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Marta García Aller

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La guerra, la posguerra y entreguerras

La M-30 va prácticamente vacía. Por el carril central va la Guardia Civil y a mi derecha una ambulancia adelanta un coche fúnebre. Es el Madrid que no se ve desde los balcones

Foto: Panel informativo sobre la M-30 de Madrid. (EFE)
Panel informativo sobre la M-30 de Madrid. (EFE)

La M-30 va prácticamente vacía. Al salir del túnel, veo tres vehículos más. Por el carril central va la Guardia Civil y a mi derecha una ambulancia adelanta un coche fúnebre. Es el Madrid del Covid-19 que no se ve desde los balcones. Tal vez esa ambulancia va al Gregorio Marañón, pero seguro se dirige a la primera línea de batalla. Los médicos con los que he hablado, a diferencia de los periodistas, no utilizan lo bélico como recurso literario. Hablan de guerra porque de pronto sienten estar librando una. A vida o muerte contra el coronavirus que ha provocado una avalancha de personas con neumonía en los hospitales (este jueves, Madrid tenía unos 3.000 ingresados). No hay camas de UCI para todos los que la necesitan y ya están teniendo que elegir qué vidas salvar. Les faltan respiradores, mascarillas y hasta botellas de agua. Y no solo en la capital. En Cataluña, el hospital de Igualada ya no puede abrir todas las camas de UCI para atender a los enfermos de coronavirus por falta de personal (tienen 91 profesionales infectados). Están al límite cada vez en más ciudades. “Es una guerra”, me dijo un médico. No era una metáfora.

Al quedarme mirando la ambulancia he perdido de vista al coche de la Guardia Civil. Lo mismo ha ido a multar al que se vaya de puente o a vigilar algún parque. Porque mientras algunos libran esta guerra contra el virus, otros siguen sin enterarse de qué va 2020. Las ciudades confinadas están a la vez viviendo su mayor tragedia y tratando de olvidarla. Como si el drama de la cuarentena fuera que el wifi va lento. Tener a la gente encerrada en sus casas está creando un extraño ambiente, como de ley seca. La de los otros años veinte, con ansia de brindis y fiestas. Y algunos se creen en la ‘resistance’ por irse de botellón clandestino o escaparse al parque a correr, como si la épica de nuestro tiempo no estuviera en cumplir el confinamiento, que es lo que los médicos nos suplican que hagamos para evitar más contagios. Solo así les dará tiempo a salvar las vidas en peligro que se les amontonan.

En mi barrio, hay una casa cuartel, y cada rato un guardia civil se da un paseo hasta el súper de la esquina por si hay que echar una mano en la cola que se forma toda las mañanas. De cinco en cinco. Recuerden la distancia de dos metros. Aquí tienen los guantes. No se preocupen, esta tarde viene otro camión. Las estanterías vacías son más de la posguerra.

El coche fúnebre de la M-30 salió en el desvío del tanatorio. Solo Madrid lleva ya 400 muertos por coronavirus, la mitad de los que suma España, que a su vez es una cuarta parte de los que han enterrado en Italia, que nos lleva una semana de ventaja. Aunque aún no los han enterrado a todos. No dan abasto. Bérgamo es la ciudad a la que han llegado los camiones del ejército para convertirse en transporte funerario de emergencia y trasladarlos a otros crematorios de la región porque a esta ciudad lombarda ya no le caben sus muertos.

Cuenta la prensa italiana que en Bérgamo ya nadie canta en los balcones. Es una ciudad en silencio de 120.000 habitantes que ha llenado 55 ataúdes en un día. 385 en una semana. 2.000 muertos desde que llegó la pandemia. Mayores, sobre todo. La mayoría ha muerto en el hospital, porque los que fallecen en casa no salen en la estadística. Prohibidos los funerales para evitar más contagios. También han muerto médicos y enfermeros en la trinchera de Bérgamo. Cómo no va a ser una trinchera si hay camiones del ejército saliendo en fila llenos de ataúdes. Eso confirmará que es una guerra a los que necesitaban una imagen para creérselo.

En otras partes de Europa todavía los periódicos hablan de cuánto ha subido la demanda de niñeras tras el cierre de colegios y los conciertos que se están cancelando con las restricciones. Son las noticias que en España dábamos la semana pasada. Antes de que la M-30 estuviera prácticamente vacía. Poco a poco, vamos asumiendo lo que ese vacío significa. Las ciudades están librando una guerra sanitaria, una posguerra económica y un entreguerras emocional. Todo a la vez.

La M-30 va prácticamente vacía. Al salir del túnel, veo tres vehículos más. Por el carril central va la Guardia Civil y a mi derecha una ambulancia adelanta un coche fúnebre. Es el Madrid del Covid-19 que no se ve desde los balcones. Tal vez esa ambulancia va al Gregorio Marañón, pero seguro se dirige a la primera línea de batalla. Los médicos con los que he hablado, a diferencia de los periodistas, no utilizan lo bélico como recurso literario. Hablan de guerra porque de pronto sienten estar librando una. A vida o muerte contra el coronavirus que ha provocado una avalancha de personas con neumonía en los hospitales (este jueves, Madrid tenía unos 3.000 ingresados). No hay camas de UCI para todos los que la necesitan y ya están teniendo que elegir qué vidas salvar. Les faltan respiradores, mascarillas y hasta botellas de agua. Y no solo en la capital. En Cataluña, el hospital de Igualada ya no puede abrir todas las camas de UCI para atender a los enfermos de coronavirus por falta de personal (tienen 91 profesionales infectados). Están al límite cada vez en más ciudades. “Es una guerra”, me dijo un médico. No era una metáfora.

Guardia Civil