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El sanchismo entra en estado paranoico
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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El sanchismo entra en estado paranoico

Considero que la razón causal del envenenamiento del debate público está en el miedo: llevo tiempo viendo a Sánchez fuera de control y ahora veo al sanchismo en estado de pánico

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón)
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Antes de entrar en la última barbaridad pronunciada desde el Gobierno, conviene revindicar la racionalidad y permanecer sentimentalmente intactos al mensaje de Óscar Puente, quedémonos fríos, sin dejarnos arrastrar por la corriente de violenta emotividad que pretende generar el sanchismo.

Puede costar un poco, ya lo sé. Pero rechazar el estrés colectivo que se nos quiere inocular, reafirmar la propiedad del estado de ánimo, es ejercitar nuestro derecho al pensamiento autónomo y, como consecuencia, enarbolar la libertad individual.

Yo no acepto que los problemas se resuelvan librando guerras culturales. Creo en la transparencia, en la rendición de cuentas, en el principio de responsabilidad política y en nuestro deber cívico de ser racionalmente exigentes.

Y pienso que el enfoque frío, desapasionado, es el más productivo para analizar la acelerada degradación política que sufre nuestro país. En sólo una semana, hemos pasado de ver cómo el poder político pasaba de la desinformación por el apagón a la emisión de una teoría de la conspiración.

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La sectarización de la comunicación sanchista va todavía más aprisa que la degenerada evolución de los acontecimientos. Sin embargo, no creo que la velocidad en la intoxicación de la comunicación oficial sea lo primordial. Y sí considero que la razón causal del envenenamiento del debate público está en el miedo: llevo tiempo viendo a Sánchez fuera de control y ahora veo al sanchismo en estado de pánico. Hay motivo. El mayor enemigo del Gobierno es el Gobierno mismo y para eso no hay reparación.

Ellos lo sienten y nosotros lo sabemos. Sabemos que hay palabras que sólo se encienden en los discursos de los regímenes populistas y/o autoritarios cuando el declive está avanzado. El término "sabotaje" está entre las señales más claras de decadencia.

Foto: Sánchez llama "chiringuitos" a las universidades privadas. (Europa Press) Opinión

Las teorías de la conspiración se difunden cuando el aislamiento social está consolidado y suelen coincidir con el periodo de descomposición del aparato que rodea al líder. La renuncia a la narrativa positiva y propositiva conlleva una apuesta por el encastillamiento. Todos al castillo para retrasar la salida del poder o para tratar de impedir la alternancia política.

Los populistas que inyectan paranoia política siempre persiguen el mismo propósito: las teorías de la conspiración suponen el paso previo a la adopción de medidas autoritarias.

Y el Gobierno de España, dividido como está, asediado por la sombra de presuntos casos de corrupción en el entorno inmediato del presidente, huido de un Parlamento en el que carece de apoyos y sumido en el caos de que provoca su propia incompetencia está dando un paso más hacia una dirección demasiado peligrosa para España.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/J.J. Guillén) Opinión

Ya señaló a jueces, empresarios y periodistas. Quiso que cualquiera con pensamiento crítico pueda ser tachado de sospechoso.

Ya desacreditó, silenció o purgó a instituciones independientes y a expertos. Quiso que la ideología pudiera dejarnos a oscuras.

Y ahora ha querido poner en marcha la fábrica de chivos expiatorios. En mi opinión, quiere y querrá eludir sus responsabilidades, quiere y querrá blindar a una casta negligente; y quiere y querrá fomentar un clima social muy amenazante para la naturaleza misma de nuestra democracia.

Foto: Pedro Sánchez, presidente de España. (EP/Gustavo Valiente) Opinión
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La estrategia de la paranoia no tiene un funcionamiento demasiado complejo pero puede funcionar. Existe el riesgo real de que la alucinación anestesie la reflexión en buena parte de la población. Además, la simplificación fantasiosa de la realidad puede radicalizar la polarización hacia dos vías simultáneas e igualmente peligrosas.

Primero, porque este es un país de temperaturas políticas poco templadas. Cuidado con la combinación de maniqueísmo y victimismo porque puede terminar generando niveles de agresividad demasiado cercanos de la violencia directa.

Y, segundo, porque la inducción social de ese estado anímico genera el caldo de cultivo ideal para una demanda de concentración de poder que legitimaría recortes de libertades y suspensión de mecanismos de control.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Gustavo Valiente) Opinión
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Por lo tanto, lo importante no es si funciona o no funciona la dinámica sanchista de paranoia social, lo vital es que no debe funcionar si queremos mantener viva a nuestra debilitada democracia. Por eso estoy tan convencido de que hace tanta falta una respuesta cívica serena y robusta.

Lo de menos es que el Gobierno pretenda controlar la narrativa y unificar su mensaje, que busque la ocultación de los escándalos, que trate de generar una adhesión emocional a través de una incertidumbre prefabricada, que intente movilizar a sus bases removiendo los peores instintos desde la ficción. Lo central está en el principio de responsabilidad democrática que debemos exigir a todos nuestros representantes políticos.

Estoy seguro de que todavía no hemos visto lo peor del sanchismo. Doy por hecho que tensará las costuras del sistema hasta mucho más allá de lo tolerable. Precisamente por eso, quiero expresar que no estoy dispuesto a dejarme arrastrar por el odio.

Foto: La secretaria general de PSOE de Andalucía y vicepresidenta primera del Gobierno, María Jesús Montero. (EFE/Julio Muñoz) Opinión

No acepto las reglas del juego suicida de la polarización. No permito que se me categorice, ni que se me etiquete. No gritaré, ni insultaré. Pero tampoco me dejaré distraer por las cortinas de humo ni engañar por los falsos dilemas que plantea el narcisismo.

La oposición cumple con su obligación cuando hace oposición, igual que los jueces que hacen justicia, igual que los pocos medios en los que se puede informar y opinar libremente.

Es el sanchismo quien sabotea la democracia al hacer lo contrario a lo que dijo que haría, al incumplir la obligación constitucional de presentar unos presupuestos, al trampear con la subida en gasto de defensa que exige la situación geopolítica mundial, al explotar la administración como si fuese un cortijo, al no dar explicaciones por un apagón que debió haberse evitado, al utilizar el poder político para conformar un conglomerado de poder mediático y empresarial, al amparar a quienes son sospechosos de presuntos y graves actos de corrupción, al enfrentarnos, sobre todo al enfrentarnos.

Foto: Zapatero y Pedro Sánchez en un acto del PSOE. (EFE) Opinión

La palabra "sabotaje" es una confesión de debilidad extrema. No tardaremos en ver otra más: crisis de gobierno este verano para emitir la impresión de que hay sanchismo para rato mientras los candidatos sanchistas van al matadero. Este presidente está perdido y lo sabe. Sólo está dando manotazos de ahogado. Calma y serenidad. No es el momento de poner en venta nuestro estado de ánimo. Nunca lo es, pero menos ahora.

Antes de entrar en la última barbaridad pronunciada desde el Gobierno, conviene revindicar la racionalidad y permanecer sentimentalmente intactos al mensaje de Óscar Puente, quedémonos fríos, sin dejarnos arrastrar por la corriente de violenta emotividad que pretende generar el sanchismo.

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