Crónicas desde el frente viral
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El último congreso de Pedro Sánchez
Nada quedará de un encuentro que en nada reflejará la realidad de España, si acaso la voz de quienes se atrevieron a expresar, aunque solo fuese un poco, su libertad
No habrá más, es lo más probable. Lo sabe él y lo saben todos los que están. Saben que la convocatoria del encuentro no tiene más objetivo que mantener el despacho en Ferraz tras perder el de Moncloa. A su vez, todo el mundo desconoce si podrá cumplir su próximo mandato como secretario general, porque nada depende de él y tampoco de los suyos. Seguramente, será en los tribunales donde se imprima ese punto final.
Nadie se atreve a descartar la celebración de un congreso extraordinario en 2025. Sube, enteros, crece, en verosimilitud, el escenario inédito de su imputación. Y, mientras los acontecimientos nunca vistos se aceleran, crecen también las preocupaciones personales, económicas, hipotecarias, entre quienes viven del negocio y parecen haber olvidado que la política es una etapa en la vida y no un modo de vida. Fueron designados a dedo para aplaudir y aplaudirán. Lo harán a rabiar, como en Pyongyang.
El aplauso será todo lo que el partido emitirá y a la sociedad española le disgustará porque dará prueba de uniformidad, no de unidad, en una situación de máxima sensibilidad moral. El mayor acto de culto al líder visto en la historia de nuestra democracia contrastará con la realidad de un país herido por la DANA y de un partido devorado por la sombra de la corrupción.
El informe de gestión de la dirección saliente recibirá el respaldo y el aplauso general. Las derrotas se celebrarán como si fuesen victorias, como si el partido no hubiese sufrido severas pérdidas de poder en casi todos los territorios tras las pasadas elecciones municipales, como si la derecha no estuviese desarbolando en todos los frentes culturales a una izquierda que ha sido capaz hasta de hundir al feminismo en el desprestigio. Nadie sabe qué han hecho los miembros de la Ejecutiva elegida en el congreso anterior, cuál ha sido su aportación a la causa política ni su contribución al progreso de la sociedad. No hay un solo logro que se pueda recordar. Da igual.
Da igual, porque se ha aceptado que Moncloa apague Ferraz y emita órdenes a las distintas federaciones como si fuesen mandados y con las mismas malas maneras que conocen los medios comprados. Si algo refleja la evolución de los acontecimientos que desembocó en la dimisión de Lobato es el triste hecho de que la autonomía política y el compañerismo hayan sido sustituidas por el matonismo. Y, encima, para hacerlo todo mal. Quisieron cobrarse la cabeza de Ayuso, ha caído la del secretario general madrileño y ya deben andar notando un molesto picorcito en el cuello Sánchez Acera, Óscar López y el fiscal general del Estado. Casi tiene mérito gestionar el mal así de mal, pero da igual. Todos aplaudirán.
La ponencia política recibirá más votos que los planes quinquenales de Stalin. La oquedad ideológica se festejará porque ya solo importa la hostilidad, como si las trincheras sirviesen para crear empleo o construir viviendas públicas, como si el odio al distinto no fuese una expresión de odio a uno mismo y también al país común.
La lectura del documento político requiere un esfuerzo intelectual intenso, mucho mayor que en todos los casos anteriores. Antes, las ponencias políticas preconfiguraban el futuro, lo silueteaban. Ahora no. Ahora hace falta un enorme tesón para llegar hasta el final de tanta grandilocuencia y tanta autoindulgencia. Uno termina y ve que la lista de olvidos se ha hecho interminable, que el contagio del lenguaje populista es inacabable y que el sentido político, el proyecto político, se ha hecho indetectable. Da igual.
Da igual porque al sanchismo la política le da igual por no ser más que un método cesarista de ejercer el poder. Si algo puede concluirse del documento que votarán los delegados del congreso es que el talento ha dejado de estar en peligro de extinción dentro del PSOE, porque ya no queda nadie para pensar en casa. Es normal, se extirpó el pasado, se prohibió la primera persona del plural y se impuso el olvido del futuro. Eran las exigencias del guion. El manual de resistencia solo puede ejercerse bajo la tiranía de un presente continuo que sacrifica la libertad de pensamiento y convierte al militante en militar. Da igual, los delegados que les representan aplaudirán. Aplaudirán hasta romperse las manos y con miedo a dejar de ser los primeros en palmear, igual que en los congresos comunistas de la vieja China, igual.
El contagio del lenguaje populista es inacabable y el sentido político, el proyecto político, se ha hecho indetectable. Da igual
La nueva dirección del partido político, ayuna de sentido político porque la ponencia marca un mapa que aquí no existe, será elegida y ovacionada con la misma algarabía con la que se aplaudió al caballo que eligió Calígula como senador. Aquí la diferencia radica en que el equino fue al menos querido por el líder, no en la radicalidad de un capricho mesiánico que sospecha de la capacidad, del potencial y solo tolera lo que él considera lealtad y el diccionario define como sumisión, la completa disposición a dejarse borrar cualquier rastro de individualidad. Aplaudirán. Los títeres aplaudirán a las marionetas y las marionetas aplaudirán a los títeres, claro que aplaudirán. ¿Por qué? ¿Para qué? Da igual.
El éxtasis del aplauso, ya con todos en pie, llegará tras un discurso que será otra declaración de guerra a la mitad del país, otra más. Otra declaración a un combate que se proclama ideológico y va desarmado de ideas. Otra llamada a resistir sin más motivo para el sacrificio del significado de las siglas y de la dignidad del colectivo que la permanencia de un ego sobre un sillón. Aguanta, Pedro, aguanta. Por lo que más quieras, aguanta, que estoy pagando la hipoteca.
Los episodios de euforia, sea individual o colectiva, llevan detrás siempre la bajona, son propios de las dinámicas depresivas. En este estado se encuentra el Partido Socialista y mucho me temo que tardará en encontrar la salida. Nada quedará de un encuentro que en nada reflejará la realidad de España, si acaso la voz de quienes se atrevieron a expresar, aunque solo fuese un poco, su libertad.
No habrá más, es lo más probable. Lo sabe él y lo saben todos los que están. Saben que la convocatoria del encuentro no tiene más objetivo que mantener el despacho en Ferraz tras perder el de Moncloa. A su vez, todo el mundo desconoce si podrá cumplir su próximo mandato como secretario general, porque nada depende de él y tampoco de los suyos. Seguramente, será en los tribunales donde se imprima ese punto final.
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