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Putinismo, sanchismo y trumpismo: la ruta de la autocracia a la cleptocracia
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Putinismo, sanchismo y trumpismo: la ruta de la autocracia a la cleptocracia

El putinismo demuestra que la autocracia blinda el negocio de las oligarquías y que los oligarcas protegen el poder del autócrata. Ese es su sentido. Y parece ser la dirección a la que apuntan tanto el trumpismo como el sanchismo

Foto: Sánchez comparece en Moncloa tras reunirse con los grupos parlamentarios. (EFE)
Sánchez comparece en Moncloa tras reunirse con los grupos parlamentarios. (EFE)
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La irrupción de los hiperliderazgos durante los últimos años está cobrando sentido en los últimos meses. Antes, veíamos que proliferaban los "hombres fuertes", que instalaban el cesarismo en sus formaciones políticas, que enfermaban a las sociedades con la polarización y erosionaban a las democracias a base de populismo. Sin embargo, desconocíamos el motivo y el destino.

Ahora el horizonte se nos empieza a despejar, el misterio va disipándose y comenzamos a distinguir la autocracia como una estación de transbordo hacia la cleptocracia.

La cleptocracia consiste en el empleo de la política para el saqueo. Y la actualización más contemporánea proviene de Moscú.

El putinismo es una fusión del poder político y económico que ejerce su dominación sobre el funcionamiento del Estado y aplica su explotación extractiva sobre los recursos de la nación. Es una capa de leve barniz democrático bajo la que se enriquece un círculo reducido en un circuito corrupto y ajeno a cualquier tipo de control. Todo, mientras empobrece al país.

Foto: El exministro de Transportes José Luis Ábalos. (Europa Press/Fernando Sánchez) Opinión
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Es el "capitalismo de amiguetes" de toda la vida pero exacerbado. Dual hasta el extremo y cruel hasta la mayor de las incertidumbres posibles. Hasta la propia suerte de los miembros de la élite depende de la arbitrariedad del líder, es decir, de su capricho y de sus beneficios.

Un día te puede caer el contrato de tu vida y otro te puedes caer desde la última planta del hospital y dejar cerrada la ventana antes de culminar la caída. Hablamos, por lo tanto, de una oligarquía del todo dependiente, sin ninguna autonomía.

Foto: José Luis Ábalos en una rueda de prensa en el Congreso en diciembre del año pasado. (Europa Press/Fernando Sánchez) Opinión

Los componentes políticos y económicos de la casta autoritaria obedecen a través del miedo y avanzan por medio de la codicia. Transigen con la lógica de los premios y los castigos porque carecen de talento. Son agudamente conscientes de que no podrían tener éxito en un terreno de juego marcado por el principio de la libre competencia. Y aceptan que la obediencia pese más que el mérito o la capacidad porque, en su mediocridad, solo son capaces de ser más leales que los perros.

Por eso es tan correcto definirles como "iliberales", forman parte de un negocio que no puede existir donde la libertad alumbre. Son esclavos vestidos de Versace. El putinismo es la versión más pulida y mejor instalada de la cleptocracia. Y, también, la más explícitamente cruel. Pero no es la única violenta. La violencia anida en todas las variantes de este modelo de poder. Es el instrumento necesario.

La violencia sobre la democracia siempre ha sido el método político aplicado para imponer un régimen económico enemigo de la libertad. De eso va el juego. Esto no va de inclinar el tablero para favorecer a los cercanos, sino de voltearlo para que solo puedan entrar en el negocio los señalados.

Foto: Pedro Sánchez en su visita a Fitur. (Europa Press/Carlos Luján) Opinión
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Esto no va de respetar las normas ni los límites, sino de garantizar como sea la imposibilidad de alternancia en el Gobierno. Solo la autocracia asegura las condiciones ambientales idóneas de una cleptocracia con largo alcance. Esa es la ruta.

Una ruta violenta. No se puede utilizar al Estado como vehículo del enriquecimiento personal sin haber debilitado primero la transparencia y la prensa libre, sin haber incrustado luego una justicia selectiva que castigue a los adversarios, pero proteja a los amigos y, como es lógico, sin haber institucionalizado después la corrupción.

La corrupción, no como desviación del sistema, sino como sistema en sí mismo. La corrupción como circuito paralelo, regido por la mordida y estructurado para que las élites puedan obtener ascensos, contratos o condenas judiciales anuladas.

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters/Nathan Howard) Opinión
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Bajo la nube de la cleptocracia, los ciudadanos no deben saber cómo se trafican los recursos y los intereses nacionales, los jueces no tienen que juzgar con la ley en la mano a quienes pertenecen al entorno del poder y, por supuesto, los delincuentes solo pueden delinquir si cuentan con el certificado de impunidad que solo emite el César.

El putinismo demuestra, como ha hecho antes la historia, que la autocracia blinda el negocio de las oligarquías y que los oligarcas protegen el poder del autócrata. Ese es su sentido. Y parece ser, también, la dirección a la que apuntan tanto el trumpismo como el sanchismo.

De todos es conocida la inclinación narcisista de ambos líderes. Pero quizá resulte aconsejable plantearse si las semejanzas van más allá del origen psicológico. Yo sostengo que sí. Creo que hay similitudes en su recorrido porque su naturaleza divisiva, su desprecio a las normas y su hostilidad hacia quien piensa distinto suponen un peligro de un ejercicio del liderazgo más cercano a lo autoritario que a lo democrático.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina) Opinión
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Considero que la trayectoria venidera de Sánchez y de Trump puede alquitranar el camino hacia la cleptocracia. Los dos coinciden al interferir ahora en el sector público y en el privado. Probablemente, con la intención de fusionar al poder político con el poder económico. Y pienso que los dos están aprovechando su posición para forjar un conglomerado empresarial que difícilmente será bueno para la democracia y para la economía de Estados Unidos y de España.

Difícilmente podría serlo una élite dúctil, ajena al mérito, adentrada en un circuito distinto al de las reglas sólidas; una casta dedicada al doble objetivo de explotar unos recursos que no son suyos, mientras opera por la continuidad del Gobierno teniendo las manos sucias.

El autoritarismo no tiene color, no es de izquierdas ni de derechas. Y con la cleptocracia sucede exactamente lo mismo. No hay tinte ideológico que valga. El poder sucio siempre acaba del mismo color que el dinero sucio. El hiperliderazgo de los "hombres fuertes" carece de cualquier fuerza verdadera. Siempre tiene miedo. Siempre necesita violar las reglas para seguir en pie. Ni siquiera es liderazgo porque se consume en sí mismo. Pero siempre termina, nunca bien. Queda, pero falta menos.

La irrupción de los hiperliderazgos durante los últimos años está cobrando sentido en los últimos meses. Antes, veíamos que proliferaban los "hombres fuertes", que instalaban el cesarismo en sus formaciones políticas, que enfermaban a las sociedades con la polarización y erosionaban a las democracias a base de populismo. Sin embargo, desconocíamos el motivo y el destino.

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