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Crónicas desde el frente viral
Por
Guerra comercial y cambio de paradigma
La distribución del mundo en zonas de influencia regidas por "hombres fuertes" implicaría un cambio de paradigma que desterraría el mundo conocido a los libros de historia
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Me fascina la ligereza y la soberbia intelectual con la que se están analizando en occidente las primeras semanas del mandato de Trump.
Me sorprenden las expresiones de sorpresa, después de que todo fuese anunciado durante la campaña electoral y votado por la población estadounidense.
Y me llaman mucho la atención los argumentos de quienes sostienen que, por este camino, el recién elegido presidente terminará dañando a la economía de su país.
En el fondo, todo me recuerda a los augurios de quienes daban por seguro, rápido y estrepitoso el fracaso de Javier Milei. Con la diferencia, no menor, de que Trump es cualquier cosa menos un recién llegado.
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La población de aquel país guarda un buen recuerdo de la gestión económica que el republicano llevó a cabo durante su primer mandato. Así que gustará más o gustará menos, en mi caso muy poco, pero no estamos ante un tonto.
No estamos ante alguien que esté improvisando. Nadie puede activar cerca de 200 decretos sin tener un plan trazado, sin tener un equipo preparado y sin saber qué pasos vendrán a continuación.
Y desde luego, tampoco estamos ante un liberal. Si algo demuestran estos días es que la nueva versión del trumpismo es tan antiliberal en lo político como en lo político.
No estaría de más que quienes se califican a sí mismos como liberales y aplauden todo lo que se hace en la Casa Blanca reflexionasen un poco sobre el cacao mental que tienen.
Me gustaría saber, por curiosidad, si alguna vez llegará el día en que dejarán de infravalorar a un hombre que ha logrado un resultado electoral histórico, ha revolucionado la derecha a escala global y está empezando a configurar un mundo muy distinto al que conocimos. Si llega a pasar, sea cuando sea, será demasiado tarde: esto va deprisa.
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El siglo XX terminó con dos revoluciones en marcha -la mundialización económica y la tecnológica- y su combinación terminó por amenazar la hegemonía de la potencia norteamericana. Esos dos procesos ya están transformándose en sentidos opuestos.
La globalización conllevaba la deslocalización de las empresas. Eso se está revirtiendo. El nacionalismo estadounidense es la corriente ideológica que legitima la reindustrialización del país.
El salto tecnológico implicaba un cambio en los modos de producción. Y eso se está acelerando. La retórica tecnolibertaria es la corriente sentimental sobre la que cabalga la nueva oligarquía.
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Sucede, sin embargo, que el trumpismo no parece demasiado interesado en recuperar el papel de gran potencia, de policía del mundo que antes tuvo. No es extraño. Estados Unidos es un país que históricamente oscila entre la voluntad de ser el faro planetario de la democracia y el deseo de replegarse sobre sí mismo.
Ahora toca aislacionismo y, por consiguiente, abandono del multilateralismo. La cuestión está en que Trump parece pretender una isla más grande que la que corresponde a los límites actuales de su nación.
Por un lado, da la impresión de que quiere ampliar la isla: los mensajes respecto a Groenlandia no pueden ser más rotundos y también ha sido cristalino sobre Canadá.
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Y por el otro, da la sensación de que, además de la isla, quiere una zona de influencia propia que abarque el continente americano entero –despojándole de la presencia China- y, seguramente, Europa occidental.
Estamos en la época de los “hombres fuertes” –manera suave de llamar a los líderes de pulsiones autoritarias- y, para el inquilino de la Casa Blanca, podría tener sentido repartir el mundo con escuadra y cartabón. La visita de Netanyahu invita a especular con la opción de una sociedad con vistas al mapa venidero de Oriente Medio.
Esa distribución del mundo en zonas de influencia regidas por “hombres fuertes” implicaría un cambio de paradigma que desterraría el mundo conocido a los libros de historia. Conllevaría, en este caso, una redefinición de las relaciones de Estados Unidos con el resto de naciones.
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Si seguimos la lógica que estamos desarrollando, Washington no tendría por qué considerar como socios a los países que están dentro de su “espacio vital”. De hecho, el comportamiento con Canadá, México, Colombia o Panamá sigue una pauta más parecida a la de una metrópolis con una colonia que al proceder entre naciones que mutuamente se consideran amigas.
Pronto veremos qué pasos se dan respecto a Europa. A este lado del Atlántico, parece darse por sentado que Trump actuará sin matices, esto es, tratando a la Unión Europea como un todo. Quizá no sea así. Puede que merezca contemplar la posibilidad de que actúe de manera asimétrica. Puede que elija, como ha hecho con Petro, alguien que reciba un escarmiento para que el resto tome nota
Nuestro continente no está en su periodo de mayor estabilidad política, pujanza económica y unión entre los socios. Una aproximación más quirúrgica –más centrada en aranceles concretos o en países específicos- podría ser más divisiva, más compleja a la hora de acordar una respuesta común.
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Si ese fuese el camino, cuesta incluir a España entre las naciones que pueden sentirse más a salvo. Trump ya se refirió desdeñosamente a nuestro país calificándonos entre los BRICS, aquí gobiernan “los zurdos”, se tontea con China un día sí y otro también, no estamos en el apogeo del prestigio dentro de la UE, nuestro compromiso en materia de defensa da entre pena y vergüenza y Sánchez se ha erigido a sí mismo como Mesías frente a la “Multinacional ultraderechista”. ¿Quién protegería a España si Trump nos pone en la diana arancelaria? ¿Meloni? ¿Orbán? ¿Scholz según hace las maletas? ¿Quién?
¿Y qué pasará con Ucrania? El escenario de un alto el fuego a corto plazo no parece inverosímil. Una vez que se congele el frente y que el tiempo pase, la posibilidad de que las fronteras del mañana coincidan con los mapas actuales del conflicto no parece descabellada. Al otro lado está Putin, otro “hombre fuerte” con pleno “derecho” a desenvolverse como quiera en su zona de influencia.
Me fascina la ligereza y la soberbia intelectual con la que se están analizando en occidente las primeras semanas del mandato de Trump.