Crónicas desde el frente viral
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Proyecto Feijóo: tres retos
No es nada sencilla la tarea que Feijóo y su equipo tienen por delante. Pero el PP está más fuerte de lo que estaba y todos sus adversarios están más debilitados
El PP no llegará a la Moncloa hasta que Vox se convierta en una fuerza marginal, esa es la verdad que la derecha debe asimilar si quiere hacer algo más productivo que quejarse y protestar.
Y para eso Feijóo necesita ofrecer lo que no estuvo en condiciones de ofrecer y puede comenzar a levantar ahora: un partido contemporáneo con un proyecto político para España.
Llegó al liderazgo del PP, tras la nefasta gestión de Casado, con la organización en la situación más crítica de su historia:
Electoralmente, en la zona del empate con Vox, según las estimaciones de todas las casas de encuestas.
Internamente, se había aplicado un genocidio de talento que provocó una evidente anemia competitiva (todavía no superada).
Ideológicamente, estaba incrustado el complejo de la “derechita cobarde” que provocaba bandazos, sobreactuaciones y falta de sustancia general.
A las dificultades anteriores, se añadían las marcadas en el calendario con todo tipo de elecciones por delante. Por lo tanto, las urgencias apretaban, el objetivo era claro (devolver el PP a su ser) y las prioridades resultaban evidentes (operar a corazón abierto, aplicar una rehabilitación exprés y volver a caminar cuanto antes).
Un año y medio después, el PP tiene tres millones de votos más de los que tenía, la mayoría en el Senado e incontables gobiernos municipales y autonómicos. No tuvo números suficientes para gobernar. Pero supera a Vox en más de 100 diputados. Ha dejado zanjada la batalla por el liderazgo de la derecha. Y ahora tiene, sobre todo tiene, tiempo por delante.
Para que haya alternancia política, ni siquiera resulta imprescindible que desaparezcan los de Abascal. Puede bastar con que estos se queden donde antes estuvo Ciudadanos, es decir, en la zona del 7%.
Será en la frontera electoral del bipartidismo donde se decidirá el color del próximo Gobierno. El siguiente arco parlamentario se terminará de dirimir en esa zona, por la que no dejarán de transitar hasta dos millones de votantes.
¿Qué tendría que hacer el PP para atraer más de un millón de votantes socialistas? Consolidar un modelo de oposición eficaz, competir de una manera más eficiente y presentar un proyecto de país tan ambicioso como posible. En el fondo, algo bastante parecido a lo que Aznar fue capaz de articular en la legislatura 1993-1996.
La primera clave es la más sencilla de las tres. El modelo de oposición a Sánchez viene prácticamente dictado por las circunstancias actuales.
Su situación de dependencia respecto a las fuerzas destituyentes impide una relación de mano tendida, e invita a la constante explotación de las contradicciones entre las fuerzas que conforman esa mayoría parlamentaria.
Y su bajísima credibilidad lo marca como único objetivo a batir. Cada minuto que dedique el PP a atacar a los distintos ministros nombrados por Sánchez serán 60 segundos desaprovechados. Veremos provocaciones y cortinas de humo semanales. Y habrá que ver si el PP es capaz de mantener la disciplina necesaria para seguir percutiendo en el mismo punto. Hasta el momento, han caído inocentemente en muchas maniobras de distracción.
El segundo empeño es el más exigente. El PP dejó de ser un aparato electoralmente temible hace ya un montón de años. Mal que bien, a pesar de todo, siguió siendo reconocible y competitivo en la etapa de Rajoy. Pero la pérdida de músculo, profesionalidad y talento posterior ha sido tremenda.
En las circunstancias actuales de los populares, la construcción de una estrella de la muerte electoral no debería ser una opción sino una obligación. Y más todavía frente a un 2024 que plantea bastantes retos y una importante amenaza. Es probable que el PP obtenga resultados satisfactorios en tres de las próximas citas electorales (Europa, País Vasco y Cataluña). Pero existe el riesgo cierto de que pierda la mayoría en Galicia. En esa fecha, el proyecto de Feijóo se presentará a una prueba que podría resultar definitiva.
Para competir de una manera eficiente, no bastará con resintonizar el PP con el sentir social y con la comunicación actual. Necesitarán, además, sincronizar todo el poder territorial que tienen, las dos cámaras parlamentarias, la delegación en el Parlamento Europeo, de manera que de cada esfuerzo pueda extraerse el mayor rendimiento, evitando distorsiones en el mensaje y diferencias de criterio. PoneR en marcha esa relojería al completo no es fácil, lleva su tiempo.
La tercera tarea es la más lenta y trabajosa. Feijóo no tuvo margen para perfilar su oferta política a los españoles y lo terminó pagando en la campaña de las generales. Derogar el sanchismo es un incentivo negativo para el voto, un resorte. Pero no es un proyecto político, una promesa de país.
Aznar supo ofrecer un producto contemporáneo a la España de 1996 y Feijóo tiene ahora una legislatura entera para poder configurarlo.
El sentido común indica que todo lo referente a la vida pública podría declinarse fácilmente desde el marco de la reparación. La percepción de que el sanchismo está dañando algunos de los nervios más centrales del sistema democrático está ya instalada hasta en buena parte del electorado socialista. Por otro lado, la arquitectura territorial puede canalizarse dando más potencia (y no menos) al espíritu autonómico del 78.
Todo lo concerniente a la economía debería fundamentarse en torno al sujeto más maltratado desde 2008: las clases medias. El PP mantiene como atributos de marca la gestión y la seguridad. Pero el deterioro de la capacidad de compra, el agobio de los impuestos y la desaparición de las oportunidades (combinados con el trato desigual a los españoles en función de su lugar de residencia) le están abriendo al PP la posibilidad de plantear la competición en los ámbitos de la protección y hasta de la igualdad.
En el diseño del modelo productivo, del papel de España en el mundo, de las políticas sociales y de los movimientos migratorios, hay también amplios márgenes de ensanchamiento para los populares.
Sin embargo, esta vez el PP tendrá que hacer algo más de lo que hizo en 1996. Tendrá que armarse ideológicamente para no achantarse ni rehuir las guerras culturales en las que con tanta frecuencia termina atascado y hasta desbordado, desterrado hacia el pasado. En todo lo referente a los derechos y libertades, el PP se encuentra ante la ocasión palmaria de ocupar el espacio que la polarización y la hegemonía woke están dejando vacío, puede definirse como liberal y no aceptar ninguna superioridad moral.
No es nada sencilla la tarea que Feijóo y su equipo tienen por delante. Pero el PP está más fuerte de lo que estaba y todos sus adversarios están más debilitados. Mañana comienza una legislatura que será perdida. La paradoja está en que siendo yerma como será, nos resultará también apasionante.
El PP no llegará a la Moncloa hasta que Vox se convierta en una fuerza marginal, esa es la verdad que la derecha debe asimilar si quiere hacer algo más productivo que quejarse y protestar.