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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Sánchez & Franco

En la reiteración del ardid hay, en el fondo, una confesión de impotencia

Foto: Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. (Europa Press/Fernando Sánchez)
Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. (Europa Press/Fernando Sánchez)
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El comodín de Franco no ha salido por azar del mazo de la baraja, sino de la manga trilera, y todos lo sabemos. Él mismo sabe que la carta está desgastada y que el público conoce la trampa. Pero está perdiendo la timba y, aparte de daño, no puede hacer mucho más. En esa reiteración del ardid hay, en el fondo, una confesión de impotencia.

El sanchismo, ya bananero, acostumbra a este tipo de argucias que buscan distraer a la opinión pública de lo sustancial. La tradición consiste en plantearnos una tentación. Va de situarnos ante la llamada a elegir entre las provocaciones diseñadas por el poder y el escándalo que supone vivir bajo un Gobierno que no puede gobernar ni contener los casos de presunta corrupción.

En realidad, la celada debe encararse como un falso dilema. Es una muestra de debilidad que la libertad de opinión aconseja desentrañar, le pese a quien le pese.

No estoy seguro de que cien actos de espiritismo franquista sean suficientes para contrarrestar las múltiples citas judiciales que podrían aguardar al entorno del presidente durante el año 2025. Es más, me inclino a anticipar que el tercer acto de sanchismo paranormal pasará perfectamente inadvertido, al menos mientras Aldama siga vivo y sigan estando las cosas como están en nuestro mundo.

Foto: Pedro Sánchez durante la celebración del 'Día de Recuerdo y Homenaje a todas las víctimas del golpe militar, la Guerra y la Dictadura'. (Carlos Luján/Europa Press)

Tengo también mis dudas sobre la capacidad del Ejecutivo de afrontar con éxito esta guerra cultural. Entre otros motivos, porque no está de más leerse antes algún libro antes de cada batalla.

El punto elegido, el cincuentenario del fallecimiento del dictador, revela una verdad muy poco agradable: el franquismo no fue derrotado por los demócratas, sino concluido por la muerte en una tranquila cama de hospital. La victoria vino después: en 1977, con las primeras elecciones, y en 1978, con la Constitución que los socios de investidura buscan ahora violar por la puerta de atrás.

Foto: Pedro Sánchez en el homenaje a Almudena Grandes. (EFE/Zipi)

Entiendo que 2027 o 2028 puedan parecerle demasiado lejanos al presidente. Es curioso, algo no termina de encajar ahí. Mira que nos dice que está bien, que se encuentra con fuerza, que quiere ser candidato 50 veces más si hace falta… Pero… Ay… Supongo que si las tuviese todas consigo, no se precipitaría con esta torpeza histórica.

A su vez, no termino de ver clara la trascendencia de esta apuesta. Nos han dicho un millón de veces que disfrutamos del Gobierno más progresista que hay en el mundo mundial, que nuestro líder está en el olimpo de los pensadores socialdemócratas, que España adelanta por la izquierda… Sin embargo, "no sé, Rick, parece falso".

Cuando se emite un mensaje de tanta envergadura, imagino que solo puede ser porque el proyecto ofertado a la sociedad es de gran calado y con vocación de mayoría. Y, si no me equivoco, solo llevan seis años gobernando. Tienen que tener programa para tres o cuatro décadas más… ¿No? ¿No hay más? ¿Es esta toda la transformación? ¿Todo el plan para el futuro está en el pasado?

Foto: Sánchez, durante el mitin del PSOE en Vitoria. (Europa Press/Iñaki Bersaluce)

Comprendo y comparto que siempre es necesario defender la democracia. Y, quizá por eso, me pregunto si la mejor manera de hacerlo no consistiría precisamente en empezar por hacer lo contrario de lo que se viene haciendo: reivindicar la cultura del consenso, preservar la unidad del Estado frente a quienes quieren reventarlo, respetar la separación de poderes, proteger la libertad de expresión y unir a la sociedad en lugar de dividirla.

Ya me hago cargo de que al decir esto puedo sonar a ingenuo, pero no puedo evitar creer que nadie puede dar lecciones de demócrata a los demás si suspende en cualquier punto anterior, no digamos ya en todos.

No me cuesta, por otro lado, distinguir la emergencia que marca el día a día en Moncloa. Cualquiera puede percibir la urgencia de movilizar a la base electoral como sea antes de que el desánimo y la decepción cristalicen en desmovilización. La ideología y también el simbolismo son recursos que pueden paliar la hipotensión en las capas sociales habituales. Vale, correcto. Ahora bien, para que eso suceda, tiene que haber un mínimo de contemporaneidad, de relación con la vida.

Foto: Pedro Sánchez (i) y Alberto Núñez Feijóo, en una sesión de control en el Senado. (EFE/Fernando Alvarado)

Me pregunto si alguno de los centenares de asesores gubernamentales habrá tenido alguna mañana la audacia de estudiar la naturaleza de la extrema derecha actual. ¿Por qué no miran hacia el pasado? Porque su combate está en el pan para hoy.

Quien se tome la molestia de abrir algunos signos de interrogación llegará pronto a la conclusión de que los ultras de ahora ya han rebasado a los socialdemócratas acomodados. Y quien lo dude, solo tiene que esperar a lo que ocurra, por ejemplo, en Alemania, donde el SPD será previsiblemente superado en las urnas por la ultraderecha. Sí, nada menos que en Alemania.

Ya sé que a muchos progresistas de toda la vida les gusta posar los palitos de sushi y echarse las manos a la cabeza después de cada triunfo electoral del Le Pen de turno. Ya sé que salir de la zona de confort de la superioridad moral le requiere a uno un incómodo esfuerzo intelectual. Pero piensen.

Foto: La tumba del poeta Antonio Machado, en la localidad francesa de Collioure, en 2014. (EFE)

Piensen a ver si así se dan de una vez cuenta de que la izquierda fue primero superada por la extrema derecha en lo cultural —ahí está la muerte de todo lo woke—, después en los liderazgos —el tridente Trump, Meloni y Milei— y, como vayan las cosas por donde pueden ir, serán también superados en la gestión.

Hablen, hablen desde sus casas en Pozuelo, de lo malo que fue Franco y de lo malísimo que fue el fascismo, mientras la extrema derecha de ahora penetra en las zonas que ustedes dejaron abandonadas tras el desastre natural en Valencia.

El 50 fallecimiento del dictador revela una verdad desagradable: el franquismo no fue derrotado, sino terminado por su muerte en la cama

Cuenten, cuenten desde sus iPhones 16 Pro, lo mucho que sufrieron los abuelos, pongan el relato sin darle a los nietos la ocasión de un techo, la oportunidad de una familia o el sueño de tener un hijo.

Y ya si eso, si acaso un día, pregúntense qué tipo de socialista utiliza a Franco para hacerle el caldo gordo a Vox. Háganlo, porque justo eso es lo que está haciendo Sánchez. Exactamente, lo contrario a lo que debe hacerse. Están asociados.

El comodín de Franco no ha salido por azar del mazo de la baraja, sino de la manga trilera, y todos lo sabemos. Él mismo sabe que la carta está desgastada y que el público conoce la trampa. Pero está perdiendo la timba y, aparte de daño, no puede hacer mucho más. En esa reiteración del ardid hay, en el fondo, una confesión de impotencia.

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