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'La purga' y otros 'relatos salvajes' del sanchismo
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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'La purga' y otros 'relatos salvajes' del sanchismo

Gustará más o gustará menos, pero han pasado ya casi veinte años desde que se nos ofreció la última gran promesa política de país. Fue Zapatero quien articuló una oferta de modernidad, igualdad y avances en derechos

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Daniel González)
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Daniel González)
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Los cinéfilos suelen debatir sobre cuál fue el mejor año de la historia del cine. En general suele señalarse la añada de 1939 (La diligencia, Caballero sin espada, Lo que el viento se llevó, Cumbres borrascosas, Las uvas de la ira…), seguida de 1941 (Ciudadano Kane, ¡Qué verde era mi valle!, El halcón maltés, La loba, Bola de fuego…).

Hay ya más dudas respecto al bronce, con cierto consenso en torno a 1958 (Vértigo, Senderos de gloria, Sed de mal, Testigo de cargo, Buenos días tristeza…). Y, por primera vez en muchísimo tiempo, cierta esperanza de que 2023 consiga terminar colándose en ese pódium.

Foto: Estreno de 'Barbie' en Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez) Opinión
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Tras el taquillazo de Barbie que ha insuflado vida a nuestras salas, el ejercicio de estilo de Wes Anderson con Asteroid City, y el Oppenheimer del genial Nolan, nos espera un otoño fastuoso. Sáquense el abono.

Vienen los estrenos de Killers of the flower moon (Martin Scorsese), Napoleón (Ridley Scott) Priscilla (Sofia Coppola), The killer (David Fincher), El sol del futuro (Nanni Moretti), Dune 2 (Dennis Villeneuve) y, ojo a esta porque puede hacer historia, Pobres historias de Yorgos Lanthimos.

Afortunadamente, como la novela, el cine sigue empeñado en mantener viva la capacidad de juntar a los seres humanos alrededor del fuego para que compartamos historias.

Foto: Fotograma de Barbie.

Desgraciadamente, no nos ocurre lo mismo con la política que, por voluntad propia, parece haber perdido la vocación de reunir a la sociedad en torno al relato, al recorrido compartido.

Gustará más o gustará menos, pero han pasado ya casi veinte años desde que se nos ofreció la última gran promesa política de país. Fue Zapatero quien articuló una oferta de modernidad, igualdad y avances en derechos y libertades al conjunto de España. Después no hemos visto nada parecido.

Como lúcidamente señala Byung-Chul Han en La crisis de la narración, el discurso político ha pasado al storytelling que no es otra cosa que storyselling: "Hoy carecemos justamente de narrativas de futuro que nos permitan concebir esperanzas. Vamos tropezando de una crisis a la siguiente".

Foto: El director Yorgos Lathimos en el Festival de Venecia. (Reuters/Guglielmo Mangiapane)

Esa degeneración en el discurso político responde a la digitalización (al imperio del big data) pero también a la polarización. Sin darnos cuenta, hemos ido permitiendo que las historias de reunión en torno al fuego colectivo, al futuro, sean sustituidas por las historias de parte diseñadas para partirnos.

Tan es así, que en este año de grandes relatos de celuloide, la película de la política española no puede ofrecer una narración continua capaz de albergarnos, sino una colisión de historias violentas que solo nos llevan a la decadencia y al enfrentamiento.

Nuestro largometraje es, en el fondo, un recipiente de distintas formas de alentar los peores instintos, blanqueando y glorificando diferentes expresiones de crueldad y de irracionalidad. Algo parecido a la producción argentina de 2014 Relatos salvajes. Episodios que parecen dispares, pero están hilados con el hilo común de la brutalidad.

Con el único objetivo de mantenerse, el gobierno está dispuesto a legislar para que ninguno de los delitos cometidos por los indepes sea delito

Aquí Los relatos salvajes del sanchismo podrían comenzar con una adaptación de la idea central de La purga (James DeMonaco, 2013). Allí, un gobierno decreta que durante 12 horas se podrán cometer todos los delitos posibles sin que haya ningún tipo de responsabilidad judicial. Aquí, nos está pasando en estas semanas de triste preludio en el desmontaje de nuestro andamiaje constitucional.

La única diferencia está en que ese paréntesis temporal no se declina en presente ni en futuro, se conjuga en pasado. Con el único objetivo de mantenerse en el poder, el gobierno está dispuesto a legislar para que ninguno de los delitos cometidos durante el golpe de los indepes sea delito. Es decir, está emitiendo un doble certificado: uno de impunidad y otro de vuelva usted mañana.

La segunda pieza de la versión de estos relatos salvajes a la que asistimos los españoles podría juguetear con la idea del borrado de memoria que vertebra el largometraje Eternal sunshine of the spotless mind (Michael Grondy, 2004).

Foto: Nicolás Redondo Terreros, en una entrevista para El Confidencial. (Olmo Calvo)

En esa película el reseteo de los recuerdos es voluntario, las dos partes de la pareja consintieron libremente el mutuo vaciado de sus recuerdos. Lo mismo puede decirse sobre el raspado de la memoria que está viviéndose en la militancia socialista. Esta mansedumbre de los militantes no es un ejercicio de inocencia. Su olvido de los valores y su despreciativo abandono a los padres fundadores son pruebas de sumisión al cesarismo y de enfrentamiento con el interés objetivo del país, completamente impropias de las siglas que dicen representar.

El tercer episodio podría estar inspirado en Memento (Christopher Nolan, 2000) pero con una vuelta de tuerca. El protagonista sufre de amnesia y tiene el cuerpo lleno de tatuajes con los que pretende seguir sus propias instrucciones.

Es un tipo de amnesia muy poco común. Puede realizar acciones cotidianas, dar el pego en sociedad. Pero no alcanza a recordar lo que acaba de hacer, lo que decía hace un rato, su propósito. Las palabras y los hechos no tienen sentido ni valor para él. El giro se desvela justo ahora, cuando los espectadores descubren que los tatuajes en la piel del protagonista se lo han escrito otros. Él no es propietario de su guion, se lo están dictando desde Waterloo.

Foto: Évole y Ternera (de espaldas), en una imagen del documental. (Netflix)

El cuarto capítulo ya está cocinado. Tiene pinta de entrevista de Jordi Évole a Josu Tenera, pero apunta a contener la banalización de la violencia que demanda el poder político para legitimarse. El reciclaje del terrorismo en negocio político y económico. American psycho (Mary Harron, 2000): "Tengo todas las características de un ser humano: carne, sangre, piel, pelo. Pero ninguna emoción clara e identificable, excepto la avaricia y la aversión".

Se podrían añadir más, claro. Cada semana nos ofrece un relato salvaje nuevo. La expulsión de Nicolás Redondo encaja con los métodos de Calígula (Tino Brass 1979), aunque en el fondo sea una señal de nerviosismo y debilidad. Da igual, los próximos días nos traerán otra y así sucesivamente porque esta es la dinámica en la que estamos inmersos.

Lo trascendental de estas historias y de la que vendrán es que la instalación en este presente permanente y sórdido y la desaparición del futuro en el discurso sanchista, están debilitando el sentido de nuestra comunidad y tratándonos a unos y otros como si fuésemos mercancía, convirtiéndonos en carne de cañón para la polarización mientras se nos roba el derecho a la esperanza y los destituyentes, sonrientes, arramplan con todo.

Los cinéfilos suelen debatir sobre cuál fue el mejor año de la historia del cine. En general suele señalarse la añada de 1939 (La diligencia, Caballero sin espada, Lo que el viento se llevó, Cumbres borrascosas, Las uvas de la ira…), seguida de 1941 (Ciudadano Kane, ¡Qué verde era mi valle!, El halcón maltés, La loba, Bola de fuego…).

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