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Marta García Aller

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Sinsentido de Estado

Los que ocupan el Congreso parecen humanos porque, aunque no se entiendan entre ellos, hablar, hablan. Han de ser por tanto racionales, aunque esto no lo podemos confirmar del todo

Foto: Catalina Guille, trabajadora del servicio de limpieza del Congreso, desinfecta uno de los micrófonos. (EFE)
Catalina Guille, trabajadora del servicio de limpieza del Congreso, desinfecta uno de los micrófonos. (EFE)

Ahora que lo mismo aparece un jabalí por la calle Balmes que vuelven los delfines a los canales de Venecia y una familia de patos se pasea por el centro de París, la repentina ausencia de gente en las ciudades provocada por el confinamiento del coronavirus podría causar confusión a quien vea lo que pasa en el Congreso de los Diputados. Pero no. Aunque la naturaleza esté empezando a reclamar lo que era suyo y en la carrera de San Jerónimo se oigan muchos gruñidos, la vida animal no se ha apropiado aún de los escaños.

Los que ocupan el Congreso parecen humanos porque, aunque no se entiendan entre ellos, hablar, hablan. Han de ser por tanto presumiblemente racionales, aunque esto último no sé cuándo lo podremos confirmar del todo. Y por más que se estén peleando todo el rato, tampoco pueden ser niños, porque a los menores hace más de un mes que no se los ve por ningún sitio. Así que aunque se comporten como críos, hay también que descartar que lo sean. Los de verdad tienen prohibido salir durante el estado de alarma.

Foto: Pedro Sánchez, este 15 de abril en la sesión de control del Congreso. (Reuters)

Si no valen la excusa animal, ni la infantil ni la irracional, habrá que deducir entonces que los encargados de dirigir este país y los que han de controlar a quienes lo dirigen se están limitando a dar este espectáculo porque es lo único que saben hacer. Se cruzan reproches, autocomplacencias y desprecios en el hemiciclo desplegando su pelaje más sectario. Antes del Covid-19 llevaban meses haciéndolo, pero ya no pega. Esta legislatura ha cambiado, pero ellos no.

En medio de la peor crisis reciente, la ceguera ideológica del que solo es capaz de darle la razón a su propia bancada se antoja aún más ridícula

En medio de la peor crisis de nuestra historia democrática, la ceguera ideológica del que solo es capaz de darle la razón a su propia bancada se antoja aún más ridícula que de costumbre. No tiene sentido que el Gobierno presuma de gestión, porque nunca hay nada de lo que presumir en medio de una tragedia, y menos si está gestionada a base de improvisaciones y rectificaciones. Tampoco es de recibo que la oposición acuse al Ejecutivo de que no le importan los muertos y se desfogue en insultos al tiempo que pide altura de miras. En lo único que han estado de acuerdo el Gobierno y la oposición ha sido al afirmar, cada partido a su manera, que España no se merece al otro. Ya tienen ahí un denominador común.

placeholder El Congreso aplaude en homenaje a los miembros del personal sanitario el 9 de abril. (EFE)
El Congreso aplaude en homenaje a los miembros del personal sanitario el 9 de abril. (EFE)

Es tan obvio que un país paralizado por esta terrible pandemia necesita más gestión y menos confrontación que más de la mitad de los españoles confía poco o nada en la gestión del Gobierno de Sánchez de la crisis del coronavirus, pero una gran mayoría (87,8%) cree que los demás partidos deberían apoyarle. Este pragmatismo podría deberse a que, al menos según el CIS, los encuestados creen que la oposición lo haría más o menos igual. Los españoles tienen mucho más presentes las limitaciones de sus políticos que ellos mismos.

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Pero ni este Gobierno ni esta oposición estaban preparados para que las inercias de toda esta gresca política estuvieran tan fuera de lugar. Unos fingen que quieren unidad y otros que ofrecen lealtad. Y como a esos animales salvajes que de pronto aparecen en el asfalto, se les nota a la legua que están fuera de su hábitat.

El espectáculo que están dando sus señorías no puede estar más lejos del sentido de Estado que piden pero no ejercen. La política española es más bien un sinsentido. Una cosa absurda que no tiene explicación. Un jabalí en la calle Balmes.

Ahora que lo mismo aparece un jabalí por la calle Balmes que vuelven los delfines a los canales de Venecia y una familia de patos se pasea por el centro de París, la repentina ausencia de gente en las ciudades provocada por el confinamiento del coronavirus podría causar confusión a quien vea lo que pasa en el Congreso de los Diputados. Pero no. Aunque la naturaleza esté empezando a reclamar lo que era suyo y en la carrera de San Jerónimo se oigan muchos gruñidos, la vida animal no se ha apropiado aún de los escaños.

Pedro Sánchez Barómetro del CIS