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¿Está nuestra democracia demasiado cerca de un golpe de Estado blando?
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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¿Está nuestra democracia demasiado cerca de un golpe de Estado blando?

El vaciamiento democrático requiere que la ciudadanía confunda lo habitual con lo normal. Pero no, no es normal lo que está pasando en España. Por eso no deberíamos normalizar lo que el Gobierno está haciendo y diciendo

Foto: Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Pedro Sánchez. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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La tesis es sencilla: a mayor debilidad del Gobierno, mayor violencia sobre todos los resortes democráticos, más duros y más constantes los martillazos a la relojería constitucional.

La fragilidad del sanchismo se está extremando al mismo tiempo que su comportamiento. Pierde apoyo social tras la derrota en las urnas, se encuentra asediado por las sombras de presunta corrupción y sufre las consecuencias de haber articulado una mayoría de investidura contra natura. Simultáneamente, aplica un shock sobre el cuerpo de nuestra democracia que debería hacer saltar todas las alarmas ciudadanas.

Alarma porque, en mi opinión, ya no estamos ante una sucesión de tics autoritarios más o menos frecuentes, más o menos preocupantes, sino ante la acelerada acumulación de demasiados indicios demasiado parecidos a un golpe de Estado blando.

Me veo en la triste, pero necesaria obligación de tener que recordar un rasgo político distintivo de nuestro tiempo: las democracias mueren ahora desde dentro, a manos de gobernantes que buscan su perpetuación, tras haber quebrado la separación de poderes, sometido al sector privado y amordazado a los medios de comunicación. ¿Les suena la película?

Tenemos al Congreso más conflictivo de nuestra historia. Las minorías chantajean al Gobierno para violentar la igualdad de los ciudadanos

El vaciamiento democrático requiere que la ciudadanía confunda lo habitual con lo normal. Pero no, no es normal lo que está pasando en España. No deberíamos normalizar lo que el Gobierno está haciendo y diciendo.

Desde el poder político se están vertiendo cada vez expresiones impropias de un país desarrollado en el que se respeta la separación de poderes. Primero, dijeron que gobernarían "con o sin el concurso del Parlamento". Cuidado. Ahora que presentar los Presupuestos sería "hacer perder el tiempo al Congreso". Cuidado porque no partimos de cero. Moncloa lleva tiempo aplicando tácticas para el control y la paralización del proceso legislativo que son radicalmente nocivas para nuestra democracia.

Foto: Sánchez comparece en Moncloa tras reunirse con los grupos parlamentarios. (EFE) Opinión

En el Parlamento, hemos visto el uso inconstitucional del estado de emergencia y estamos viendo el retorcimiento diario del reglamento parlamentario, el abuso incesante del Decreto y la ausencia constante de las sesiones de control, la designación de aliados en los puestos clave y el atenazado del calendario legislativo, la creación de comisiones ad hoc y el retiro forzado de iniciativas de la oposición, el empleo repetido de indigeribles leyes ómnibus y reiteradas negociaciones opacas y externas a una Cámara que, en múltiples ocasiones, parece obedecer más a las reuniones en Suiza que a la voluntad popular. Todo eso, bajo una Presidenta, que no admite el calificativo de ejemplar.

Tenemos al Congreso más yermo y conflictivo de nuestra historia reciente. El arco está fragmentado y beneficia a los extremos, las minorías están chantajeando al Gobierno para violentar la igualdad material y legal de los ciudadanos, los colaboracionistas de Washington y Moscú están operando contra la seguridad nacional. ¿Es culpa nuestra? ¿Votamos mal?

No. Los españoles no tenemos la culpa de que cada jornada parlamentaria sea un tormento para el Gobierno. Pero el Gobierno sí tiene la obligación de presentar los Presupuestos en el Parlamento y de solicitar la eventual aprobación de cualquier envío de tropas.

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Cebollada) Opinión

Sánchez se ha dado a la fuga y no tiene argumentos que le permitan justificar lo que está haciendo. Al menos, las terminales mediáticas del sanchismo sí que explican su razonamiento, balbucean que el Presidente no va al Parlamento ni a las urnas porque perdería en los dos sitios. Nos lo cuentan como si fuese algo lógico y natural. Justo a eso me refiero cuando digo que hay argumentos que nunca se pueden normalizar, lo que se debe encarar…

Tolerar que ni siquiera se presenten los Presupuestos equivale a impedir el ejercicio de la soberanía popular porque el Congreso de los Diputados es el centro de trabajo de los representantes de los ciudadanos. Hurtar este debate no es ayudarles a que no pierdan el tiempo, es robarnos un derecho a los representados. Cuidado.

Cuidado porque el paso siguiente de esa lógica consiste en ahorrarnos a los españoles el tiempo de votar, por ejemplo como en el Parlamento, hasta que se den las condiciones propicias para el poder político.

Si algo hace grande y bella a la democracia es, precisamente, la posibilidad de la derrota. Ninguna victoria es eterna

Aceptar que el Gobierno solo actúe cuando le conviene significa autorizar que un interés personal pueda estar por encima del interés nacional y que, como consecuencia, es razonable que se violen los límites y deseable que pueda bloquearse el buen funcionamiento del Estado.

Reconocer, directa o indirectamente, que la derrota en la Cámara o en las urnas es inevitable implica admitir que el Gobierno ya no cuenta con el respaldo necesario para seguir ejerciendo su labor. Negarse a afrontar esa realidad conlleva acelerar la ilegitimidad, la inestabilidad institucional y la desconfianza en el sistema.

Impedir la opción de ser derrotado supone un atentado contra la alternancia que convierte al poder en un fin en sí mismo, en lugar de un servicio a la ciudadanía. El juicio parlamentario y electoral no pueden evitarse jamás porque la democracia se sostiene sobre la competición libre y limpia de los distintos actores políticos.

Foto: Pedro Sánchez interviene en un evento del Grupo Prisa en octubre de 2024, en Barcelona. (EFE/Quique García) Opinión
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Pablo Pombo

Si algo hace grande y bella a la democracia es, precisamente, la posibilidad de la derrota. Ninguna victoria es eterna, nunca basta con haber ganado en el pasado. La legitimidad democrática no se basa únicamente en haber ganado, sino en la constante disposición a respetar las reglas del juego, también cuando los resultados no son favorables y, faltaría más, cuando llega la hora de facilitar la renovación del poder.

En mi opinión, los indicios de agresión al poder Legislativo son demasiados y demasiado parecidos a los que está sufriendo el Poder Judicial. Miro a las empresas y a los medios de comunicación y veo una ofensiva que también parece responder a la misma voluntad de control y sometimiento.

Creo que Pedro Sánchez está empujando a la democracia española hacia una zona demasiado peligrosa. Temo que sí, que puedan estar empezando a acumularse los ingredientes de un golpe de Estado blando. Y lo que más me preocupa es que puede haber más porque su debilidad está muy lejos de ir a menos. Pienso que su final está más cerca, pero que todavía nos queda lo peor. Eso sí, tengo una esperanza descomunal.

La tesis es sencilla: a mayor debilidad del Gobierno, mayor violencia sobre todos los resortes democráticos, más duros y más constantes los martillazos a la relojería constitucional.

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