Crónicas desde el frente viral
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El Donald Trump del nuevo testamento
En una sociedad con las raíces tan cristianas, tan dominada ahora por los evangelistas, no costará demasiado demostrar que, precisamente por sus pecados, Trump es el elegido
El capitalismo es esto: la dictadura de la imagen. En pocos días lo hemos comprobado. Primero, con un debate electoral que evidenció la incapacidad de Biden para gobernar los próximos cuatro años. Segundo, con una fotografía de composición icónica que recoge el intento de magnicidio de Trump. Tercero: la impresión de la imagen en miles de camisetas fabricadas en China.
La democracia es esto: la paradoja de la fragilidad. Por un lado, una bala decide que la mayor amenaza a la política y la convivencia de la primera potencia occidental esté en condiciones de convertirse en el mesías de la patria. Por el otro, la polarización provoca que la salvación de la víctima no implique un aumento definitivo de sus opciones de lograr la reelección.
Y la vida es esto: la búsqueda de un sentido a lo que no entendemos, la persecución de un relato que pueda mantener en pie la identidad y sirva para orientarnos.
En Estados Unidos, el capitalismo, la democracia y la vida convergen en la sociedad del espectáculo. La nación más individualista del mundo, en buena medida la más solitaria, parece no poder existir de espaldas a un público que, desde su misma génesis, se considera pueblo elegido. Por eso resulta posible que la historia cambie ahora de testamento.
Ya veremos si lo hará la historia mayúscula, habrá que esperar hasta noviembre. Por lo pronto, ya es seguro que cambiará la historia que cuenta uno de sus protagonistas.
Hace años, Donald Trump hizo una campaña contraria al andamiaje moral de los republicanos. Ahora, después de haber adaptado el partido a la personalidad colérica y punitiva del dios del antiguo testamento, puede adaptar su persona a la lógica religiosa del nuevo, a la redención.
Es fácil interpretar lo ocurrido como un milagro. Aprovechar la intensidad emocional del momento para señalar que el azar noexiste, que solo el destino pudo forzar su salvación. La cuestión está en que, si eso se acepta, el siguiente paso lógico cae solo.
Para que pueda darse un milagro hace falta la presencia de un dios. Y para que dios decida paralizar por un instante al libre albedrío, es necesario que exista un motivo.
No cuesta mucho demostrar que Donald fue un hombre pecador. Lo curioso es que, a partir de ahora, todas sus pasadas debilidades podrán convertirse en una sola fortaleza hacia el futuro. En una sociedad con las raíces tan cristianas, tan dominada ahora por los evangelistas, no costará demasiado demostrar que, precisamente por sus pecados, Trump es el elegido.
El elegido para salvar a la gran nación norteamericana del mal podrá adaptar el nacionalismo proteccionista y xenófobo al sermón de la preservación de la pureza.
Y podrá también señalar a los rivales políticos como si fuesen el diablo mismo. La demonización del contrario, clave en la dinámica de la polarización, puede alcanzar un paroxismo más impúdico, más hortera y más peligroso que cualquier otro abismo imaginado antes de la bala.
Le dispararon porque estaba dispuesto a sacrificarse por todos nosotros y por la iglesia entera. Y casi nadie advertirá la determinante transformación del sujeto. No, no le disparó un chaval con posibles problemas de salud mental. Le dispararon, con toda certeza, todos los poderes oscuros, todos los sujetos de las teorías de la conspiración. El Estado profundo.
Le dispararon por las mismas razones que hicieron robar al pueblo americano el resultado de las urnas de 2020, por los mismos motivos que les hacen capaces de volver a repetir el mismo delito cuando caiga la noche de las próximas urnas.
Ahora es cuando se ve que no debimos aceptar aquello, que el asalto al Capitolio estaba justificado y que todo lo que no sea ganar el próximo noviembre legitima el uso de la violencia.
Ahora es cuando el milagro abre el umbral para que comprendamos que, si él está dispuesto a sacrificarse por nosotros, tenemos la obligación inexcusable de estar dispuestos a sacrificarnos por Donald Trump.
Y para sacralizar la disposición al sacrificio colectivo es imprescindible un nuevo bautizo. No hay mejor momento ni mejor lugar que la convención del Partido Republicano para convertir la nominación del candidato en la ascensión del mesías y, al mismo tiempo, en la emisión del sacramento por televisión durante cinco días seguidos sin ninguna oposición.
El Partido Demócrata está paralizado porque a la crisis de sucesión que Biden provocó se le añade la única crisis que podía llevarse por delante toda la campaña prevista.
Ha ocurrido lo único que podía reventar toda la línea estratégica: la completa expiación del adversario. Hablar ahora de un peligro para la democracia, del riesgo cierto de que la democracia estadounidense entre en fase terminal, no es conjugar un discurso falso, sino algo peor: es emitir un relato que el público no está dispuesto a procesar.
¿Qué otras opciones tienen disponibles? La inflación no ayuda. Lo internacional importa cada vez menos porque la ciudadanía está cada vez más replegada. El hecho de que Trump pueda ser un delincuente será eclipsado por la investigación del intento de magnicidio. Los demócratas, por decisión propia, no pueden ofrecer un candidato y, por un capricho del azar, se han quedado sin mensaje.
Los números, ya durante la pasada semana, eran un espanto en todos los estados que terminarán decidiendo el reparto del colegio electoral. Cuando terminen esta, serán todavía peores. Sin embargo, a pesar de todo, no pueden dar la victoria por imposible. Tan solo es cuestión de que terminen ocurriendo dos milagros laicos.
El primero es el liderazgo: Biden puede ser adecuado para firmar una derrota medianamente honrosa, pero hasta ahí.
El segundo es el contrarelato: Estados Unidos tiene raíces religiosas como las de cualquier otro país, quizá más fuertes, pero también es una de las naciones con las raíces democráticas más profundas.
Si no suceden las dos cosas, el modo de vida occidental podría comenzar a sufrir, dentro de solo unos meses, su hora más crítica. Detrás del Donald Trump del nuevo testamento puede estar esperando nuestro apocalipsis.
El capitalismo es esto: la dictadura de la imagen. En pocos días lo hemos comprobado. Primero, con un debate electoral que evidenció la incapacidad de Biden para gobernar los próximos cuatro años. Segundo, con una fotografía de composición icónica que recoge el intento de magnicidio de Trump. Tercero: la impresión de la imagen en miles de camisetas fabricadas en China.
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