En poco más de 24 horas, hemos visto al fiscal general del Estado vitoreado por los suyos como si el Tribunal Supremo fuese la Bombonera de Boca Juniors y hemos escuchado al ministro Torresfardando y ofendidísimo porque no había señal de prostitutas en el grave informe de la UCO que le concierne.
Mientras tanto, el juez Leopoldo Puente acercaba a Ábalos, Koldo y Aldamaal banquillo de los acusados. El deterioro democrático era esto, todo este envilecimiento. Al menos lo de Mazón pinta a estar en vías de despeje.
El derecho a la sorpresa se nos acabó hace tiempo a los españoles. Sin embargo, compartimos el deber cívico de no acostumbrarnos a una degeneración que empezó afectando a las formas, a los usos y costumbres de nuestra vida pública, y que ahora está dañando al mismísimo tuétano social.
Es más, considero que por el bien de todos resulta necesario que los ciudadanos templados activemos una serena rebeldía que afronte las mismas raíces de nuestros males desde el patriotismo constitucional.
Desde mi punto de vista, esa rebeldía comienza por no aceptar algunos de los principios que el poder político nos quiere incrustar. Rechazarlos y combatirlos ideológicamente. Por ejemplo, la polarización cuyo fin último no es electoral, sino autoritario.
El sanchismo no nos está enfrentando únicamente porque quiera mantener prietas las filas de un bloque ideológico ayuno en ideología, eso es meramente instrumental. Si está coqueteando con el "guerra-civilismo", cada vez además con mayor irresponsabilidad, es porque pretende arroparse con un manto de impunidad que todo lo legitime a condición de que no vengan los otros justificando así el boicoteo de la alternancia política y el apagado de todos los mecanismos de control al Gobierno.
Revindicar que la separación de poderes no se vea agredida como lo está siendo, exigir que el Gobierno no se burle de la verdad y apremiar al pago urgente de la responsabilidad política tras cualquier barbaridad no parecen las obsesiones más comunes entre los fascistas.
Por eso, más que ofenderse por la etiqueta, puede ser más productivo darle la vuelta a la tortilla y preguntar si de verdad puede ser progresista quien tolera palabras y comportamientos que no permitiría a un conservador. No creo muy difícil argumentar que al verdadero progresista, como al auténtico demócrata, se le define, entre otras muchas cosas, por no elegir su tensión moral en función de quien haya perpetrado la barrabasada del día.
Soy agudamente consciente de lo cansino que resulta tener que adentrarse en el terreno de lo moral con estos dogmáticos que se consideran de izquierdas pero no se comportan como demócratas. Pero también puede ser divertido.
Es agradable decirle a un sanchista que le falta brío en su defensa del ministro Torres porque no le ha agradecido, con el corazón en la mano, la falta de indicios de relaciones con mujeres prostituidas. Y, ya de paso, aprovechar el instante de desconcierto para recordar que estuvo bien calladito cuando salieron los audios de Carlotala que "se enrolla que te cagas".
La reducción al absurdo puede ser una forma de defender la razón política frente a los propagandistas. Pero hay más herramientas. A medida que avanzan los distintos casos de presunción que afectan al entorno inmediato del presidente, se acumulan también las contradicciones. Y la verdad es que algunas son palmarias.
Durante muchas semanas, los oficialistas han tenido poco éxito para explicar la eliminación de pruebasdel fiscal general del Estado y se han esforzado por invertir la carga de la prueba hacia la presidenta madrileña; sin embargo, han dejado bastante desatendida la cuestión de fondo: el combate por el relato en el que pudo estar involucrado el García Ortiz.
Es llamativo que el propio FGE cayese en ese error a ojos del país entero. Cualquiera que haya estado en la trastienda, sabe que alguien recibió la encomienda de movilizar a los palmeros y de que hubiese cámaras en el Tribunal Supremo. Por lo tanto, es evidente que, incluso en el primer día de su juicio, estuvo pendiente del relato gubernamental. Pendiente y obediente para que TVE pudiese vender aquello en el noticiero peronista. Esa imagen, más allá de confirmar la inclinación impúdica general, hace verosímil el motivo de su presunto delito individual.
Otro de los puntos débiles que tienen los afectados por todas estas cuestiones tan feas se concentra en la homogeneidad. Todos están haciendo lo mismo. En lo sustancial, la defensa del extremeño Gallardo es igual a la de la esposa Gómez e indistinta a la del resto. Diga "chupito" cada vez que un oficialista pronuncie la palabra "bulo", cada vez que victimice a quien se comportó indecorosamente o cada vez que agreda a la "Justicia". Y cante "¡Bingo!" cuando haga las tres cosas.
Esa extendida aplicación del manual de resistencia busca, en mi opinión, un choque institucional diseñado para que tiemblen los cimientos de nuestra democracia y creo aconsejable tanto avisar de ello como destacar lo que ocurre cuando llega la hora de la verdad: "No me consta", 50 veces.
Sánchez, el mismo que se achantó en el Senado, llamará a la alarma democrática si le llegan las fuerzas. Y los suyos, que ahora parecen estar dispuestos a ponerlo todo en peligro, podrían verse pronto limitados a salvar su propio culo. Quizá Ábalos sea el primero, puede que Koldo.
El caso es que la degradación de nuestra democracia era esto y que es tan feo como temíamos, pero todavía no hemos visto lo peor. El sanchismo parece haber llegado a la conclusión de que no sobrevivirá si sobrevive la Justicia. Hay motivos para preocuparse, no lo dudo. Y es verdad que harán falta muchos años para que pueda reparar todo el destrozo.
Ahora bien, soy optimista. Si de algo estoy seguro es de que la rebeldía cívica que considero imprescindible pasa inevitablemente por reclamar un optimismo bien fundado en el porvenir de nuestra democracia. Sé que no es la mejor época para decirlo, sé que nuestra realidad se acerca al espanto y sé que nadie nos está diciendo que estaremos mejor. Pero lo creo. Confío en los servidores públicos, confío en el periodismo, confío en la fortaleza de nuestros valores constitucionales y confío en nuestro país.
En poco más de 24 horas, hemos visto al fiscal general del Estado vitoreado por los suyos como si el Tribunal Supremo fuese la Bombonera de Boca Juniors y hemos escuchado al ministro Torresfardando y ofendidísimo porque no había señal de prostitutas en el grave informe de la UCO que le concierne.