen. Será lo que quede después de los votos, después del recuento, después de los pactos.
De manera que la bolita del 28-M llegará bien entrado junio y puede terminar siendo conservar la Comunidad Valenciana, como vienen contando últimamente. Y si no es esa, será otra. La que sea.
Hace falta tener mucho cuajo para sostener que la clave de las generales estará en que Ximo Puig conserve su Gobierno, por ejemplo, gracias a un solo escaño y teniendo menos votos que el candidato popular. ¿Alguien puede creer que un caso así puede servir para que las mujeres y hombres valencianos que voten PP en mayo pasen felizmente a votar Sánchez en diciembre?
El poder de lo simbólico, dicen. El estado anímico, dicen. Lo dicen como si los números no pesasen, como si los votos de los ciudadanos no importasen, como si las elecciones funcionasen con el combustible del pensamiento mágico y del sentimentalismo...
El departamento de intoxicaciones del sanchismo está trabajando para que en la noche del 28-M no se hable de votos. Es una manera de asumir que la derrota en las municipales es irremediable. Es una forma de renunciar a la competición en que la mayoría absoluta del PP es viable. Y es un recurso para ocultar el masivo declive de los respaldos al PSOE en vísperas de las generales. Pero, sobre todo, es la demostración palpable de la degradación que está sufriendo el Partido Socialista en lo más profundo de su personalidad.
El partido, que siempre se distinguió por su vocación mayoritaria, ha perdido en estos años su voluntad de ganar en sufragios y hoy se conforma con articular coaliciones de perdedores con quien sea y donde pueda.
No va a ocurrir en muchos sitios. El Partido Popular ganará las próximas elecciones municipales porque tendrá más votos que el PSOE. Hoy gobierna en 12 capitales. Lo más probable es que no pierda ninguna. En el peor de sus escenarios, superará tranquilamente las 20, en el mejor, rebasará el listón de las 30.
El Partido Popular gobierna en cinco comunidades autónomas: Galicia, Castilla y León, Andalucía, Murcia y Madrid. En mayo, solo se vota en las dos últimas. Y, con toda seguridad, puede darse por hecho que las ganará en votos, quizá con mayoría(s) absoluta(s).
El Partido Popular está hoy en condiciones de ganar las elecciones autonómicas del 28-M, superando al PSOE en La Rioja, Baleares, Cantabria, Comunidad Valenciana y Aragón. Si sumamos estos territorios a los anteriores, estamos por encima de los 31 millones de población.
Previsiblemente, el Partido Socialista ganará las elecciones al PP en cinco regiones: Canarias, Asturias, Navarra, Extremadura y Castilla-La Mancha. Menos de siete millones de habitantes en total.
Durante la noche del recuento, podremos ver el marcador de los votos, reconoceremos la dirección de la voluntad popular mirando quién ha ganado en cada sitio y cuál es la imagen general. Después se verá qué hace cada partido en cada lugar con sus escaños y sus concejales, el mapa de la Administración, lo posterior a las elecciones. La bolita.
Si algo ha penalizado a los socialistas durante toda esta legislatura es la falta de autonomía política de Sánchez, el hecho de estar atado de pies y manos por partidos más pequeños que han terminado mandando más que él. Su desinterés por la política a cambio de su obsesión por los atributos del poder.
Esgrimir que la articulación de gobiernos autonómicos de perdedores, más fragmentados, va a servirle al PSOE para recuperar la confianza perdida en lugar de para agravar la desconfianza es, en el mejor intencionado de los casos, un ejercicio de voluntarismo destinado a darse de bruces con la realidad. En el peor, una estafa.
Desde hace semanas, la Moncloa viene inyectando en la opinión pública una maniobra de distracción que está pasando completamente bajo el radar. Mediante la intoxicación a los periodistas y la distribución de consignas a los tertulianos partidarios, tratan de introducir en el cuerpo social un marco discursivo que iluminarán a partir del 28 de mayo, sea cual sea el veredicto de las urnas. La idea es tan sencilla como falsa: consiste en convencer a los españoles de que el partido que obtenga más votos no será el que gane las elecciones.
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