Crónicas desde el frente viral
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La última semana de campaña se le hará larga a más de uno
Las campañas podrán ser muy complejas y contener muchos elementos, pero siempre habrá tres claves primordiales: la administración de las expectativas, el relato y la gestión del ánimo
El PSOE tiene una capacidad incomparable de enmarcar los temas y los términos de la conversación nacional. Lo hace porque puede, es verdad. Tiene poder y lo emplea para controlar la narrativa. Pero también es cierto que no tiene enfrente a un adversario muy armado discursivamente. Y eso suele notarse en las campañas electorales, más todavía durante el tramo final.
Todas las últimas encuestas serias otorgan la primera plaza al PP, con una distancia que va desde los 3,5 puntos hasta algo por encima del 5. Sin embargo, nadie se atreve a dar todo el pescado por vendido. ¿Por qué?
Porque las campañas podrán ser muy complejas y contener muchos elementos, pero siempre habrá tres claves primordiales: la administración de las expectativas, el relato y la gestión del ánimo.
Cada partido modula siempre sus expectativas teniendo en cuenta cuál es el objetivo razonable que puede alcanzar. Y, cuando sabe que no puede vencer o que tiene muy difícil la primera plaza, procede a resignificar la victoria, incrusta en el cuerpo social una definición de “ganar” distinta a lo que digan los números.
Objetivamente, el ganador de cualquier proceso electoral es quien tiene más votos y más escaños. Entrar en cabeza en la semana final ya es, en sí mismo, una ventaja competitiva muy importante que permite explotar el “halo ganador”. Permite aprovechar los números para generar ilusión entre los propios y atracción hacia los cercanos.
Subjetivamente, la cosa es bien distinta. Hasta tal punto es así que una derrota por dos puntos y dos escaños puede terminar vendiéndose a la parroquia como un resultado maravilloso porque “estamos en la zona del empate técnico” y “no estamos muertos”. “Hay partido”.
Primera clave: el PSOE ha resignificado la victoria y el PP no ha extraído suficiente rendimiento de su primera posición demoscópica.
El relato es una historia, no necesariamente basada en hechos reales, que se puede contar en menos de 30 segundos, y que está diseñada para movilizar a la base electoral el día en que se vota.
Los socialistas repiten el cuento de las generales –frenar a la extrema derecha- pero habiéndolo mejorado, porque antes han recurrido a Milei para asimilarlo con los adversarios de referencia y arrasar en el territorio de la izquierda.
Los populares también repiten su lógica sin haberla pulido demasiado, entre “derogar al sanchismo” y hacer del voto “tu respuesta” (al sanchismo) no se aprecia una gran diferencia.
Segunda clave: el PSOE ha actualizado el relato del “no pasarán”, y el PP sigue sin brindar una oferta política positiva al conjunto de capas sociales que rechazan a Sánchez.
El ánimo se gestiona a través de los mensajes diarios y de la creatividad con el objetivo de generar una corriente emocional que arrastre a los más apáticos y a los menos decididos hacia el decantamiento final.
Desde Ferraz, vuelve a recurrirse al “espíritu de remontada” porque el “empate técnico” está cerca, y es posible “dar la campanada en el último minuto”.
Y desde Génova, sin embargo, no se hace sonar el toque de corneta emocional que primero agarre de la pechera a los electores potenciales para llevarles después, cogidos de la oreja, al colegio electoral. Toda la llamada a la acción del PP —“voto útil”— es de carácter racional en unas elecciones que los electores consideran menos trascendentales y más adecuadas para darse un capricho.
Tercera clave: el PSOE agita los instintos y el PP infravalora las emociones.
Visto así, el análisis de las tres claves primordiales de toda campaña electoral invita a pensar que la última semana se le puede hacer larga de nuevo a los populares. No tan rápido. Hay otros factores a cuenta.
Para los socialistas, todos los motivos de preocupación provienen de la principal zona de incertidumbre del domingo: la participación. Sabemos que no hay nada más difícil de medir en sociología electoral. Y sabemos, también, que el 9 de junio se votará menos de lo normal.
Las europeas no son unas generales, ni siquiera unas autonómicas o municipales. Son las urnas menos propicias para activar a los votantes del partido gobernante.
Estas elecciones se celebran mientras se produce un cambio sociológico a escala occidental: el sentimiento de orfandad de la juventud viene generando una desidentificación política que está operando sobre todas las urnas.
Hoy, los jóvenes progresistas son más propensos a abstenerse, los conservadores tienden a optar por el nacionalpopulismo, y, en su conjunto, se inclinan hacia la derecha.
Además, el PSOE necesita que ocurran tres cosas: alcanzar una fuerte movilización –el volumen de indecisos es enorme-, exprimir a Sumar, y que Vox aguante.
Y, encima, hay dos hechos que operan contra los intereses de los socialistas: la amnistía y el caso Koldo. Los dos actúan como inhibidores de voto progresista. Los dos asuntos están calientes. Y los dos pueden calentarse más durante los próximos días, tensando además a los votantes potenciales del Partido Popular.
Visto así, tampoco faltan motivos para augurar que la última semana se le puede hacer larga a los socialistas.
Falta poco y al mismo tiempo queda mucho partido. Cuidado con la fatiga porque hemos entrado ya en la zona que más castiga los errores no forzados.
Venimos de elecciones en Galicia, País Vasco, y Cataluña. Los distintos equipos llevan mucha carga de trabajo acumulada. Así que parece probable que uno de los dos grandes note el cansancio durante el sprint final.
Está por dirimirse quién. Pero está claro que a Yolanda Díaz esta campaña se le está haciendo larga, larguísima. Le pasa con todas. La diferencia está en que esta debería ser la última.
El PSOE tiene una capacidad incomparable de enmarcar los temas y los términos de la conversación nacional. Lo hace porque puede, es verdad. Tiene poder y lo emplea para controlar la narrativa. Pero también es cierto que no tiene enfrente a un adversario muy armado discursivamente. Y eso suele notarse en las campañas electorales, más todavía durante el tramo final.
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