Crónicas desde el frente viral
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Ojito a la calle: desdoblamiento estratégico del PP
El Partido Popular va a poder hacer oposición también desde la calle, y esa confirmación puede tener más trascendencia a corto y medio plazo que la propia investidura de Feijóo
El acto contra la amnistía terminó. Y el PP corrió a contar que se habían visto sorprendidos por el volumen de la movilización. No se lo crean, un acto de esta envergadura se trabaja al máximo y se calcula al milímetro. La clave no está en la fingida sorpresa redactada en el departamento de comunicación, sino en la comprobación deseada por la dirección de la calle Génova. Han pasado la prueba: el Partido Popular va a poder hacer oposición también desde la calle, y esa confirmación puede tener más trascendencia a corto y medio plazo que la propia investidura de Feijóo. Ojo a ese desdoblamiento estratégico, a esa ampliación del campo de la contienda, porque existe un precedente y no les funcionó mal.
Fuera de las sedes partidarias, nadie se imagina el volumen de esfuerzo necesario para un acto talla XXL. Todas las terminales se activan. A tope en Madrid, donde cada una de las sedes de cada barrio y de cada localidad recibió la indicación del número de personas que tendría que aportar.
Y exactamente lo mismo sucedió en los demás territorios. Por supuesto los más cercanos, pero no solo. Todos han recibido órdenes con distintas cifras, pero la misma unidad de medida, los autobuses. Y todos los dirigentes recibieron la llamada: “Tienes que estar”. Así, a pleno pulmón orgánico, es como se garantiza la imagen de lleno. Una labor mucho más fácil cuando hay poder municipal y autonómico, cuando no faltan los recursos.
El resto te lo añaden o te lo quitan el clima social y el talento en las cuestiones operativas. Trasladar la convocatoria de plaza España a plaza de Felipe II fue un acierto porque la zona es más propicia y porque el lugar es menos cuadrado, más estrecho pero más largo, muchísimo mejor en términos de imagen.
Mientras tanto, los de comunicación van hilando fino. Se empezó vendiendo lo del domingo como una manifestación, luego como una concentración y fue restringiéndose el mensaje poco a poco para dejar clara, sin hacerla demasiado explícita, la idea de que era un acto de partido en toda regla.
La ejecución fue de carril, los discursos iban medidos. No hubo sorpresas. Nada del otro mundo en el conjunto, pero objetivo cumplido. Y eso que la prueba contenía bastantes riesgos.
Pinchar en asistencia, emitir la sensación de división, cualquier desliz o fallo a dos días de la investidura habrían generado una situación bien difícil de manejar. Pero no fue así. Los populares salieron del acto creyendo que han recuperado músculo, y pensando que, a día de hoy, no hay otro partido en España con mayor capacidad de movilización social.
Parece algo a tener en cuenta dadas las circunstancias: la legislatura puede ser corta si el sanchismo se mantiene en el poder, con toda seguridad no será tranquila y, en el Parlamento, Feijóo solo podrá ejercer una oposición 100% confrontativa. Por lo tanto, se hace muy difícil pensar que tardaremos en ver nuevas movilizaciones.
Creo que la calle jugará un papel decisivo en la estrategia del PP. Y lo creo porque existen las condiciones necesarias para que esto se produzca (fortaleza del partido por la vía del poder y los consiguientes ingresos), porque habrá casus belli de sobra (desde el programa de Puigdemont al rechazo a Sánchez, pasando por la situación de las clases medias), porque la oportunidad de impedir que Vox levante cabeza agitando las clases medias es obvia, y porque existe un precedente que conviene estudiar.
La calle jugará un papel decisivo en la estrategia del PP. Y lo creo porque existen las condiciones necesarias para que esto se produzca
El resultado de las últimas elecciones generales fue una sorpresa. Pero no ha sido la primera. En 2004, también sucedió lo inesperado. Y entonces, el liderazgo de Rajoy estuvo igual o más contestado que el de Feijóo ahora. Hizo falta mucho trabajo para amasar a la organización, pero la movilización social contribuyó muchísimo a mantener y reforzar el liderazgo y a mantener vivas las opciones electorales.
Durante aquellos años, fueron muchas las manifestaciones que se celebraron, también en el madrileño barrio de Salamanca, fundamentalmente en torno a la familia, en más de una ocasión con obispos de la mano.
Todo aquello alejó al PP del voto femenino y de las capas electorales más jóvenes. De hecho, aquella apuesta netamente conservadora desplazó ideológicamente al PP alejándolo del centro. Y, sin embargo, sirvió.
¿Para qué sirvió? Para generar tres tensiones complementarias. Primero, la tensión orgánica: los grandes partidos tienen una cultura orgánica muy consolidada. Ante las grandes citas políticas (elecciones, hitos parlamentarios…) y sociales (movilizaciones) activan el modo de combate.
Cuando eso ocurre, se acaban las conspiraciones, toda la organización aparca lo interno y se vuelca en la consecución del máximo rendimiento posible. Más PP en la calle puede significar menos ruido en los pasillos.
Segundo, la tensión mediática: los medios conservadores son mucho menos disciplinados que los progresistas (el dinero de la Moncloa genera adhesiones tan forzadas y vergonzantes como las que estamos viendo con la amnistía).
No hay una derecha, sino muchas, y cuando la opinión publicada no tiene qué decir contra el Gobierno mira hacia la sede del PP, especula con posibles sucesiones, le presta más atención a Vox… Todo eso lo hemos visto en infinidad de ocasiones durante estos últimos años. Más PP en la calle puede significar menos dudas en la conversación conservadora.
Tercero, la tensión electoral: la mayor amenaza para los populares se localiza en el peligro de debilitamiento de su lealtad de voto, la mayor oportunidad en su capacidad de atraer a los electores socialistas que al final no votaron a los de Feijóo en las últimas elecciones generales porque se replegaron.
Por lo tanto, necesita consolidar y ampliar la percepción de partido alfa de la derecha, al mismo tiempo que ofrece una alternativa clara a los electores templados progresistas. ¿Puede bastar el Parlamento para conseguirlo? No. Más PP en la calle puede significar más potencia social como alternativa política.
Zapatero alcanzó la victoria en 2008, cuando la crisis económica no había estallado, después de hacer una campaña electoral que todavía no ha sido superada en España, apoyándose en la defensa de los derechos y libertades conseguidos durante su primer mandato. Pero Rajoy, poca gente lo recuerda, mejoró en tres puntos sus resultados llegando al 40% de los votos.
Por lo tanto, puede concluirse que la estrategia de ampliar hasta la calle la política de oposición ya le funcionó al PP una vez. La diferencia ahora, no menor, radica en que ya no estamos hablando de derechos y de libertades sino de la unidad de España. Ese es un motor con mayor potencia de movilización, que puede darle más fuerza al PP frente a Vox y que puede atraer a más votantes progresistas. Apuesten a que habrá más calle.
El acto contra la amnistía terminó. Y el PP corrió a contar que se habían visto sorprendidos por el volumen de la movilización. No se lo crean, un acto de esta envergadura se trabaja al máximo y se calcula al milímetro. La clave no está en la fingida sorpresa redactada en el departamento de comunicación, sino en la comprobación deseada por la dirección de la calle Génova. Han pasado la prueba: el Partido Popular va a poder hacer oposición también desde la calle, y esa confirmación puede tener más trascendencia a corto y medio plazo que la propia investidura de Feijóo. Ojo a ese desdoblamiento estratégico, a esa ampliación del campo de la contienda, porque existe un precedente y no les funcionó mal.