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Crónicas desde el frente viral
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Corrupción: la estrategia que Sánchez plagiará (II)
Sánchez está aplicando la estrategia que CFK diseñó cuando empezaron sus problemas judiciales. Parece ofrecer un camino largo, pero trae un callejón sin salida
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Hace unos días, tras la declaración de Aldama, escribí un texto tratando de anticipar la estrategia judicial que el presidente podría copiar del kirchnerismo.
En síntesis, sostuve que el sanchismo recurriría a denunciar su persecución política mediante un discurso de victimización, que fomentaría la descalificación de los jueces y de las pruebas, que aumentaría la presión y la voluntad de control sobre la Justicia, que buscaría la dilación de los procesos y que trataría, en todo momento, de desviar el foco político.
En mi opinión, el plagio al peronismo está siendo claro. Y considero que no está de más darle continuidad al análisis porque puede ser útil para comprender lo que ocurre dentro del PSOE y también cómo funciona la política de comunicación del Gobierno.
El encuentro partidario no ha pasado de ser un ejercicio de bunkerización sin renovación. Pero introduce algunos cambios sobre los que merece la pena detenerse.
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¿Cuál es el principal? Tras la clausura de su 41º Congreso, el PSOE ha dejado de ser un partido y se ha convertido en una plataforma de defensa de su líder, ese es el único propósito que puede ofrecer hoy a la sociedad española.
El resto de novedades, son de carácter instrumental. Responden al cierre de la mutación. La confirmación de los cargos socialistas que se encuentran en una situación objetivamente comprometida tiene, para mí, aromas porteños de cesarismo extremo.
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Me recuerda al blindaje de La Cámpora, a todas las maniobras que llevó a cabo Cristina para asegurar que sus líderes más cercanos mantuvieran posiciones de influencia, vigilancia y control en el seno del peronismo. Como ocurrió allí, aquí no basta con que el líder sea indiscutido, tampoco pueden serlo los miembros de la corte.
El informe de gestión no se debatió. Era preciso que fuese así. La dirección habría ganado y de largo la votación, pero eso era lo de menos. Era necesario hacer visible, ante todo el partido, que la reflexión era sustituida por la aclamación al más puro estilo de Perón.
La neutralización de los opositores internos también se guionizó y se interpretó. Ahora llega el tiempo de avanzar hacia la ejecución regional de los que son distintos. Hasta ese punto han llegado las cosas: en el Partido Sanchista, quien piensa diferente es un disidente.
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A lo largo del evento, se ha amplificado la narrativa de la persecución con expresiones y acusaciones tan explícitas como incompatibles con la naturaleza de una organización no ya socialdemócrata, sino simplemente sistémica.
El relato dicotómico, polarizador, también se ha exacerbado y creo que haríamos mal en normalizarlo. La vicepresidenta del Gobierno ha llamado golpista al principal partido de la oposición. Queda por ver, supongo, el paso legal siguiente, si procede a buscar la ilegalización del Partido Popular.
Finalmente, se procedió a la apropiación del armazón simbólico del partido como factor de legitimación sentimental de un líder asediado por los casos de presunta corrupción que vienen acumulándose en su entorno inmediato. La imagen de Sánchez era grande en las pantallas, como la del “padrecito”. Quizá no esté de más subrayar la ausencia en el aquelarre de los fundadores del PSOE contemporáneo.
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Como consecuencia de lo anterior, ya no existe para nadie el consuelo de albergar esperanzas en el Partido Socialista sensato. Desde este momento y hasta el final del sanchismo la puerta de la nostalgia está tapiada. Después quedará por ver cuánto queda de la casa.
El acelerón del sanchismo hacia el kirchnerismo, además de en lo judicial y lo orgánico, puede apreciarse también a la relación que mantiene el Gobierno con los medios de comunicación.
La difusión de la retórica de la persecución política se aplicó en el caso de CFK después de haber identificado y empaquetado un enemigo común fácilmente compartible a través de la propaganda: los jueces, los medios (algunos tan prestigiosos como Clarín o La Nación) y la oposición fueron fundidos en el todo de una conspiración.
A partir de ese punto, procedió a la estigmatización de las voces críticas. Lo hizo señalando públicamente a periodistas, analistas y cabeceras. De esa manera, retroalimentaba el relato y también trataba de intimidar a quienes expusieron libremente sus opiniones. Mientras tanto, por debajo, buscaba la asfixia económica con llamadas a los anunciantes y estrangulamiento de publicidad gubernamental.
También activó y recrudeció la “militancia mediática”. Utilizó la coacción y un dinero que nunca fue suyo para convertir a periodistas, programas y medios en altavoces de los argumentarios elaborados desde el poder político. Antes, los voceros eran más o menos cercanos, pero independientes. Después, sólo obedientes. Indistinguibles. Todos al mismo tiempo y todos con el mismo mensaje. Todos los días.
Además, invirtió cuantiosamente en redes sociales para propagar, la desinformación y la destrucción de los adversarios políticos. Desde allí controló el mensaje, el tono y el alcance de sus mensajes mediante la segmentación. Siempre con un tono emocional, divisivo y vengativo.
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El plagio de la estrategia kirchnerista que en mi opinión está aplicando Sánchez no es gratuito para la salud democrática ni para la convivencia. Pero tampoco para él mismo, tiene un alto precio a cambio de un poco más de tiempo.
Conlleva una serie de debilidades que terminan generando dificultades adicionales para mantenerse en el poder y que terminan haciendo más dura la caída.
Los sanchistas de carné o de bolsillo, de partido o de medio de comunicación, van a tener problemas para sostener el mensaje peronista.
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Sufrirán porque esa comunicación terminará saturando y agotando a la base de apoyo, porque es incompatible con la renovación discursiva y transmite estancamiento, porque el victimismo personal conlleva un distanciamiento de la realidad social, porque es un tipo de relato que sólo puede degradarse ante la aparición de nuevos escándalos y porque es una lógica narrativa que exige y alimenta una doble dependencia (tanto de la polarización que debe ir siempre a más, como del líder único que no puede venderse como infinitamente heroico).
Sánchez está aplicando la estrategia que CFK diseñó cuando empezaron sus problemas judiciales. Parece ofrecer un camino largo, pero trae un callejón sin salida.
Hace unos días, tras la declaración de Aldama, escribí un texto tratando de anticipar la estrategia judicial que el presidente podría copiar del kirchnerismo.