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Elecciones europeas: trascendencia, diferencia y consecuencias
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Pablo Pombo

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Elecciones europeas: trascendencia, diferencia y consecuencias

Varios millones de españoles que votaron en las generales de julio no votarán en junio. A partir de ese hecho, cualquier ejercicio de asimilación entre unas urnas y otras equivaldrá al de comparar peras con manzanas

Foto: La vicepresidenta tercera del Gobierno, Teresa Ribera, encabezará la lista europea del PSOE. (Europa Press/María José López)
La vicepresidenta tercera del Gobierno, Teresa Ribera, encabezará la lista europea del PSOE. (Europa Press/María José López)
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Dentro de solo tres semanas celebraremos las elecciones más importantes de todo este año. Lo serán incluso si volvemos a tener generales. Con una guerra en nuestras fronteras, la UE afronta una cita que probablemente dará lugar a un deslizamiento político hacia la derecha y un aumento del populismo en una Eurocámara mucho más fragmentada.

De resultas de lo anterior, aumentará la inestabilidad y la complejidad para alcanzar acuerdos, perderá peso la agenda verde, y ganará terreno el proteccionismo. El giro que viene es serio, redefinirá el norte del continente entero.

En España, como en casi todos los Estados miembros, el interés por las elecciones no se corresponde con la importancia de lo que se decide. En general siempre es así, pero es que nosotros venimos de un maratón electoral bastante intenso.

Todavía no ha reposado el polvo de la batalla electoral catalana y costará que esa cadena de sucesos y consecuencias desaparezca de nuestro primer plano de atención. Hay motivos para ello: hablamos de un territorio que acostumbra a condicionar la política del país entero, la conformación del nuevo gobierno puede llevar su tiempo, y parecen quedar bastantes capítulos por emitir dentro de un culebrón nacionalista repleto de crueldad.

Foto: Aragonès, cabizbajo a comparecer tras las elecciones. (Europa Press/David Zorrakino) Opinión
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Por otro lado, llevamos tanto tiempo inmersos en la polarización que con frecuencia equivocamos hasta las unidades de medida. Tenemos tendencia a evaluarlo todo desentrañando si cada cita es buena o mala para el PP y lo mismo respecto al PSOE. Y algunos, este es desde hace tiempo el más madrileño de los deportes, valorando si cualquier acontecimiento conviene o perjudica a España.

La legislatura del muro tiene ese efecto sobre la mirada ciudadana: cuando el horizonte desaparece, la respuesta es una pérdida en la visión de conjunto.

Llevamos tanto tiempo inmersos en la polarización que con frecuencia equivocamos hasta las unidades de medida

La distancia, la fatiga y el cainismo están comenzando a instalar la idea de que las próximas elecciones europeas serán un termómetro válido para medir nuestra política doméstica, con potencial de generar grandes y súbitos cambios en nuestro país. ¿De verdad es así? No lo creo.

Evidentemente, sí, las urnas tienen talla nacional. Pero el marcador de la próxima noche electoral responderá a una realidad disímil, a unas reglas del juego que son muy distintas a las de unas generales.

La participación será incomparable. Varios millones de españoles que votaron en las generales de julio no votarán en junio. A partir de ese hecho, cualquier ejercicio de asimilación entre unas urnas y otras equivaldrá al de comparar peras con manzanas. Sería bueno que no echásemos en saco roto lo que acaban de volver a demostrar las elecciones catalanas: la participación lo decide todo.

Foto: Imagen: EC Diseño.

Tampoco está de más señalar que ni siquiera serán iguales los competidores. ERC y Bildu van juntos, el PNV en otra alianza. Son, por lo tanto, competiciones rigurosamente incomparables.

Además, la cita de las europeas genera además un mecanismo propio, muy específico, a la hora de conformar las decisiones individuales de voto. Le damos a nuestro sufragio menos peso, nos parece menos trascendente. Le otorgamos un valor más declarativo que decisorio.

Ese cambio en la dimensión de nuestra elección hace habitual que no repitamos la papeleta para expresar una suerte de castigo o de advertencia —fundamentalmente al gobierno—, que pensemos menos en movilizarnos para enfrentarnos al otro polo, y que nos crezcan las ganas de respaldar a alguna formación más contestaría, más radical, o más a contracorriente. Dicho de otra forma, tendemos más a darnos un pequeño gustito.

Foto: Junqueras en la presentación de la coalición. (Europa Press/Alberto Paredes)

Aparte, está la celebración en circunscripción única y la falta de umbral mínimo para terminar alcanzando el asiento en Bruselas. Aquí no hace falta superar el 3 %, con un punto y medio se puede conseguir un escaño.

Y por esa puerta es por donde van a colarse las sorpresas del 9 de junio, por la zona baja de la tabla. No hay elecciones más idóneas para que un partido nuevo de la campanada que estas y, teniendo en cuenta las circunstancias actuales, no parece inverosímil que más de uno lo consiga. Bajo el radar de los medios tradicionales podrán moverse volúmenes de voto pequeños, en la zona de los 300.000, que serán difíciles de detectar y de anticipar en las encuestas.

Hace diez años, aprovechando las ventajas del terreno de juego electoral y la temperatura social, Podemos supo generar una corriente de malestar que terminó alterando nuestro sistema de partidos. A día de hoy, cuesta predecir que pueda darse un fenómeno de esa talla, pero no puede descartarse un pequeño sarampión.

No hay elecciones más idóneas para que un partido nuevo de la campanada que las europeas

Si puede pronosticarse que la lucha de los morados contra el proyecto de Yolanda Díaz será encarnizada, y que esa tensión se ubicará entre los ejes secundarios de la carrera hacia las urnas. Después del recuento, no parecen ser muchas las opciones de que Sumar pueda mantenerse en pie durante demasiado tiempo.

En cualquier caso, nadie puede decir que la crisis que está por desencadenarse a la izquierda del PSOE será súbita ni sorprendente. Será el resultado de un fracaso acumulado elección tras elección —municipales, generales, gallegas, vascas, catalanas, y europeas—, la consecuencia de una incontestable decepción.

Más allá de eso, que está cantado, lo normal es que no haya demasiadas consecuencias en el interior de los demás partidos. Las cábalas que se están haciendo respecto a unos y otros, son, en mi opinión, producto de una inflamación tertuliana.

Foto: La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Chema Moya)

El escrutinio no fortalecerá ni debilitará demasiado al gobierno. Probablemente, los resultados serán gestionables en mayor o menos grado para las distintas dirigencias partidarias. El cabo de Hornos que cada uno tenía que pasar ya quedó atrás: los socialistas se lo jugaban todo en Cataluña, los populares en Galicia, y los de Abascal tanto en Cataluña como en el País Vasco.

Eso no significa que no puedan revertirse, frenarse, o retroalimentarse los diferentes estados anímicos. Y lo mismo puede decirse sobre las corrientes de opinión pública.

En eso andan invirtiendo unos y otros. Están definiendo ahora las distintas expectativas. Los populares las están bajando y los socialistas las andan subiendo, ambos están contándonos lo contrario a lo que les cuentan sus encuestas.

Dentro de solo tres semanas celebraremos las elecciones más importantes de todo este año. Lo serán incluso si volvemos a tener generales. Con una guerra en nuestras fronteras, la UE afronta una cita que probablemente dará lugar a un deslizamiento político hacia la derecha y un aumento del populismo en una Eurocámara mucho más fragmentada.

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