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Manual del buen antisemita. Edición 2023
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Manual del buen antisemita. Edición 2023

Huye de calificar a Hamás como lo que es: una organización terrorista y procede a la sentimentalización para inducir al público a intuir que es el único representante válido de toda la población palestina

Foto: Conflicto en Oriente Medio: imagen de Gaza.
Conflicto en Oriente Medio: imagen de Gaza.
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"Bueno", lo que se dice "bueno", "bueno", no hay ninguno. Pero todos se creen el remedio definitivo contra el mal. Y todos se envuelven en grandes causas. Ahora nos pasa con la extrema izquierda de aquí y también en Francia con los de Melenchon o en el Reino Unido con los de Corbyn. Unos y otros siguen un manual discursivo que bien podría contarse en diez pasos.

Uno: el terrorismo no existe. El buen antisemita huye de calificar a Hamás como lo que es: una organización terrorista. Ese grupo, en su propia carta fundacional de 1988, se define como una fuerza orientada a la aniquilación de Israel y partidaria de la "yihad" (guerra santa) como método para la posterior implantación de una "sharia" (una dictadura teocrática).

Dos: no hay terroristas. Negada la raíz de los hechos, el servicial antisemita procede a la ocultación de las conexiones. El Ministro de Exteriores iraní se refirió recientemente al "eje de la resistencia" del que forman parte los siguientes grupos: Hezbolá (Líbano), las milicias chiitas (Irak, Pakistán y Afganistán), los hutíes de Yemen y los sunitas de Hamás. Quienes fomentan y amparan el terror hablan con mayor claridad que quienes reman para ellos en nuestros países. Pero nuestra sociedad necesita tener presente que Hamás forma parte de un entramado terrorista que tiene como fin último derrotar al modelo democrático e instalar la teocracia en su lugar, en nuestras calles.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden, y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. (Reuters/Avi Ohayon/GPO/dpa)

Tres: Hamás tiene el 100% de la legitimidad. Ya desactivados los canales de razonamiento, se procede a la sentimentalización para inducir al público a intuir que Hamás es el único representante válido de toda la población palestina. Tampoco es cierto. Carecen de legitimidad democrática. Las últimas elecciones que se celebraron allí fueron en 2006. Ellos lo han impedido sistemáticamente desde entonces. Por cierto, recurriendo a la mano dura sin dudarlo. Estos terroristas tienen dos enemigos en su diana: el externo (Israel) y el interno (quienes no comulgan con su integrismo).

Cuatro: la explotación alternativa del sufrimiento. El antisemita disciplinado entra ferozmente a discutir si fueron o no fueron 40 los bebés degollados. Y, con el mismo vigor, da por hechos los hechos antes de que estén verificados (como ha ocurrido tras la explosión en el hospital de Gaza).

Muchas mujeres y hombres de Palestina están sufriendo horriblemente. Por supuesto que es necesario empatizar con ellos. Y la mejor manera de hacerlo está en la obligación moral de subrayar que todas esas personas no son únicamente víctimas de la extrema derecha israelí, porque lo son también de quienes dirigen su territorio y las tratan, corrupción mediante, como carne de cañón.

Foto: El presidente de la Fed, Jerome Powell. (Reuters/Brendan McDermid) Opinión

El líder de Hamás no está compartiendo con la población las penurias propiciadas por el ataque que ordenó. Ismail Haniyeh lleva años viviendo a cuerpo de jeque entre Qatar y Turquía. La romantización política desemboca casi siempre en un ejercicio de cinismo del que invariablemente se benefician unas élites.

Cinco: el "No a la paz" y el empleo selectivo de "la diplomacia". Las manifestaciones convocadas por la extrema izquierda en Madrid y en otras capitales occidentales bajo el concepto "solidaridad con Palestina" son festejadas por los de Hamás, pero no alivian la angustia del pueblo palestino. Esas movilizaciones no son un "No a la guerra" porque debajo de esas banderas no se está exigiendo el fin completo de la violencia, no se demanda el final del terrorismo y la apertura de un diálogo que salve vidas.

Ese es un aspecto que se está subrayando poco: quienes hoy defienden los intereses de Hamás son básicamente los mismos que defendían los intereses de Putin antes de la invasión de Ucrania. Antes reclamaban la acción de la diplomacia, en este caso no. Toda su reivindicación consiste en que Israel no haga absolutamente nada tras haber recibido el mayor daño desde 1945.

Foto: Tanque Abrams, en una imagen de archivo. (EFE/Valda Kalnina)

Seis. Seis. Seis: La inversión de la carga. Aquí es donde el antisemita lleva a cabo la apropiación cultural, recurso básico en las guerras culturales. No se queda en denunciar lo mucho que se debe criticar, como los asentamientos ilegales. Dispara por elevación para fijar la demonización. Es Israel quien está ejecutando un genocidio (torpemente, por lo que se ve, ya que la población palestina no ha hecho sino aumentar). En los casos extremos, hasta se compara abiertamente a los judíos con los nazis, aplicando un "argumento" clásico del antisemitismo tal y como recuerda la International Holocaust Remembrance Alliance.

Siete: la prohibición de la individualidad. Asentado el marco anterior, ya se procede al empaquetado de la sociedad israelí completa. Los matices deben erradicarse: del mismo modo en que se da por cierto que Hamás representa a toda la población palestina sin posibilidad de excepción, se da por sabido e indiscutible que toda la población israelí es inevitablemente sionista y enteramente partidaria de la errónea política de Netanyahu. No importa que haya otras posiciones más sensatas, ni que el primer ministro esté discutidísimo desde hace mucho, lo único importante es que todos los israelíes sean iguales, es decir, igual de malvados. La negación de la individualidad como requisito anterior a la deshumanización.

Foto: Foto: Getty/Alexi J. Rosenfeld.

Ocho: el uso alternativo del derecho. El antisemita, crecido ya, deja de respetar dos de los principios basales de la democracia: la igualdad y la proporcionalidad. Los demócratas creemos que el derecho a defenderse debe llevarse a cabo siempre dentro de los márgenes de la ley, ellos no. Nos presentan al terrorista como libertador y a Netanyahu como criminal de guerra, todo mientras Putin les parece un tipo de primera. Esa capacidad de acusar selectivamente es una muestra de bajeza moral y de cobardía que también puede apreciarse, por cierto, respecto a la imposición del burka.

Nueve: la aplicación del silencio frente a la violencia. Una vez que se ha volcado el bidón de gasolina y se ha puesto la caja de cerillas suficientemente cerca, que se ha envenenado el debate y se ha llenado la calle, el antisemita espera a que la tensión siga subiendo hasta el punto de ebullición y termine prendiendo por cualquier sitio. Cuando eso ocurre, como está empezando a poder verse, se aplica el silencio, no se pide pisar el freno, no hay condena, sencillamente, se deja hacer.

Diez: la desestabilización de la democracia. Los antisemitas son antisistémicos. Ese es el motivo político que conecta a la extrema izquierda con este movimiento y luego está, claro, el dinero. Esas dos razones trenzan un nuevo tipo de declinación del clásico "cuanto peor, mejor": cuanto peor para Israel, mejor para los enemigos del modelo democrático y cuanto peor para la democracia, mejor para los extremos. Es en lo que estamos, en esa islamizada retroalimentación de intereses.

"Bueno", lo que se dice "bueno", "bueno", no hay ninguno. Pero todos se creen el remedio definitivo contra el mal. Y todos se envuelven en grandes causas. Ahora nos pasa con la extrema izquierda de aquí y también en Francia con los de Melenchon o en el Reino Unido con los de Corbyn. Unos y otros siguen un manual discursivo que bien podría contarse en diez pasos.

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