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No son los Goya, es una pandemia mundial
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Marta García Aller

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No son los Goya, es una pandemia mundial

En su cabeza, Iván Redondo tal vez crea que se ha quitado de encima a la oposición, la coalición y hasta la prensa. Y por eso Sánchez sale a dar esos discursos de corta y pega

Foto: Efectivos del Ejército de Tierra realizan labores de desinfección en el aeropuerto de Asturias. (EFE)
Efectivos del Ejército de Tierra realizan labores de desinfección en el aeropuerto de Asturias. (EFE)

Aquí debe de haber un error. Alguien en Moncloa parece haber confundido la transparencia comunicativa con el número de palabras que se pronuncien en cada comparecencia del Gobierno durante la crisis del coronavirus. Y, por lo que me ha estado informando un grupo de expertos, no hay relación alguna entre ambos conceptos. Me han explicado los que saben de esto que, por muy larga que sea la respuesta de un líder político, no es por ello más transparente. Más bien cabría pensar lo contrario.

Aunque pregunté si puede ser fruto de alguna equivocación, los expertos me aseguraron que no. No es un error, dicen, sino una estrategia deliberada. Esto de que los ministros, y hasta el propio presidente del Gobierno, salgan a la hora de comer para hacer comparecencias soporíferas de más de una hora, respondiendo con 10 veces más palabras de las necesarias a cada pregunta (previamente filtrada) sobre el estado de alarma es, sorprendentemente, adrede. A lo que aspira Moncloa, según algunos entendidos, es a adormecer a la ciudadanía. El efecto amapola, lo llaman. Otros expertos, sin embargo, aseguran que no es ese el objetivo, sino que más bien buscan colonizar los telediarios. El caso es tener ministros que hablan y hablan en la tele hasta la hora de la siesta para que no haya más remedio que escuchar su versión y nada más que su versión. A mis expertos les digo que ambas explicaciones no son incompatibles.

Foto: El presidente, Pedro Sánchez, durante la reunión del comité de gestión técnico del coronavirus en Moncloa. (EFE) Opinión

Esta estrategia de exigir adhesión inquebrantable so pena de ser acusado de deslealtad está pensada también para tentar a la oposición. Será que los expertos con los que hablo son muy malpensados, pero me consta que están bien informados. Y son varios en coincidir en que la estrategia comunicativa de Moncloa responde a un fin ideológico (estético no podía ser, no hay más que ver lo pobretón de la puesta en escena de las comparecencias de Pedro Sánchez). La idea es ignorar a Pablo Casado, al tiempo que se le pide unidad, para sacar al líder de la oposición lo suficientemente de quicio como para luego poder acusarle de deslealtad. Ningunearlo hasta que lo pueda acusar de desleal. Si no critica, desaparece. Y si critica, no quedará a la altura de las circunstancias.

Ya están pensando más en cómo argumentar la salida de la tercera crisis antes incluso de resolver la primera

Esta estrategia pasivo-agresiva solo tiene sentido para quien dentro del PSOE teme más a un Partido Popular moderado y con sentido de estado que una oposición leal que lo apoye durante el estado de alarma y se distancie de Vox. Por eso en Moncloa están más tranquilos con el tono beligerante de la presidenta Díaz Ayuso y desconfían del protagonismo que va ganando en Madrid el alcalde Martínez-Almeida. O, al menos, eso es lo que opinan mis expertos.

¿Pero de verdad que en medio de la mayor crisis mundial de los últimos tiempos, tras tres semanas de estado de alarma, en plena emergencia sanitaria y con el país entero paralizado, están perdiendo en Moncloa un tiempo crucial en cálculos partidistas? Se lo he preguntado, incrédula, a los expertos que saben de esto. Y no han dudado mucho, la verdad. Si en Moncloa siguen apostando por enfocar una comunicación que divide, aunque sea de tapadillo, en derechas e izquierdas, al tiempo que llaman a la unidad, es porque ya están pensando más en cómo argumentar la salida de la tercera crisis antes incluso de resolver la primera. Estamos todavía en la más importante, que es también la más urgente, la sanitaria. Luego vendrá la económica. Y después, la política. Es esta última, me dicen los expertos, la que más interesa a Iván Redondo, que es quien ha diseñado esta estrategia. De ahí que muchos de los que esperábamos una reacción comunicativa acorde con el drama y la urgencia que estamos pasando no entendamos nada.

Foto: Un hombre camina junto a un cartel que alerta sobre el coronavirus en Viena. (EFE) Opinión
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Tampoco parece muy práctico que cada compareciente dedique todos los días varios minutos a agradecer su labor, cada vez que se pone delante del micrófono, a todos los colectivos que trabajan para frenar la pandemia. Basta de agradecimientos protocolarios, por favor, que no hay tiempo que perder ni esta es la ceremonia de los Goya, sino una pandemia mundial. Si quieren acordarse de los médicos y los celadores, de los reponedores y los camioneros, de agricultores y policías, hagan el favor de dotarles adecuadamente de la protección que llevan semanas pidiendo. Así sí que se creerán que se acuerdan de ellos.

Sin embargo, la visión que impera en Moncloa es que lo que ahora necesita España es un empalagoso tono paternal. De ahí la pose del presidente del Gobierno en cada comparecencia, desprovista de toda solemnidad (hablar de pie durante hora y pico no puede ser solemne). El soniquete a lo Paulo Coelho, por lo visto, es deliberado. No busca convencer a los periodistas, ni a los tuiteros ni a los expertos en comunicación política, sino que va dirigido a los abuelos y abuelas temerosos del virus que buscan sosiego en sus palabras de apoyo. He preguntado a varios abuelos y abuelas en cuarentena si han encontrado algún sosiego en el tono de autoayuda de las últimas comparecencias del presidente del Gobierno y me han mandado directamente a la mierda. A mí, a él y a Paulo Coelho. Será que la gente, que es muy suya, cuando ve una comparecencia en medio de un estado de alarma quiere saber si hay alguien lúcido al mando tomando decisiones, no que le den una sesión de 'coaching' buenista. Y en eso coinciden los expertos y los abuelos de los expertos.

Foto: Los ministros Fernando Grande-Marlaska, Salvador Illa, Margarita Robles y José Luis Ábalos, este 5 de abril en rueda de prensa. (EFE)

En su cabeza, Iván Redondo tal vez crea que se ha quitado de encima a la oposición, la coalición y hasta la prensa. Y por eso Sánchez sale a dar esos discursos de corta y pega que incluyen versos persas. Tal vez aspire a sonar como el presidente Bartlet de ‘El Ala Oeste de la Casa Blanca’, la serie que tanto le gusta al jefe de gabinete del presidente del Gobierno. Lo malo es que en los guiones de Aaron Sorkin esos discursos duraban, como mucho, medio minuto en pantalla. Una comparecencia de Sánchez ocuparía dos capítulos enteros. Y así, claro, no funciona. Como tampoco funcionaba ese nuevo programa de entrevistas pactadas que le han dado a Miguel Ángel Oliver en su regreso televisivo a todos los canales a la vez. Menos mal que el Gobierno ha rectificado con el formato de ruedas de prensa, después de las quejas, y permitirá preguntas en directo por videoconferencia. Esperemos que admitan repreguntas. Si no, volverá a equivocarse el Gobierno tratando a la prensa como un estorbo en tiempos de crisis, no hace falta ningún experto para saber esto.

Es lo que me dicen los expertos sobre la estrategia de comunicación del Gobierno. Y dice el Gobierno que siempre hay que hacer caso a los expertos. Aunque seguro que si busco bien encuentro otros expertos que me digan lo contrario. El Gobierno, también.

Aquí debe de haber un error. Alguien en Moncloa parece haber confundido la transparencia comunicativa con el número de palabras que se pronuncien en cada comparecencia del Gobierno durante la crisis del coronavirus. Y, por lo que me ha estado informando un grupo de expertos, no hay relación alguna entre ambos conceptos. Me han explicado los que saben de esto que, por muy larga que sea la respuesta de un líder político, no es por ello más transparente. Más bien cabría pensar lo contrario.

Miguel Ángel Oliver Moncloa Pedro Sánchez