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La razón trascendente de la investidura
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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La razón trascendente de la investidura

Los españoles nos encontramos ante la posibilidad de que haya una o dos investiduras y ante la certeza de que solo una será sistémica

Foto: Felipe VI recibe al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Pool/Sebastián Mariscal Martínez)
Felipe VI recibe al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Pool/Sebastián Mariscal Martínez)
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Esta semana, tenemos la conversación nacional tomada por el calor y dos serpientes de verano: Rubiales y Tailandia. Sin embargo, lo que viene será más duradero. Y también más dramático. Habrá especulaciones y descalificaciones, se descorcharán los bulos, la actualidad nos vendrá teñida de telerrealidad. Veremos niebla de guerra en el paisaje entero de septiembre. Pero, a pesar de todo, habrá un momento de verdad: una investidura en un tiempo crítico para España.

Veremos esfuerzos para aguar su trascendencia a ojos de la opinión pública. Los sherpas del oficialismo ya están marcando el camino, colocando el epíteto fracasada que seleccionó la Moncloa. Les seguirá la tropa tertuliana, con entusiasmo militar y el encargo adicional de seguir blanqueando la amnistía. Y, mientras tanto, desde la vertiente digital, vendrá el esparcimiento de todo tipo de conspiraciones en torno al PP.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante una rueda de prensa tras la recepción con el rey Felipe VI. (Europa Press/Alejandro Martínez Vélez)
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Los mismos autores que denunciaron —con gran escándalo moral fingido— la deshumanización de Sánchez guionizan, ruedan y proyectan en modo multicanal nuevos y violentos capítulos para la destrucción de Feijóo. El populismo también se distingue por la capacidad de victimización que despliega el agresor.

Las especulaciones no podrán evitarse. Solo hay tres caminos hacia la viabilidad de la investidura: cuatro votos del PSOE, la abstención del PNV o el mutis de la muchachada de Puigdemont. Todo parece indicar que el interés se irá concentrando en torno a este último, quien, de momento, no ha dicho “esta boca es mía” respecto a la investidura de los populares.

Lo previsible es que no levante sus cartas hasta el final. Su silencio refuerza su posición de fuerza. Sánchez está muy exigido ahora, tiene que acelerar para cerrar su negociación con el de Girona antes de que el gallego comience su discurso de investidura. Lo demás es una ruleta rusa.

Y acelerar significa ceder. No firmar donde se indique en Waterloo es una jugada de alto riesgo para quien viene de ver la muerte en la carrera hacia las urnas. Visto así, parece claro que tiene un problema. Contemplado en modo panorámico, el apreteu de los separatistas supone un problemón para nuestro país. Estamos ante una partida a todo o nada.

Precisamente por eso, la primera investidura será un trance trascendente, porque será sistémica y la siguiente no. Y el carácter sistémico o antisistémico del próximo Ejecutivo no será inocuo para nuestra sociedad.

Foto: Felipe VI y Pedro Sánchez. (EFE/Chema Moya)
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Cuando una investidura es sistémica, se presenta un programa de gobierno que básicamente se estructura en tres pilares: proteger a la democracia del deterioro mientras se fortalece la cohesión del país, proteger la libertad de mercado mientras se expanden las oportunidades y proteger el futuro mientras se aplica una serie de reformas que evitan la obsolescencia de la Administración.

En esos tres puntos es donde se encuentran las fuerzas centrales —la socialdemocracia, los liberales y los conservadores de las democracias occidentales—. La alternancia en el ejercicio del poder entre esas corrientes ideológicas cuenta la historia del progreso posterior a la Segunda Guerra Mundial, y la capacidad de entendimiento entre ellas marca el funcionamiento político estable en las naciones vecinas.

Esa alternancia no es un mero juego de matices. Resulta muy tangible. Las diferencias entre las consecuencias de que el Gobierno sea de un color político o de otro pueden ser enormes y con frecuencia lo son. Pero siempre, siempre, son consecuencias irreversibles, porque ni socialdemócratas ni conservadores se salen nunca de lo que hemos señalado trascendental.

Foto: La presidenta del Congreso, Francina Armengol (d), y Felipe VI. (EFE/Pool/Chema Moya) Opinión

Es imposible que un socialdemócrata pueda coincidir con el programa de gobierno que presentará Feijóo. Seguramente pensará que resulta insuficiente en materia de igualdad, o en la cuestión salarial, o poco ambicioso respecto a lo territorial. Ahora bien, no podrá discutir que el del PP está ubicado en el espacio de lo sistémico —democracia, economía de mercado y reformas—. Hasta ahí, todo normal.

La novedad radica en que para ese mismo socialdemócrata resulta intelectualmente imposible calificar como socialdemócrata el programa de gobierno que podría presentar Sánchez a continuación. Podrá esgrimir motivos sentimentales muy respetables para respaldarlo, pero, racionalmente, no lo podrá justificar, porque la hoja de ruta será genéticamente antisistémica.

En lo que concierne a la salud de la democracia, a sus constantes vitales, un Gobierno socialdemócrata no seca cualquier vía de entendimiento con el otro partido central, no violenta los mecanismos de separación de poderes, no busca atajos legales, no legisla ad hominem, no coloniza las instituciones, no emplea el dinero público en propaganda, no somete su acción al capricho de las minorías, no acepta ni escucha nada que remotamente pueda parecerse a un intento de erosión o destrucción de la arquitectura constitucional. Con la suma de Sánchez, todo eso no puede ir a menos, solo puede ir a más.

Respecto a la economía de mercado, un Gobierno socialdemócrata no toma medidas que empobrezcan a las clases medias, no pone en peligro la seguridad jurídica, no ataca ni amenaza a los empresarios —o a trabajadores como los camioneros, a quienes insultó—, no machaca a los autónomos, no dispara la deuda pública, no quiebra el principio de solidaridad intergeneracional, no promueve el clientelismo de los populistas mediante subvenciones que apagan los ascensores sociales, no compra recetas a los comunistas, no rompe el principio de igualdad entre ciudadanos de un mismo país, esto es, no permite que un chaval nacido en Cádiz vaya a tener menos oportunidades que otro nacido en Donosti. Con la suma de Sánchez, todo eso no puede ir a menos, solo puede ir a más.

Sobre las reformas, un Gobierno socialdemócrata no niega la evidente necesidad de consensos condenando a la sociedad al bloqueo de las grandes cuestiones, no oscurece la transparencia cuando más fácil es aumentarla, no utiliza la sanidad como herramienta electoral cuando es evidente la necesidad de actualización a escala nacional, no instrumentaliza la política exterior como si fuese una pasarela, no da cambios de 180 grados como en lo de Marruecos sin dar explicaciones en el Parlamento, no convierte el español en una asignatura prescindible en las aulas, no admite que haya zonas —como pasa con el deporte— que parecen enfangadas de corrupción, no tolera ni la más mínima sombra de duda sobre las fuerzas de seguridad ni los órganos de inteligencia del país, no divide al feminismo nombrando dogmáticas que hacen de su gestión el mayor de los espantos. Con la suma de Sánchez, todo eso no puede ir a menos, solo puede ir a más.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el Congreso (REUTERS/Violeta Santos Moura)

Como resultado menor de la evidencia anterior, quien quiera esa suma sin ruborizarse intelectualmente podrá calificarse a sí mismo de independentista, de nacionalista, de comunista, de populista o de sanchista si lo prefiere. Pero, aunque solo sea por respeto a la causa y hasta por honestidad, no debería definirse como socialdemócrata.

Y como resultado mayor, trascendente, los españoles nos encontramos ante la posibilidad de que haya una o dos investiduras y ante la certeza de que solo una será sistémica. Con sus carencias, seguro. Pero democracia, economía y reformas.

Esta semana, tenemos la conversación nacional tomada por el calor y dos serpientes de verano: Rubiales y Tailandia. Sin embargo, lo que viene será más duradero. Y también más dramático. Habrá especulaciones y descalificaciones, se descorcharán los bulos, la actualidad nos vendrá teñida de telerrealidad. Veremos niebla de guerra en el paisaje entero de septiembre. Pero, a pesar de todo, habrá un momento de verdad: una investidura en un tiempo crítico para España.

Alberto Núñez Feijóo
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