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Hacia la paz en Oriente Medio: el gran día de Trump
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Pablo Pombo

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Hacia la paz en Oriente Medio: el gran día de Trump

Ningún país que no sea Estados Unidos tiene autoridad y capacidad para impulsar y coordinar lo que empieza a concretarse ahora

Foto: El presidente estadounidense, Donald Trump, posa con el acuerdo firmado en la cumbre de líderes mundiales para poner fin a la guerra de Gaza. (Reuters/Pool/ Suzanne Plunkett)
El presidente estadounidense, Donald Trump, posa con el acuerdo firmado en la cumbre de líderes mundiales para poner fin a la guerra de Gaza. (Reuters/Pool/ Suzanne Plunkett)
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Reconozco que siento un rechazo, casi instintivo por Donald Trump. Representa muchas de las cosas que más detesto. Sin embargo, mientras estuve allí durante la última campaña electoral, aprendí que merece todo mi respeto. Vi a un competidor de primerísimo nivel, desarrollando una estrategia muy bien diseñada con un vitalismo asombroso. Y vi, también, a un líder capaz de hacer una lectura muy precisa de la realidad y del estado anímico de su pueblo. Es evidente que la persona no se corresponde con la caricatura del personaje.

Por lo tanto, no me cuesta nada reconocer que el mérito del logro en Oriente Medio le corresponde principalmente a él. Lo intentó durante su primer mandato y no lo consiguió. Terminó fracasando, como lo han hecho todos los presidentes norteamericanos desde 1948. Pero perseveró, se involucró y ha obtenido un éxito que justifica y da brillo a cualquier carrera política.

La euforia de una jornada tan esperada como la vivida ayer no disuelve ninguno de los riesgos, incluidos los inmediatos. Parece cierto que la organización terrorista Hamás está muy debilitada y necesita tiempo para rehacerse. Y es verdad que el calendario electoral no es un asunto secundario para Netanyahu, las urnas están previstas para el año que viene y, teniendo en cuenta todos los problemas del primer ministro, no hay carta más valiosa que la de presentarse como pacificador. En muy buena medida, el futuro dependerá de que estos dos actores salgan del tablero.

El primer peligro está en que Hamás no cumpla el compromiso de desarmarse. Nadie puede asegurarlo, y menos viendo lo ocurrido durante las últimas horas. Las pruebas de su recurso a la violencia para mantener el control territorial son tan indiscutibles como preocupantes.

Foto: trump-israel-hamas-acuerdo-oriente-1hms

En segundo lugar, Israel debe retirarse. Cuesta mucho imaginar que el repliegue pueda darse si Hamás no depone las armas. Sin esos dos primeros pasos, todo lo que va detrás -como la creación de una administración de tecnócratas o la participación de una fuerza militar internacional para estabilizar la zona- sólo podría ser visto como un castillo en el aire.

Por consiguiente, queda mucho camino. Ahora bien, hay motivo para la esperanza, aunque sea frágil todavía. Quedan pasos, pero el de ayer, sin duda, es extraordinario. El boato habrá generado en Trump un sentimiento de felicidad. Probablemente, tendrá que recurrir a las sensaciones de hoy en el futuro.

Foto: alto-fuego-gaza-israel-paz-1hms Opinión
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La mayor prueba de su satisfacción estuvo en el discurso. Por una vez, lo conjugó en primera persona del plural, reconociendo, uno a uno, la aportación de sus colaboradores. Durante toda la jornada, tanto él como Netanyahu buscaron frases redondas, de las que resuenan en los titulares y ocupan pies de página en los libros de historia. He seleccionado dos de ellas, no por la sonoridad sino por su precisión.

Trump: "Israel ha ganado todo lo que se puede ganar con la fuerza de las armas. Es hora de traducir esas victorias en el premio de la paz y la prosperidad". Coincido. Desde los ataques de octubre, la nación israelí ha desplegado una guerra en múltiples frentes -Gaza, Líbano, Yemen, Irán…- con una superioridad militar incontestable. Todas las sucursales de Teherán han sido severamente hostigadas, también la casa madre. Ahora bien, faltaba la liberación de los rehenes y disponer de un plan de salida.

Netanyahu: "He visto a muchos presidentes estadounidenses. Pero nunca a nadie cambiando el mundo tan rápido como Donald Trump". También es verdad. A unos les gustará más y a otros menos, pero no hay nadie que pueda rebatir una velocidad y una determinación que dañará la credibilidad del Partido Demócrata en política exterior. El mundo va tan aprisa que dos líderes muy conservadores, que podrían ser calificados de extrema derecha siguiendo los baremos tradicionales, son hoy dos referentes mundiales de la paz: el actual inquilino de la Casa Blanca y Corina Machado. Los progresistas están perdiendo todas las banderas de los valores que monopolizaban.

Entre los expertos, se debate si la propuesta norteamericana fue un plan de paz o un ultimátum a Hamás, si Washington presionó tanto como se dice a Tel Aviv o si había más complicidad de la que se ha hecho pública. Poco importa a efectos prácticos, las personas más vulnerables de la zona tienen hoy menos miedo porque se ha ejecutado un modelo de negociación que puede admitir muchos adjetivos, salvo el de académico.

El relato aislacionista que conecta con la tradición más conservadora norteamericana no está teniendo el impacto esperado sobre el terreno de los hechos internacionales. La acción exterior de aquel país se está redefiniendo y por eso creo conveniente la siguiente reflexión: ningún país que no sea Estados Unidos tiene autoridad y capacidad para impulsar y coordinar lo que empieza a concretarse en Oriente Medio.

Es una enorme responsabilidad que no ha concluido. Estamos ante el final de una posible guerra en una frontera del modo de vida occidental, queda Ucrania. Entre quienes más siguen aquello se destaca la amenaza de Trump de enviar misiles Tomahawk a Ucrania si Putin no acuerda la paz. Hasta el momento, todo lo que puedo decir es que Trump parece mucho más vacilante para lograr la resolución del conflicto en nuestro continente.

Doy por hecho que todos los que se siguen manifestando por la paz en Palestina acabarán movilizándose en favor del pueblo ucraniano en cuanto lean la prensa. Puede que alguno siga en la calle, igual que los soldados japoneses que seguían combatiendo en las islas mucho después de la Segunda Guerra Mundial. Pero seguro que, mañana mismo, el grueso pacifista y solidario empleará toda su superioridad moral para defender a las víctimas del imperialismo (ruso). Si no fuese así, sería muy triste.

Las manifestaciones celebradas en nuestro país, algunas incívicas y todas alentadas desde el poder político para distraer a la población de la presunta corrupción, sólo han servido para añadir un motivo más de enfrentamiento entre los españoles y para que el presidente español termine siendo tratado como un apestado en un lugar más. Antes era sólo en la calle, ahora también es en las cumbres internacionales. No celebro su fracaso. Pero sí este paso hacia la paz.

Reconozco que siento un rechazo, casi instintivo por Donald Trump. Representa muchas de las cosas que más detesto. Sin embargo, mientras estuve allí durante la última campaña electoral, aprendí que merece todo mi respeto. Vi a un competidor de primerísimo nivel, desarrollando una estrategia muy bien diseñada con un vitalismo asombroso. Y vi, también, a un líder capaz de hacer una lectura muy precisa de la realidad y del estado anímico de su pueblo. Es evidente que la persona no se corresponde con la caricatura del personaje.

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