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Sobredosis de moralina en la izquierda española
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Sobredosis de moralina en la izquierda española

No entiendo a los que callaron, a sabiendas. Pero tampoco comprendo a los que nada sabían, pero han enmudecido de golpe

Foto: Imagen de la reunión del Grupo de Coordinación de Sumar. (EFE/Sumar)
Imagen de la reunión del Grupo de Coordinación de Sumar. (EFE/Sumar)
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¿Cuántos lo sabían o lo sospechaban? Por lo visto, no eran pocos. No recuerdo mucha sorpresa en el PSOE cuando empezaron a publicarse los devaneos de Ábalos. Y tampoco he detectado en Sumar a nadie echándose las manos a la cabeza cuando saltó el comunicado de Errejón.

¿Durante cuánto tiempo les encubrieron? Me gustaría saberlo para poder calcular cuántas fueron las veces en que nos dieron clases de higiene pública y de feminismo, sabiendo que algunos de sus principales referentes parecían practicar lo contrario.

¿Y por qué el silencio? No alcanzo a distinguir el bien que pretendían proteger al restarle importancia o al tratar de evitar el conocimiento público de los hechos. Y no consigo pasar de una equivocada visión del interés partidario. Llámenme ingenuo, pero creo que las organizaciones políticas no deben comportarse como clanes.

No entiendo a los que callaron, a sabiendas. Pero tampoco comprendo a los que nada sabían, pero han enmudecido de golpe al saberse la verdad. Expresarse hoy no es una muestra de valentía, es un ejercicio ético, es una responsabilidad que no puede eludirse poniendo carita de consternación.

Foto: Elisa Mouliaá, en una imagen de archivo. (Getty/Samuel de Roman)

Reconozco mi tristeza y mi dificultad para olvidar los antecedentes. El caso Berni. Iglesias hablando de azotar a una periodista hasta hacerla sangrar. También entonces callaron los compañeros y, en igual e incomprensible medida, las compañeras. Miraron a otro lugar y por eso no pueden hablar ahora de sucesos aislados.

El silencio ha sido la respuesta de la izquierda cada vez que la conducta de un correligionario ensuciaba los principios que se levantaban en la plaza pública como quien alza una antorcha.

No dan la cara, escurren el bulto. Ni explicaciones, ni aclaraciones. Esto es peor que un escándalo. Esto es un asco.

Sectariamente, desde una superioridad moral radicalmente hostil con todo el que piensa distinto, como si la honradez o la voluntad de avanzar a la igualdad entre hombres y mujeres fuesen propiedad exclusiva de los progresistas.

Equivocadamente, como si solo los impuros, los fachas, pudiesen ser corruptos y machistas.

Hemos llegado al punto en que el gobierno más progresista de Europa está a punto de morir por una sobredosis de moralina.

Todos los que estaban al tanto callaron. Y todos los que callaron pronuncian la palabra contundencia y salen corriendo. Mentira. No dan la cara, escurren el bulto. Ni explicaciones, ni aclaraciones. Esto es peor que un escándalo. Esto es un asco.

Llegaron diciendo que acabarían con la corrupción y con el machismo. Y han hecho el mayor daño a la democracia y al feminismo que ha visto nuestra historia reciente.

Decían que saldríamos más fuertes de la pandemia mientras, presuntamente, algunos de los cercanos salían más ricos de los despachos.

Foto: El exportavoz de Sumar en el Congreso de los Diputados Íñigo Errejón. (EFE/Fernando Villar)

Decían "yo te creo hermana" y luego, por lo que parece, "mejor no digas nada, compañera".

Eso y encima presumiendo. Presumir hasta de revictimizar a las víctimas poniendo a los delincuentes sexuales en la calle, por centenares, y llamándonos "violadores en potencia" a todos los hombres decentes.

¿Y ahora qué? Después de habernos sometido al bloqueo político, después del enfrentamiento entre compatriotas, después de haber querido borrar de la memoria lo que vimos con nuestros ojos en Cataluña, después de haber legislado a la medida de los delincuentes, después de haber colocado a todos los amiguetes, después del empobrecimiento de las clases medias, después de la nada en políticas sociales y en vivienda, después de toda la década perdida sanchista, no está de más formularse la siguiente pregunta: ¿Qué le está dejando esta izquierda a España?

Foto: El exportavoz de Sumar Íñigo Errejón. (EFE/Borja Sánchez-trillo) Opinión
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No hay un solo progresista en este país capaz de señalar una auténtica medida de progreso. Todo lo que nos hemos llevado a la boca es el veneno de la polarización. Hasta hace unos meses, la situación colaba. La incapacidad de la izquierda para operar en el terreno de lo material era emocionalmente compensada con la representación de una obra moral intelectualmente cerrada: el mal está del otro lado y la virtud de este, las cosas no mejoran, pero al menos no gobierna la derecha, sigue votando.

El proyecto de país empezaba y terminaba en ese punto. Y justificaba el levantamiento de un muro más alto que el cielo para impedir la alternancia política.

Nada de todo esto habría sido posible si el cinismo, cualidad sustancial del sanchismo, no hubiese inseminado un clima de permisividad previa en toda la izquierda de nuestro país, una coartada para la impunidad.

Cuando permanecer en el poder es la primera y la última razón del quehacer político, se finaliza neutralizando a la víctima

Cuando la verdad deja de importar, terminan dejando de importar los valores.

Cuando el oportunismo se cuenta en términos de cambio de opinión, se acaba traficando desde el relativismo moral.

Cuando permanecer en el poder es la primera y la última razón del quehacer político, se finaliza neutralizando a la víctima y blindando a quien abusa del poder.

Lo más tremendo de todo esto es esta sensación que no se me va de la garganta. Es la impresión de que todavía no hemos visto lo peor. Nadie sensato puede descartar que la próxima semana o la siguiente vayan a publicarse escándalos que nos parezcan todavía más repulsivos. Cada mañana parece amanecer con ganas de ponernos a prueba las tragaderas.

Foto: Errejón junto a Díaz, Urtasun y Rego, en el Congreso. (EFE/Borja Sánchez-Trillo)

La degradación de la democracia que venimos viendo y denunciando es esto. Y es también el envés de una degradación moral que poco a poco se va publicando.

Algún día, todo esto quedará atrás. Seguramente, pasará de la forma más terrible y más amarga. Y cuando eso ocurra todos tendremos qué preguntarnos cómo fue posible caer así de bajo.

En ese momento, dentro de la izquierda, toda una generación política habrá quedado calcinada por elección propia. Por haber bajado la cabeza, por haberse callado, por haber perdido la libertad a cambio de un plato de lentejas en un restaurante caro.

Va a llevar tiempo reconstruir al espacio progresista de nuestro país, no será fácil. Sin embargo, no es esa la mayor de las urgencias. No podemos seguir así, entre tanto, olor a podrido. Primero, tienen que cambiar las cosas. Cuanto antes. Y eso pasa por afirmar que en España el poder político, trata de perdurar después de haber aniquilado su propia autoridad moral.

¿Cuántos lo sabían o lo sospechaban? Por lo visto, no eran pocos. No recuerdo mucha sorpresa en el PSOE cuando empezaron a publicarse los devaneos de Ábalos. Y tampoco he detectado en Sumar a nadie echándose las manos a la cabeza cuando saltó el comunicado de Errejón.

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