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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Nadie encuentra el freno de la ultraderecha francesa

La mejor herramienta para frenar a la extrema derecha no está en la izquierda sino en la derecha convencional

Foto:  La líder de la formación ultraderechista Agrupación Nacional, Marine Le Pen. (EFE/Mohammed Badra)
La líder de la formación ultraderechista Agrupación Nacional, Marine Le Pen. (EFE/Mohammed Badra)
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Estamos a cinco días de la primera vuelta en las urnas legislativas francesas y no hay quien encuentre la manera de frenar a la ultraderecha. Tan es así, que la evolución de las encuestas dibuja una sostenida evolución ligeramente ascendente mientras el resto de competidores permanece clavado en sus porcentajes.

Los últimos sondeos reflejan estimaciones que parecen insalvables de aquí al domingo:

  • Bloque extrema derecha: 35,2%.
  • Bloque extrema izquierda: 28,3.
  • Bloque central: 20,1.

A partir del lunes, se precipitarán los acontecimientos de cara a la segunda vuelta del siguiente domingo. Habrá más disputas a tres bandas de las que en otras ocasiones. Pero el hecho de que resulte necesario superar el listón del 12,5% del censo hace que la participación lo condicione todo.

Foto: Marine Le Pen, junto a Jordan Bardella, tras las elecciones europeas. (Reuters) Opinión

Es probable que los macronistas queden barridos de muchas circunscripciones. Cuando ocurra, se abrirá el enigma en torno a la decisión de voto que tomarán esos millones de electores. Las segundas vueltas tienen la ventaja de ser estabilizadoras mientras haya alguna opción sistémica.

A partir de la semana que viene, comenzarán a estrecharse, día a día, las horquillas de la distribución de escaños que todavía están bastante abiertas. Hoy están así:

  • Bloque extrema derecha: 250/280 diputados.
  • Bloque extrema izquierda: 150/170.
  • Bloque central: 90/110.

Los votos de la derecha convencional –Republicanos-, ahora en el 7,3% y con un volumen de escaños 35/45 pueden terminar siendo decisivos.

Foto: Carteles electorales del Frente Popular en Amiens. (Enric Bonet)

Frente a este panorama, el macronismo y todos los portavoces del establishment tratan de pulsar todas las teclas del piano del miedo, sin obtener resonancia alguna en la sociedad francesa.

Agitan el pánico al caos económico y no les está funcionando. Es cierto que la aplicación del programa económico lepenista podría desencadenar una rápida crisis de deuda en la sociedad francesa con una onda expansiva que alcanzaría hasta el último de los rincones del continente. Pero da igual.

Sondeo de Ipsos: ¿en cuál de las siguientes opciones confían más para tomar las decisiones de la economía francesa?

  • Bloque extrema derecha: 25%.
  • Bloque extrema izquierda: 22%.
  • Bloque central: 20%.
Foto: El presidente de Francia, Emmanuel Macron, abraza a Kylian Mbappé, en el último Mundial de Fútbol. (EFE/Alberto Estevez) Opinión
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Un chaval de 28 años, delfín lepenista, genera menos desconfianza que las élites hiperformadas macronistas y que el programa económico de toda la izquierda junta.

  • Primera preocupación de los franceses en esta campaña electoral: el poder adquisitivo, la seguridad social y la desigualdad económica.
  • Segunda preocupación: inflación, crecimiento y deuda.
Foto: Jordan Bardella en un mitin (EFE/Andre Pain)

Las clases medias, es evidente, se sienten estranguladas. El nivel de desesperación es tan alto –y no tan distinto en el fondo a lo que ocurrió en Argentina- que los electores parecen dispuestos a probar cualquier cosa con tal de que sea distinta de todo lo anterior.

Desde el poder político, se agita también el temor a una quiebra de la convivencia. La llamada es tan rotunda que Macron ha empleado dos palabras inimaginables en Francia: “Guerra civil”. Da igual.

  • Tercera preocupación: inmigración.
  • Cuarta: seguridad.

La convivencia es una idea abstracta. El miedo a la integridad física es una percepción real, cotidiana e inmediata en lo que antes fueron las tranquilas periferias de las clases medias.

El poder político prueba a reconocer errores, a admitir que es necesario corregir la orientación política y a aplicar mano más dura. Es en lo que anda Macron ahora, da igual.

  • Solo uno de cada cuatro franceses está contento con su gestión. Ha caído cinco puntos en el último mes.

Llega un momento –y es un momento duro que cuesta identificar y digerir- en el que el problema deja de estar en el mensaje y se concentra en el emisor.

Se dan, por lo tanto, tres circunstancias –crisis de liderazgo, incapacidad de asegurar la convivencia y pérdida del atributo de gestión económica- que reflejan un deterioro más que grave del macronismo. Y no parece muy insensato comenzar a reflexionar sobre la eventualidad de su colapso. No sería el primero.

La socialdemocracia francesa, que fue punta de lanza en toda Europa, dejó de importar, de mandar y de sostener la estabilidad del sistema hace ya demasiado tiempo.

Foto: Macron y Scholz, los perdedores de estas europeas. (EFE/Filip Singer)

Los socialistas son hoy una fuerza secundaria dentro del segundo bloque político. Están sometidos a la lógica del populismo de la Francia Insumisa y al modelo de liderazgo que Mélenchon aplica siguiendo la escuela leninista. Respiran sin autonomía.

Los herederos de la familia de la democracia cristiana –Republicanos- acaban de vivir una vergonzante escisión que se les ha ido a la extrema derecha y están restringidos únicamente a las zonas más pudientes del país. Viven sin autoridad moral, carecen de autoridad política.

Por lo tanto, cabe señalar que el ascenso de la extrema derecha se debe al colapso simultáneo de las élites en las tres familias políticas sistémicas: socialistas, populares y centrales.

Foto: Ilustración: S. Sisqués
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Enric Bonet. París Ilustración: Sofía Sisqués Gráficos: Miguel Ángel Gavilanes

Ese demérito transversal no es la única condición necesaria, ha de tenerse en cuenta el mérito lepenista para moldear a la extrema derecha como opción digerible y también el declive histórico de Francia y del resto del mundo. Pero cuesta discutir que la traición de las élites convencionales es una condición necesaria para la victoria de la extrema derecha francesa.

¿Dónde hemos visto antes esta película? En Italia. Es verdad que Meloni unificó a las derechas que siguen divididas en Francia, que vende su oferta como más estabilizadora, que llegó al poder con más experiencia de gobierno. Pero la corriente de fondo suena a lo mismo: las familias sistémicas de la derecha y la izquierda han fracasado de igual manera en las dos naciones.

Quizá en algún momento, los europeos lleguemos a comprender que la mejor herramienta para frenar a la extrema derecha no está en la izquierda sino en la derecha convencional.

Foto: La primera ministra italiana, Giorgia Meloni. (EFE/Massimo Percossi)

Donde hay un Partido Popular suficientemente fuerte, la derecha no pasa del 20% (España, Alemania, y Portugal).

Y, donde la derecha clásica cae, se eleva la extrema derecha (Italia, Francia y en el futuro Reino Unido porque los de Nigel Farage pueden sorpasar a los tories dentro de unos días en aquellas otras elecciones generales).

También es posible —y deseable— que algún día aprendamos que cuando la polarización no se da entre izquierda y centroderecha sino entre izquierda y ultraderecha termina ganando la extrema derecha.

Visto así, la cuestión no está en encontrar el freno que impide la llegada del lepenismo al poder, la clave es que haya alguien para pulsarlo.

Estamos a cinco días de la primera vuelta en las urnas legislativas francesas y no hay quien encuentre la manera de frenar a la ultraderecha. Tan es así, que la evolución de las encuestas dibuja una sostenida evolución ligeramente ascendente mientras el resto de competidores permanece clavado en sus porcentajes.

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