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Crónicas desde el frente viral
Por
Álvaro García Ortiz: la edad de la indecencia
El sanchismo ha combatido los casos originales de posible corrupción generando una oleada de presuntas irregularidades que sólo ha servido para empeorarlo todo
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Cada semana suceden en España acontecimientos sin precedentes. Como si hubiese una maldición, se abren los lunes las puertas de un bestiario por el que desfilan, uno a uno, los Koldos o los Pumpidos, las Leires o las Corredores, los Cerdanes o los Álvaros, los Gallardos o los Aldamas, los Ábalos o los que serán descubiertos a no mucho tardar.
Igual que en la pintura de El Bosco, los personajes del inframundo plasman con sus muecas y sus actividades el paisaje oscuro de una pesadilla y la orgía de un funcionamiento contrario a la democracia. La degradación es nuestro pan envenenado de cada día. España atraviesa la edad de la indecencia y todavía queda.
No estamos sufriendo un tiempo marcado por la inmoralidad, por lo opuesto a la moral. Esto es otra cosa. Este es un periodo desprovisto de moral, amoral, con el poder habitado por personas que no incluyen la dimensión ética en su toma de decisiones. Por eso están donde están, en todos los rincones del cuadro, porque unos y otros comparten el perfil que Sánchez busca en sus procesos de selección y colonización administrativa y empresarial.
En mi opinión, es precisamente esa configuración amoral la que convierte a los colocados en intercambiables. Si Leire hubiese sido fiscal general del Estado, habría actuado exactamente igual que García Ortiz. Y si García Ortiz hubiese estado en la posición del secretario general del PSOE en Extremadura, se habría comportado de la misma forma.
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Del mismo modo, ocurra lo que ocurra, seguirá Óscar Puente sufriendo esa halitosis digital. No porque él no pueda ser de otra manera, sino porque tiene un agujero al final de la espalda por el que su amo mete la mano y le hace hablar. Todos son muñecos de trapo sin autonomía política y sin personalidad. No son más que títeres con buenos salarios.
Al menos, ellos facturan fuerte. Los plumillas y tertulianos del sanchismo reciben retribuciones precarias por la desagradable labor de enjuagar lo que no tiene un pase. Puede que me equivoque, pero no estoy demasiado seguro de que sea buena idea tontear con la acusación de prevaricación al instructor. Ellos verán, aunque prefieran mostrarse ciegos.
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No, los jueces no son la oposición del Gobierno. Es el Gobierno quien tiene serios problemas con la ley y con la Justicia. Y sí, la situación de García Ortiz es insostenible. Lo era ya antes y ahora se corrobora en un episodio insoportable. El Ejecutivo actúa como si fuera su portavoz y confirma que no es fiscal general del Estado, sino fiscal general del Gobierno.
La sospecha de que la permanencia en el cargo de García Ortiz obedece a la intención de favorecer intereses políticos sólo puede aumentar. Él no tiene tarea más importante que defenderse y eso sólo puede condicionar su tarea. El riesgo de conflicto de intereses es elevadísimo. Y, con absoluta seguridad, todo lo anterior sólo valdrá para desacreditar más a la institución y aumentar todavía más la desconfianza en el Estado de derecho.
Con todo, el escándalo va mucho más allá de su procesamiento, en el auto puede leerse textualmente "a raíz de indicaciones recibidas desde Presidencia del Gobierno". Si el procesado ha seguido instrucciones, lo lógico es que haya consecuencias jurídicas para personas con nombres y apellidos en los próximos capítulos. Habrá que esperar, sabiendo que la paciencia es la reina de las virtudes.
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Me resulta muy llamativa la tozudez con la que el Gobierno se está poniendo la soga a sí mismo. Hace poco más de un año, existían casos de posible corrupción graves pero localizados. Había cosas turbias en las compras de las mascarillas y los comportamientos de la esposa del presidente. Pero quien hoy eche la vista atrás verá que la gestión de estos asuntos está marcada por la soberbia y la sobrerreacción, hasta el punto de autoinducirse un daño que ya no admite remedio.
Desde mi punto de vista, el sanchismo ha combatido los casos originales de posible corrupción generando una oleada de presuntas irregularidades que sólo ha servido para empeorarlo todo.
Da la impresión de que necesitaban un antídoto para lo de Begoña y se fueron a por Ayuso, que calcularon mal lo del hermanito desde el principio y que han terminado con Gallardo en modo obsceno, que no midieron bien lo de Aldama y pudieron acabar montando una cloaca para atentar contra el desempeño de la Guardia Civil y la integridad de la Justicia.
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Haría falta mucha imprudencia para meter a la cúspide del aparato socialista, a Moncloa, a unos cuantos ministros y a la Fiscalía en toda esta locura suicida con el inframundo de por medio. ¿Verdad? Pues a ver quién lo descarta a la luz de la información que viene publicándose.
Y haría falta mucha torpeza para empeorar esa gestión con una comunicación ridícula que envuelve cada mentira en una mentira todavía más grande, hasta el punto en que la desinformación sea ya tan obscena que desautorice al propio Gobierno. ¿Verdad? Pues parece que también han saltado ese listón y que además hay ganas de poner el récord más alto.
El daño autoinducido por el afán de impunidad en la gestión y el empeño de manipular en la comunicación es habitual en los finales de los regímenes con pulsión autoritaria. Es un indicador de fase terminal que lleva al poder político hacia el fallo multiorgánico. Es una dinámica comparable a la de las agonías físicas, cuando para afrontar la corrupción en el riñón se destroza el estómago y de paso el hígado. Es lo que pasa antes de irse de cabeza hacia la unidad de paliativos.
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Ahora que la situación es irreversible, los demócratas debemos asumir que el tiempo en esa unidad de paliativos, en el búnker, tendrá más consecuencias sobre los fundamentos del sistema. La credibilidad de la Fiscalía, de la policía, del Tribunal Constitucional, incluso la del Partido Socialista, pueden todavía recuperarse aunque requerirá su tiempo.
Será después de esta edad de la indecencia que, como si fuera por justicia poética, comenzó cuando Sánchez llamó indecente a Rajoy y terminará cuando él mismo sea socialmente repudiado por la mayor corrupción que nunca antes se había visto en nuestra democracia.
Cada semana suceden en España acontecimientos sin precedentes. Como si hubiese una maldición, se abren los lunes las puertas de un bestiario por el que desfilan, uno a uno, los Koldos o los Pumpidos, las Leires o las Corredores, los Cerdanes o los Álvaros, los Gallardos o los Aldamas, los Ábalos o los que serán descubiertos a no mucho tardar.