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Crónicas desde el frente viral
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Mafia frente a Justicia: la historia del juez 'Matasentencias'
Es difícil mantener el espinazo intacto cuando llega la hora de asumir las consecuencias de los propios actos
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Estoy fascinado con el cambio. Hace unos meses, cuando la cosa empezaba, los protagonistas de los presuntos casos de corrupción emitían monólogos que parecían extraídos de Sófocles. Se expresaban con un desgarro propio de víctimas en las tragedias clásicas. Sin embargo, desde hace unos días, oigo tartamudear a esos mismos actores y les veo sufriendo extraños ataques de amnesia selectiva.
Recuerdo bien aquella rueda de prensa de Ábalos en sede Parlamentaria. Seguro que no soy el único. Ningún espectador podrá olvidar nunca su tan dramático "estoy solo", su tan teatral "no tengo a nadie"…
En muy poco tiempo, el mismo personaje ha pasado del honor, de la sentimentalización y de la moralización al "yo creo que no me acuerdo" cuando se le preguntó en el Supremo si estuvo en pisos con prostitutas. En mi opinión, esa doblez da sentido a la trama entera porque no me parece exclusiva del anterior número dos en el partido. Veo a más actores haciendo lo mismo. Por ejemplo, la vicepresidenta Montero. Ella viene experimentando una metamorfosis similar.
La número dos en el Gobierno también parece haber mudado el verbo. Puso la mano en el fuego por su jefe de gabinete, con más ardor que el de las llamas, al borde del llanto, del "rompío" lorquiano, calificó como "barbaridad que se le mencionase" en la causa. Y clamó, además, un "nunca jamás" más rotundo que cualquier trueno. Por lo visto, mintió. Resulta que sí, que sí se vio con Aldama "dos o tres veces" en el Ministerio.
En poco tiempo, Ábalos ha pasado del honor al "yo creo que no me acuerdo" cuando se le preguntó si estuvo en pisos con prostitutas
Según va abriéndose camino la verdad de los hechos, vienen cambiando las palabras y los comportamientos del elenco. Aquella representación de la tragedia se está convirtiendo en una farsa. Corretea de un lado a otro del escenario el coro de 'minions sanchistas', pisándose las lenguas los unos a los otros…
Oscila Óscar Puente, infalible auditor, entre el papel de Lord Byron que quiere vendernos el oficialismo y sus aparentes episodios de diarrea verbal… Y baila, baila un fiscal general del Gobierno que parece empeñado en canjear lo aprendido en la Facultad de derecho por lo mostrado en la conducta procesal de los delincuentes…
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Hay más actores dando brincos visiblemente encorvados por su presunta doblez moral. Y apenas estamos en el primer acto, por lo tanto, irán apareciendo nuevos nombres en la lista del reparto.
Por lo pronto, mientras avanzan los acontecimientos, sí puede distinguirse algo sustancial en la lógica narrativa: el recurso del victimismo se hace añicos al chocar con los indicios y el teatrillo se derrumba porque las historietas son insostenibles.
La historia es otra cosa. La historia no se cansa de demostrar lo difícil que es mantener el espinazo intacto cuando llega la hora de asumir las consecuencias de los propios actos.
Mientras avanzan los acontecimientos, puede distinguirse algo sustancial: el victimismo se hace añicos al chocar con los indicios
La privación de la libertad, incluso siendo provisional, quiebra el ánimo de tipos verdaderamente duros. El miedo al porvenir de las parejas o de los hijos lleva a personas de lealtad titánica a confesiones y delaciones por derrumbamiento mental. Ya no hay excepciones, ni siquiera en Sicilia, donde la regla fue siempre el silencio ante la ley, donde imperaba la "Omertà"…
En 1986, gracias a la labor temeraria de los jueces Falcone y Borsellino, comenzó en Palermo el Maxiproceso contra la mafia que sentó en el banquillo a varios centenares de acusados. En aquel momento, la organización tenía poder e influencia: acumulaba dinero, controlaba grandes empresas, atenazaba a los medios y estaba infiltrada en todas las instituciones.
Las agresiones al poder judicial fueron inmensas desde el principio. Hubo de todo: fuertes presiones para frenar la investigación, destrucción de pruebas, sabotajes tecnológicos, sobornos de todo tipo, cooptación de miembros de las fuerzas de seguridad, amenazas a los testigos, todo tipo de argucias para retrasar los avances judiciales, campañas de propaganda para desprestigiar a los magistrados…
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En el banquillo, ninguno de los acusados recordaba nada, ni conocía a nadie, ni había estado en ningún sitio. Pero, a pesar de todo, ni siquiera la mafia, dirigida entonces por el temible Totò Riina, pudo silenciar a todo el mundo.
Tommaso Buscetta testificó contra la organización. Fue el primer mafioso de envergadura que rompió la "Omertà" y colaboró con la Justicia. Tras él llegaron más, pero su información sobre la estructura y actividades de la organización fue crucial para que, en 1987, pudiesen dictarse más de 350 condenas que superaban los 2500 años de prisión en total. Poco después, se iniciaron las apelaciones. Totò Riina, capo principal, permanecía todavía en paradero desconocido y no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer…
No hay evidencias de su relación con el juez Corrado Carnevale, presidente de la Corte de Casación, que debería revisar las condenas. Quizá baste con señalar el apodo con el que se conocía al magistrado en el mundillo: 'Matasentencias'. Era un experto en anular procesos por su defecto de forma. Por lo que se sabe, la mafia confiaba en él. No sin motivo, pues bajo su mandato se habían anulado antes muchas condenas que afectaban a la Cosa Nostra.
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El juez 'Matasentencias' fue rotado de su cargo justo antes de que entrase a revisar el Maxiproceso. La mafia no pudo obtener la nulidad que persiguió con todo ahínco. Corrado Carnevale fue investigado más tarde y suspendido del cargo. Luego fue condenado por asociación con la mafia y después absuelto. A ojos del país, no terminó su carrera como un servidor público honorable.
Pocos meses después, en 1992, los jueces Falcone y Borsellino fueron brutalmente asesinados. El primero, junto a su esposa y tres escoltas. El segundo, con cinco escoltas y frente a la casa de su madre. Totò Riina había ordenado su ejecución.
Finalmente, el capo Totò Riina fue detenido el 15 de enero de 1993. Balduccio Di Maggio, uno de sus hombres de confianza, transmitió su ubicación a las fuerzas y cuerpos de seguridad. No hubo un solo disparo en su detención. El hombre más sanguinario, se pudrió en la cárcel hasta su muerte.
Nadie tiene tanto poder como para controlar todo el tablero y todas las piezas todo el rato
La historia deja lecciones valiosas. Puede que para hacer justicia resulte todavía necesario que algunos servidores del Estado se comporten como héroes. Puede que siempre quede alguien dispuesto a trabajar para los malhechores. Sin embargo, el Maxiproceso de Palermo y sus consecuencias también demuestra que nadie tiene tanto poder como para controlar todo el tablero y todas las piezas durante todo el rato.
No es extraño que quienes no pudieron controlar sus apetitos terminen derrumbándose de golpe y arrastrando a todos los demás hacia su destino. Ya ha pasado. Viene ocurriendo desde el principio de los tiempos. Y volverá a pasar
Estoy fascinado con el cambio. Hace unos meses, cuando la cosa empezaba, los protagonistas de los presuntos casos de corrupción emitían monólogos que parecían extraídos de Sófocles. Se expresaban con un desgarro propio de víctimas en las tragedias clásicas. Sin embargo, desde hace unos días, oigo tartamudear a esos mismos actores y les veo sufriendo extraños ataques de amnesia selectiva.