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Pablo Pombo

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Operación Cataluña: el contragolpe

No resulta descabellado preguntarse si nos estamos acercando a otro despliegue electoral sucio. No parece disparatado plantear que los socialistas repitan lo que les funcionó

Foto: El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE/Cabalar)
El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE/Cabalar)
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La sentimentalización de lo político implica la conversión del ciudadano en un crío, al despojarlo de su racionalidad. Y conlleva, también, la instalación de un ambiente propicio para que el poder pueda inyectar estados emocionales alterados durante los episodios más sensibles.

Entre esos momentos, de amenaza a sus intereses, destacan los procesos electorales y los periodos que ponen en peligro la legitimidad moral del poderoso.

A lo largo de las tres últimas citas con las urnas, el Partido Socialista ha recurrido a la misma plantilla de campaña en las semanas anteriores al tramo final.

Antes de mayo, de julio y de las elecciones gallegas, vimos a ese partido anunciando medidas destinadas a las capas más jóvenes de la sociedad. La intención de blanquear la marca es evidente.

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Y en dos casos, se representaron crisis de carácter ecológico. Pasó en Doñana antes de las municipales y autonómicas. Y ha pasado con los pellets gallegos, aunque de una manera más chapucera.

A varias semanas del Día D, en ninguna de las tres ocasiones señaladas se detectaron cambios significativos desde los sismógrafos demoscópicos.

Foto: Ilustración: Laura Martín.
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Sin embargo, sí que comenzó a cambiar la conversación política. Primero vienen los movimientos subterráneos y luego llega la verdadera batalla electoral.

En la última vuelta de la carrera electoral es donde, cada vez más, busca generarse el corrimiento de tierras que propicie el vuelco deseado de votos. Es la lección que dejaron los últimos 10 días de las generales. Podría faltar poco para que, de nuevo, nos encontrásemos ante la misma secuencia final.

No resulta descabellado preguntarse si nos estamos acercando a otro despliegue electoral sucio. No parece disparatado plantear que los socialistas repitan lo que les funcionó. Y no está despejada la incógnita de si el PP habrá o no sabido aprender de lo que ocurrió en julio.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Cabalar) Opinión

Lo que se ve es que existen todos los ingredientes necesarios. Para generar un necesario estado emocional alterado, tiene que haber una historia que contar, un escenario que la sostenga y dos altavoces para amplificarla (ese es el papel de los tertulianos y esa es la función de las redes).

De ser así, la convención socialista habría echado a andar ya el relato, la comisión parlamentaria sobre la operación Cataluña ofrecería el tablado de las próximas semanas y el resto se desencadenaría después (en los siete días más próximos al 18-F).

El cambio de color en el Gobierno de Galicia no parece lo más probable, pero tampoco es imposible. Es perfectamente previsible que Rajoy vaya a jugar un papel de peso en la competición electoral de su tierra. Cegar sus movimientos ya sería, en sí mismo, un pequeño éxito táctico.

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Desregionalizar la campaña llevándola al debate bipartidista nacional podría darles a los socialistas alguna oportunidad más de rebasar al BNG, una misión que a estas alturas no parece precisamente fácil.

Más interés tendría poner al PP a la defensiva, modificar la cuestión que plantea la jornada electoral. Transformar la pregunta de quién debe gobernar Galicia en una suerte de juicio, de plebiscito, sobre “la naturaleza antidemocrática del PP”.

En cualquier caso, todo lo que se circunscriba a esa cita no deja de ser caza menor (salvo que los socialistas terminasen obteniendo la Xunta, lo que pondría a los populares y el tablero partidario español bocabajo). Lo relevante es que lo táctico converge temporalmente con lo estratégico. Por eso, cabe señalar que podría haber llegado el momento idóneo para el contragolpe sanchista.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Víctor Lerena) Opinión

La clave estratégica radica en que la asignatura de la amnistía no va a desaparecer de la atención pública a corto plazo. Y esa materia genera un desgaste para el que no hay antídoto. ¿Solución? Inocular al adversario un virus de laboratorio.

El Gobierno de Sánchez viene sufriendo una fuerte deslegitimación social y una importante desmovilización en sus bases electorales, por estar atado de pies y manos al separatismo. Y busca la manera de darle la vuelta a la tortilla. Si rasca algo en las gallegas, bien. Y si al menos puede levantar la cabeza a escala nacional, pues bien también. Pero a la larga esto va, sobre todo, de que el PP lo pase peor.

Lo peor del PP no está en el presente sino en el pasado. Feijóo no tiene demasiados problemas para articular un discurso respecto a la España de 2024, porque solo tiene que presentarse como el líder del constitucionalismo. Dispone de margen para ofrecer un proyecto de futuro. Pero sí puede tener más dificultades para defender lo anterior. Y eso es lo que le viene encima.

Foto: El fiscal Martín Rodríguez Sol en una imagen de archivo. (EFE/UCD)

La operación Cataluña es una historia redactada para rescribir la historia a través de una batalla cultural. Un producto trabajado en el laboratorio de la comunicación para devolver a los socialistas el plano de la superioridad moral perdida, lubricar el victimismo de los socios separatistas, hacer más digerible no ya la amnistía actual sino el referéndum que veremos y hundir al PP por el camino de las cloacas en el pantano del castigo eterno.

Vista con lentes partidarias, la batalla cultural que viene podrá parecer más atractiva o más peligrosa. Sucede, sin embargo, que el contragolpe contiene una onda expansiva sobre la que probablemente resulte necesario reflexionar.

Tenga el resultado que tenga, la colisión impactará inevitablemente sobre los cimientos del sistema constitucional. Avivará todo tipo de posteriores teorías de la conspiración, azotará el honor de las fuerzas y cuerpos policiales, desprestigiará la imagen exterior de España y, con absoluta seguridad, dañará la legitimidad de nuestra democracia.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Eduardo Parra) Opinión
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No es este último un asunto menor, pues es el gran pulso del tiempo político de nuestro país, en el fondo: la meta final de los destituyentes y de los separatistas tiene antes esa otra meta volante.

Y hay, además, un mal adicional, todavía más vital: la descomposición de nuestro tejido ético que inevitablemente acarreará ver a los delincuentes convertidos en fiscales.

El proceso de ablación de una parte traumática de nuestra memoria, retransmitido en la actualidad de un país lleno de urgencias que la polarización no soluciona y no respeta, nada más que para que uno perviva de mala manera en el poder, mientras otros se hacen impunes y se rearman política y éticamente, es una desgracia que no merecemos, pero que ya llega y para la que conviene prepararse. El contragolpe es parte del golpe.

La sentimentalización de lo político implica la conversión del ciudadano en un crío, al despojarlo de su racionalidad. Y conlleva, también, la instalación de un ambiente propicio para que el poder pueda inyectar estados emocionales alterados durante los episodios más sensibles.

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