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Puigdemont: la casa de papel
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Puigdemont: la casa de papel

Los planes se tejen desde el objetivo y el objetivo es burlarse del Estado. Por consiguiente, es posible que la mejor manera de ejecutarlo consista en burlarse, precisamente, en la propia cara de todos los adversarios

Foto: El expresidente de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont. (Europa Press/Glòria Sánchez)
El expresidente de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont. (Europa Press/Glòria Sánchez)
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En el cine, el género de los atracos admite pocas variaciones. Está tasado y eso es parte del encanto. Cualquier espectador sabe, por ejemplo, que los rehenes acaban complicando siempre las cosas, y que lo difícil viene cuando al delincuente lo toca salir del banco indemne y con el botín intacto.

Para la evasión hay pocas opciones: una ruta insospechada, una maniobra de distracción y siempre, siempre, tanto el desempeño de algún especialista como un toque de talento sorprendente pero previamente calculado.

En este serial, largo ya, la situación es diferente. Aquí el reto no está en la salida, sino en la entrada, anunciada además, y encima con la cuenta atrás marchando para impedir, nada menos, que el normal funcionamiento de un Parlamento en una sesión de investidura.

Nadie sabe lo que va a ocurrir y, al mismo tiempo, todo el mundo da por hecho que el villano lo tiene todo planificado. Por lo tanto, la tentación de jugar, de especular con lo que puede ocurrir se me hace inevitable.

Foto: El presidente del Parlament, Josep Rull, cuando visitó a Carles Puigdemont en Waterloo (EFE).

Existe, claro, la posibilidad de que todo se resuelva después de una intrincada serie de movimientos llevados a cabo bajo el radar. Sin embargo, nos parece un guion demasiado pobre, demasiado espejo de la vergonzante fuga por el maletero. Tanto, como la opción de que al final se termine rajando.

Así que tomaremos otro punto de partida. Trataremos de fijarnos en las constantes de estos años. Por lo pronto nos salen tres rasgos claros en la trayectoria de Puigdemont: tiene inclinación hacia el mesianismo, tiene un fuerte sentido del espectáculo y tiene propensión a conectar el victimismo con la opresión para proyectarlo a escala internacional.

No deja de ser curioso que un estafador de este calibre pueda ofrecerse a la población como un héroe después de haber vendido una república que nunca existió. En parte se explica por el sectarismo y en parte porque los republicanos nunca se atrevieron a disputarle la autoridad.

No deja de ser llamativo que una mentira pueda tener tan largo recorrido y que se pueda seguir enarbolando cuando está chafada del todo. Pero es que nadie ha demostrado mayor potencia discursiva y estética, mayor predominio cultural y mayor creatividad que el nacionalismo. Los constitucionalistas siguen sin comprender que no se están enfrentando a un político sino a un propagandista.

Y no deja de ser irritante que un tipejo golpista, acusado de malversación y sospechoso de haber andado en tratos con Putin, se atreva a hablar de martirio al resto del mundo después de haber vivido a cuerpo de rey, mientras otros se chupaban la cárcel. El Gobierno se lo ha permitido reconociéndole como interlocutor y comprando su chatarra ideológica porque le necesita para sobrevivir.

Foto: Carles Puigdemont en un acto en el sur de Francia. (EFE)

De manera que si tomamos esas tres constantes (mesianismo, espectáculo, proyección internacional) y queremos jugar, casi se nos abre solo un plan para meterse en la casa de papel completamente disruptivo.

Los planes se tejen desde el objetivo y el objetivo es burlarse del Estado. Por consiguiente, es posible que la mejor manera de ejecutarlo consista en burlarse, precisamente, en la propia cara de todos los adversarios.

Rodear a Puigdemont de una masa suficientemente grande o suficientemente simbólica puede poner a los Mossos frente a una situación que impida su acción.

Foto: El íder de Junts, Carles Puigdemont, durante un acto de su partido en Banys i Palaldà, Francia. (EFE/David Borrat)

Ni hace falta que sean demasiadas personas, basta con mil, con eso ya tienen un buen tiro de cámara desde todos los ángulos. Unos 13 autobuses vaciándose para caminar a pie junto al mesías.

En realidad, ni siquiera hacen falta tantas. Cinco centenares de alcaldes, concejales y cargos públicos avanzando como escudo humano frente a la policía judicial, emitiendo el espejismo de la representatividad del pueblo catalán (a pesar de que hayan perdido las elecciones hace nada). En esa escena hay imagen y hay relato. Hay espectáculo. Es una buena treta esa de convertir a los cómplices políticos en rehenes que impidan la acción de la policía.

¿Qué cargo policial asumiría la responsabilidad de ordenar a sus agentes penetrar por la fuerza en esa masa para detener a la parodia de Gandhi que podríamos llegar a ver? ¿Qué medio internacional no querría emitir esos fotogramas en sus informativos?

Foto: El juez del Tribual Supremo Pablo Llarena. (EFE / Santi Otero)

¿Y después en el Parlamento? Dentro de la casa de papel aguarda otro cómplice, el presidente de la Cámara, uña y carne de Puigdemont, dispuesto a chantajear a los de ERC.

Todo el interés, se mire por donde se mire, está en los republicanos. El de Girona puede llevar a cabo infinitas argucias, seguro que muchas más complicadas que la planteada en este pequeño juego de agosto. Pero, a la hora de la verdad, serán ellos quienes suspendan o no suspendan el pleno de investidura.

Casi todo el mundo da por hecho que no soportarían la presión y cederían. Quizá no convenga dar por cierto el automatismo, en algún momento se tendrán que emancipar.

Foto: Pere Aragonès con Marta Vilalta y Marta Rovira anunciando que ERC daría apoyo a Salvador Illa (EFE).–

Los de ERC tienen pánico a una repetición electoral y quieren llevarse por delante a Puigdemont. Hasta el momento, han sido capaces de mantener el timón de una negociación exitosa para sus intereses, han logrado el refrendo de sus bases al acuerdo (desconocemos con qué nivel de tongo), y han salvado la posible bola negra de sus juventudes. No se les ve con temblor en el pulso, más bien parece que van a por todas.

¿Qué pasa si ceden al chantaje que Rull pretende plantear por orden de Puigdemont? Pasará que serán el partido perdedor de siempre, que la repetición de elecciones se hará más probable y que después de todo el gasto hecho vendrá su colisión.

¿Qué pasa si no aceptan el chantaje, si la investidura sigue adelante? Pasará que la casa de papel se habrá convertido en una ratonera para su archienemigo.

Foto: El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, durante el acto de celebración del cuarto aniversario de la fundación de Junts. (Europa Press/Glòria Sánchez)

Les llamarán traidores, eso seguro. Tampoco esos es nuevo: ERC lleva escrita en todo el trayecto de su historia la palabra traición. Nadie podrá superarles en eso.

El género cinematográfico de los robos y los atracos permite pocas variaciones, pero de vez en cuando alguna cae. Jean-Pierre Melville introdujo algunas según entreabría las puertas a la nouvelle vague… De vez en cuando, parte de la banda, interactúa con los poderosos porque se produce una alineación de intereses o de pasiones entre las partes. No se lo pierdan.

En el cine, el género de los atracos admite pocas variaciones. Está tasado y eso es parte del encanto. Cualquier espectador sabe, por ejemplo, que los rehenes acaban complicando siempre las cosas, y que lo difícil viene cuando al delincuente lo toca salir del banco indemne y con el botín intacto.

Carles Puigdemont
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