Si no hubiese corrupción, si no hubiese constantes cesiones a los destituyentes y si el presidente no estuviese sufriendo una crisis irreparable de credibilidad seguiría habiendo malestar social
Sin prisa, empieza el otoño político a dar la cara. La tierra sigue caliente donde estuvo el fuego, pero los incendios ya no están en el debate político. Las guerras culturales que marcan de manera efímera la actualidad semanal vienen o se van sin dejar más huella que el desquiciamiento entre posiciones irreconciliables. Y las grandes cuestiones, las que condicionan a esta yerma legislatura, regresan poco a poco al escenario para traernos el tiempo de mayor tensión conocido por casi todas las generaciones. Nos estamos acercando al espanto.
La suspensión de la realidad terminó y la debilidad del Gobierno regresa a donde nunca se marchó, al Parlamento. La derrota en el Congreso de la reducción de la jornada laboral es un fracaso de Yolanda Díaz y del Ejecutivo en su conjunto que revienta la tan cacareada ofensiva social y que además lleva la marca de una humillación innecesaria.
La izquierda, tan disciplinada en la venta de la mayoría social de progreso no progresa ni tiene mayoría, se enfada con la derecha catalana a la que se somete y calla mientras el Presidente se larga al cine en una votación que nos cuentan vital para la gente trabajadora. Afortunadamente, esta vez, el estreno de la película de Amenábar no conllevó la suspensión del pleno parlamentario y la declaración de la esposa en el tribunal fue en sesión de mañana. Pudieron ir los dos.
Las vacaciones se acabaron y en los juzgados se retoman todas las causas de presunta corrupción que afectan al entorno del máximo dirigente justo donde se dejaron. En las redacciones, se hacen quinielas con los informes de la UCO que están al caer. En las zonas más oscuras, se presiona a la Guardia Civil para que nada salga a la luz. En las tertulias, los títeres del sanchismo lubrican la idea del lawfare dando por hecho que los jueces españoles hacen política y dando palmas con las orejas a los honorables jueces brasileños que han condenado a Bolsonaro.
Dentro del partido, la preocupación por el aspecto físico de Sánchez es transversal y la inquietud por el discurso ha dejado de ser residual. La entrevista en TVE no calmó a los suyos, aumentó la preocupación. El miedo a que el líder esté dispuesto a permitir que ardan las siglas a cambio de permanecer algo más de tiempo en Moncloa está ya instalado en los territorios con el peso de una fatalidad. En mi opinión, es un temor injustificado: si Sánchez está dispuesto a provocar una crisis institucional, es porque se siente por encima de la democracia y, si se considera por encima del país, también debe considerarse por encima del PSOE.
Llega el otoño del descontento. Vienen los días en los que ocurrirán demasiadas cosas. Se acerca el espanto porque el Gobierno no está dispuesto a reconocer la existencia de ningún límite y tampoco a sentirse responsable de ningún escándalo. Los tertulianos hablarán de cambios constantes de estrategia cuando la decisión política está tomada —mantenerse a cualquier precio— y la estrategia de tierra quemada está marcada de aquí al final.
Es, por lo tanto, el momento de anticipar la táctica que del poder político: será de máxima confrontación política y social. El Gobierno empleará cualquier asunto que sirva para distraer a la opinión pública planteando falsos combates morales, tratará de forzar el empate con el PP en materia de corrupción, activará una ofensiva mediática todavía mayor (tratando de recuperar el dominio de Prisa por cualquier medio y degradando a TVE por debajo de TV3), pondrá a los jueces en el disparadero político y le ofrecerá al separatismo el mapa hacia un procés con anestesia.
Sin embargo, hay algo que no podrá hacer: responder a la demanda de la mayoría ciudadana, atender al interés de España. El juicio de los españoles a la gestión del Ejecutivo es una condena, tal y como demuestra la encuesta publicada por 40dB para El País en esta misma semana.
Prestemos atención a la siguiente pregunta del cuestionario: "Para cada uno de los siguientes ámbitos, indica si crees que el país está mejor, igual o peor que hace dos años".
Pensiones: mejor 20% - peor 40%
Empleo: mejor 20% - peor 47%
Condiciones laborales: mejor 19% - peor 42% Economía: mejor 17% - peor 56%
Protección personas vulnerables: mejor 17% - peor 43% Posición internacional de España: mejor 15% - peor 52%
Convivencia territorial: mejor 11% - peor 53%
Calidad de la democracia: mejor 9% - peor 59%
Lucha contra la corrupción: mejor 7% - peor 63% Acceso a la vivienda: mejor 4% - peor 76%
Esos pocos datos bastan para reflejar la cuestión más desatendida en todo el debate político de nuestro país: si no hubiese corrupción, si no hubiese constantes cesiones a los destituyentes y si el presidente no estuviese sufriendo una crisis irreparable de credibilidad seguiría habiendo malestar social. Y eso es algo que el Gobierno no puede atajar porque la gestión es el resultado de su propia naturaleza.
Lo españoles piensan que España no está funcionando. Y la propaganda del Gobierno más progresista del mundo mundial no sirve para diluir esa percepción vívida y vivida de la realidad.
Y la polarización que exacerba el sanchismo, la manera en la que trata de cebar a la extrema derecha a ver si así consigue movilizar a las bases electorales tradicionales de la izquierda, es, además de una apuesta suicida para la concordia entre compatriotas, una muestra indiscutible de impotencia política. ¿Dónde está el progreso?
Todos estos años de muro y bloqueo nos han hecho perder los trenes del presente y del futuro, nos han dejado en el desamparo ante cada crisis, han abierto una grieta generacional sin precedentes, han hundido al feminismo en el descrédito y, sobre todo, han generado un empobrecimiento de la clases medias imposible de ocultar.
El enfado y la decepción por la corrupción son de verdad. El hartazgo por la sumisión al nacionalismo es masivo y cierto. El rechazo que provoca Sánchez es trasversal y real. Sin embargo, el malestar existe, vaya que si existe. La sensación de orfandad material que está provocando la izquierda no se va evaporar. Al contrario, irá a más.
Sin prisa, empieza el otoño político a dar la cara. La tierra sigue caliente donde estuvo el fuego, pero los incendios ya no están en el debate político. Las guerras culturales que marcan de manera efímera la actualidad semanal vienen o se van sin dejar más huella que el desquiciamiento entre posiciones irreconciliables. Y las grandes cuestiones, las que condicionan a esta yerma legislatura, regresan poco a poco al escenario para traernos el tiempo de mayor tensión conocido por casi todas las generaciones. Nos estamos acercando al espanto.