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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Corrupción y violencia institucional

La degradación democrática sube de grado con el uso de los recursos públicos para destruir al adversario político y para agredir a la libertad de prensa

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Kike Rincón)
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Kike Rincón)
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El Gobierno del muro ha perdido la capacidad de gobernar, tiene a la mayoría parlamentaria en el limbo, y ha sido estratégicamente derrotado por el nacionalismo catalán con la negociación de la amnistía. Conserva intacta, sin embargo, su capacidad de enfrentar a la sociedad. Ahora, con el inicio del escándalo que afecta al entorno de Sánchez, estamos entrando en una fase más agresiva que va a acelerar el deterioro de la democracia y de la salud de nuestra democracia.

Aunque nos parezca difícil de creer y de soportar vamos a tener un clima político todavía más envenenado. Algunos de los acontecimientos, gestos y manifestaciones de los representantes gubernamentales están ya demasiado cerca de la violencia institucional. Y creo necesario resaltarlo y rechazarlo, no aceptarlo.

La violencia institucional no es un concepto nuevo. Desde distintos ángulos, intelectuales con la talla de Michel Focault, Bobbio, Arendt o Bordieu reflexionaron sobre el uso de los recursos institucionales estatales para perpetuarse en el poder. Esa utilización es, por lo tanto, un rasgo distintivo de quienes desean desactivar la alternancia democrática en el poder.

¿A qué nos referimos con el uso de los recursos institucionales del Estado? A lo que estamos viendo desde que la corrupción gubernamental saltó al primer plano. A lo largo de las últimas semanas, hemos visto a María Jesús Montero haciendo pública la información de un ciudadano anónimo, a Óscar Puente reconociendo que facilitó a su hermana información de una investigación secreta, y al partido gobernante accediendo antes que nadie a la decisión tomada por la Oficina de Conflicto de Intereses.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una sesión de control al Gobierno. (Europa Press/Gustavo Valiente) Opinión

En el mismo periodo de tiempo, hemos visto a la misma ministra amenazando desde el escaño azul a la oposición en unas imágenes que deberían helarle la sangre a cualquier demócrata, y al mismo ministro agrediendo a un medio de comunicación con una grosería y una violencia impropia de ser civilizado. Estas cinco muestras reflejan hasta qué punto nos estamos adentrando en el peligroso territorio de la violencia institucional. Hay más y, desgraciadamente, puede anticiparse que no serán las últimas. Con todo, ha de subrayarse que los ejemplos pertenecen a categorías tan preocupantes para la vida pública como el abuso de poder, la coerción, la impunidad, y el control de los medios de comunicación.

Estamos entrando en una dimensión diferente. Ya no estamos solo en la colonización institucional, ni en el enfrentamiento con el Poder Judicial, ni el retorcimiento constitucional. La degradación democrática sube de grado con el uso de los recursos públicos para destruir al adversario político y para agredir a la libertad de prensa.

Foto: Foto: EFE/Rodrigo Jiménez. Opinión
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Entre los recursos estatales que está privatizándose el Gobierno está, por cierto, la televisión pública. Desde allí, con el coro de los medios inyectados, se ha desencadenado una campaña de comunicación doblemente tóxica porque además de la destrucción busca la distracción.

Y en esa campaña están siendo felices cómplices necesarios muchos periodistas y tertulianos más interesados en agradar al poder que en hacer emerger a la verdad.

La verdad es que ha comenzado a salir a la luz un escándalo de dimensiones difíciles de abarcar y por lo tanto de contar. Demasiada información como para que cualquier ciudadano bien informado pueda creer en la causalidad.

Foto: Pedro Sánchez durante el Congreso Electoral del Partido Socialista Europeo. (EFE/Fabio Frustaci)

Ya es mala suerte que quien veló los avales del secretario general del PSOE ande en asuntos tan turbios.

Ya es mala suerte que tu primer número dos y ministro de grueso presupuesto haya tenido un comportamiento poco ejemplar.

Ya es mala suerte que ese número dos fuese sucedido por otro relacionado desde el principio con el portero de prostíbulo, y que comience a salir información sobre tu exjefe de gabinete que casualmente acabó en Correos sin tener experiencia alguna.

Foto: La presidenta del Congreso, Francina Armengol. (Europa Press/Eduardo Parra)

Ya es mala suerte que dos de tus presidentes autonómicos estén metidos en todo el lío, y que además una sea tu presidenta del Congreso, y que encima no exista manera de desalojarla porque los socios te pueden reventar.

Ya es mala suerte que, como mínimo, tres de tus ministros manchados por el asunto y que además uno de ellos sea tu candidato en Cataluña, y que encima, justo después de que se vea el tomate, cojan los de ERC y llamen a urnas con la intención de crujirle.

Y ya es mala suerte que las personas más cercanas anden haciendo cosas difíciles de explicar.

Foto: La mujer del presidente del Gobierno, Begoña Gómez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo) Opinión
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Aislado, cualquiera de esos asuntos puede ser visto como un castigo del azar. Pero todos juntas contribuyen a perfilar la forma de ejercer el poder que define a Pedro Sánchez.

Esa es la cuestión central: el sanchismo no es un proyecto político porque no hay ideología, es un modelo de poder porque los límites no existen.

La violencia institucional daña a quienes son puestos en la diana y a la convivencia general porque se ejecuta con la munición de la ferocidad. Sin embargo, está construida con los materiales del miedo.

Foto: José Luis Ábalos en una rueda de prensa en el Congreso. (EP/Eduardo Parra) Opinión

A este Gobierno se le transparenta el miedo porque no va a poder impedir que termine sabiéndose la verdad. Quienes investigan, investigarán. Quienes lo cuentan, lo contarán. Y quienes juzgan, lo juzgarán. Y nadie les podrá parar. No hay fuerza en la tierra capaz de impedir lo que ya se ha iniciado.

La campaña de intoxicación gubernamental parece llevar el rugido de un contragolpe para amedrentar a los adversarios. Pero no deja de ser un movimiento reflejo defensivo que refleja la propia debilidad del sanchismo. No es un guion concebido para el conjunto de la sociedad, sino un ansiolítico diseñado para tranquilizar a las propias bases.

La corrupción nos afecta, pero a ellos también”, ese es el mensaje de fondo. Una suerte de confesión a la que solo se recurre cuando el atributo de la higiene, de la incompatibilidad con la corrupción, ha quedado hecho añicos.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, replica al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el Congreso de los Diputados. (EFE/Mariscal)
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Es el tipo de comunicación propia de los Gobiernos que colapsan, que ya no son dueños de la agenda, que viven al día sabiéndose de prestado y reconociéndose que no hay más defensa que hacer daño. Es la clase de decadencia que en cualquier otro lugar del mundo traería un final democrático a corto plazo. Aquí no será así. Falta.

Esto va a durar. Nos estamos adentrando en la fase inédita de la violencia institucional. Las cosas tendrán que empeorar antes de que puedan mejorar. No parece haber otro remedio.

El Gobierno del muro ha perdido la capacidad de gobernar, tiene a la mayoría parlamentaria en el limbo, y ha sido estratégicamente derrotado por el nacionalismo catalán con la negociación de la amnistía. Conserva intacta, sin embargo, su capacidad de enfrentar a la sociedad. Ahora, con el inicio del escándalo que afecta al entorno de Sánchez, estamos entrando en una fase más agresiva que va a acelerar el deterioro de la democracia y de la salud de nuestra democracia.

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