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Crónicas desde el frente viral
Por
Saludos nazis, silencio de Abascal y final de la crecida de Vox
Abascal calló. Vox no ha emitido un solo mensaje de distanciamiento con el gesto nazi. Al bajar la cabeza ha demostrado su falta de contemporaneidad, de autonomía política, de liderazgo y de patriotismo
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El tiempo histórico se nos ha acelerado como nunca antes en nuestras vidas. Desde la noche del 5 de noviembre, todo occidente parece haber entrado en un proceso de centrifugación. Unos pocos meses han bastado, por ejemplo, para que nos encontremos viendo saludos nazis en nuestras pantallas.
No parece que la velocidad de los acontecimientos vaya a aminorarse a corto plazo. Y sí creo necesario que frenemos y reflexionemos, aunque sólo sea un poco, sobre la trascendencia de ese gesto que intenta normalizar la extrema derecha de Estados Unidos.
Conviene hacerlo, en mi opinión, porque hay demasiadas cosas caminando por el filo. Alemania viene de unas elecciones en las que unas pocas centésimas porcentuales podrían haber llevado a la primera potencia europea al borde de la ingobernabilidad.
La entrada en el Bundestag de BSW –extrema izquierda antiinmigración- habría forzado una coalición a tres entre partidos muy distintos y, probablemente, generado las condiciones necesarias para que la ultraderecha germana obtuviese en esta década un resultado todavía mayor.
Alternativa para Alemania ha rebasado el listón del 20% y superado el 18,25% que alcanzaron los nacionalistas en 1930. Tiene uno la sensación de que los libros de historia tienen más valor predictivo que los análisis de la actualidad que van pegados a los acontecimientos.
Y también, por cierto, algunas obras literarias. 'La conjura contra América' de Philip Roth explica mejor el presente que lectura de la prensa norteamericana de estos días. Esa novela, localizada en 1940, desarrolla una historia ficticia que lleva a un simpatizante nazi a la Casa Blanca.
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En sus páginas encontramos el nacionalismo y el aislacionismo, la xenofobia y el falso antielitismo, las teorías de la conspiración y los ataques a los medios de comunicación, la polarización y el victimismo. Estremece comprobar que casi todo está escrito.
Los ingredientes principales no son nuevos, aunque sí sean distintos los actores secundarios. Lógico, Philip Roth la escribió en 2004. Entonces era imposible anticipar la aparición de personajes como Elon Musk.
El primer saludo nazi fue suyo y no levantó demasiada polvareda. Hubo algo de ruido en las redes sociales y silencio general entre los intelectuales. Podía justificarse porque quedaba todavía cierto margen para la duda.
El segundo se produjo hace apenas unos días. Steve Bannon fue todavía más claro, nadie que haya visto las imágenes puede albergar ninguna duda. El ideólogo trumpista ejecutó el gesto pocas horas antes de que Alemania votase, rodeado de todas las terminales de la internacional ultra regada desde Estados Unidos.
Tampoco puede decirse que la respuesta de los intelectuales fuese muy contundente. Su desdén fue comparable al de los representantes políticos progresistas de las orillas atlánticas. En '
En realidad, la reacción más tajante a la exaltación del nazismo que se hizo en la cumbre trumpista surgió entre las propias filas de la extrema derecha. El francés Jordan Bardella hizo lo que no hizo Abascal: rechazar, de manera explícita, lo inaceptable.
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Su negativa a intervenir tras el saludo nazi fue algo más que una toma de posición moral, fue una toma de posición política y, por consiguiente, la expresión de la autonomía política de su proyecto político.
Y tiene mucho sentido que así lo hiciese. La extrema derecha existe desde mucho antes que el trumpismo y, muy probablemente, seguirá existiendo después de los trumpistas. Y eso se debe, en muy buena medida, a la ruptura simbólica y también ideológica con el pasado al que sí estaba ligado el patriarca Jean-Marie Le Pen.
El nacionalismo que define a todas estas formaciones es radicalmente incompatible con el sometimiento de las partes a una autoridad mayor porque eso conlleva la entrega de la soberanía a un agente externo.
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Se puede tener una formación de extrema derecha sin depender de Washington ni de Moscú, como ocurre en Francia y en Italia. Es más, conviene hacerlo cuando uno trabaja en la consecución de la autonomía.
Sin embargo, Abascal calló. Vox no ha emitido un solo mensaje de distanciamiento con el gesto nazi. Al bajar la cabeza ha demostrado su falta de contemporaneidad, de autonomía política, de liderazgo y de patriotismo.
Nadie en la izquierda está poniendo el foco en el error del dirigente de Vox. Y no es por desgana, es por lealtad. Cuando cualquiera de los dos se equivoca, el otro calla. Y, cuando uno está mal, siempre recibe la ayuda del otro. Es tradición.
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El sanchismo le dejará a España una extrema derecha consolidada que, por la torpeza de sus dirigentes, no podría haber echado raíces sin la ayuda reiterada del tacticismo progresista.
La izquierda de nuestro país, de forma muy mayoritaria, prefirió que Vox sustituyese al PP como primera fuerza en la derecha. Y, llegado Feijóo, con las encuestas actuales, juega a que condicione al futuro gobierno popular tanto como se pueda.
Y los españoles, que con tanta frecuencia confundimos lo habitual con lo anormal, no contemplamos que ese proceder es del todo inimaginable para el resto de progresistas europeos.
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Sin embargo, lo cierto es que los mimbres de Vox son objetivamente débiles. La organización está implantada, pero sus dirigentes no son capaces de evitar que el partido siga estando a merced del viento.
Las encuestas son buenas para la extrema derecha cuando la coyuntura ayuda, como ocurrió tras la DANA. Hay una corriente histórica nada desdeñable que opera a favor de la extrema derecha en todo el mundo democrático. Vox no necesita hacer las cosas bien para mantenerse o disfrutar de alguna tendencia ascendente puntual.
Todo eso ya lo sabíamos. Pero están sufriendo serios problemas internos y están tomando graves y dañinas decisiones sin que el resto de actores políticos trabaje para que paguen un justo precio político por ello. Esa dejadez está siendo una oportunidad perdida que opera contra el interés del país y la estabilidad de nuestra democracia.
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Si hay un partido en España que ya no puede llamarse “patriota”, ese partido es Vox. Todo en su proceder parece indicar que por las mañanas están a sueldo de Moscú y por las noches cobran lo de Washington.
Y si hay un momento en el que socialdemócratas y conservadores tendrían que plantarles cara, es ahora. El silencio de Abascal tras los saludos nazis emite una señal demasiado clara. Hay que dar la cara.
El tiempo histórico se nos ha acelerado como nunca antes en nuestras vidas. Desde la noche del 5 de noviembre, todo occidente parece haber entrado en un proceso de centrifugación. Unos pocos meses han bastado, por ejemplo, para que nos encontremos viendo saludos nazis en nuestras pantallas.