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Marta García Aller

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Lágrimas en el Palacio de Hielo

Necesitamos las lágrimas porque son el desahogo más sincero en la distancia que el virus nos ha impuesto

Foto: La ministra de Defensa, Margarita Robles (c), durante el acto oficial del cierre como morgue del Palacio de Hielo. (EFE)
La ministra de Defensa, Margarita Robles (c), durante el acto oficial del cierre como morgue del Palacio de Hielo. (EFE)

Ya sabíamos que el coronavirus se podía esconder en los besos y en los abrazos. Y ahora resulta que también está en las lágrimas. No es ningún ataque de lirismo, es lo que dice un estudio científico recién publicado en 'Annals of Internal Medicine'. Los ojos no son solo una de las puertas de entrada del virus, también una potencial fuente de contagio incluso en las primeras etapas de la enfermedad. Según este descubrimiento, realizado por un instituto italiano, incluso en pacientes en los que las muestras respiratorias han dado negativo de covid-19, el coronavirus puede estar activo y ser infeccioso en las lágrimas. También en las de alegría.

Hay algo especialmente cruel en que tengamos que tratar las lágrimas como un residuo peligroso cuando más se necesitan, ya sean las de quienes celebran haberse curado como las del duelo de quienes lloran su pérdida en soledad. Maldito virus despiadado.

Emocionadas palabras de la ministra de Defensa a las familias de los fallecidos

Tal vez por eso ha sido tan celebrada la intervención de Margarita Robles, tan cálida en la clausura de la morgue del Palacio de Hielo. No alcancé a ver si a la ministra de Defensa se le cayó o no alguna lágrima al decirles a las familias de los fallecidos por el coronavirus que aquellos féretros no estuvieron solos, que los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas los acompañaron. La mascarilla que llevaba puesta no dejaba ver bien su rostro, pero su voz transmitía una emoción que parecía sincera. No son las lágrimas de la ministra las importantes, sino las que inspiró las que cuentan.

A muchos se nos escapó alguna al escuchar a Robles hablar con la voz algo quebrada. Dijo que la UME tuvo “cariño” para cada uno de los fallecidos, además de velarlos con respeto y silencio. Seguramente sea este el momento en que un miembro del Gobierno más ha conectado con el dolor de los ciudadanos durante el estado de alarma. Dijo que los soldados han hecho el duelo que no han podido hacer los familiares de las víctimas, lo que tiene un enorme valor para muchas de ellas. Y su pesar sonaba sincero.

Su voz transmitía una emoción que parecía sincera. No son las lágrimas de la ministra las importantes, sino las que inspiró las que cuentan

En este momento, en el que España suma más de 20.000 muertos en seis semanas, no es extraño que conecte más un acto para reconocer todo ese dolor con palabras sencillas que los grandilocuentes sermones que suenan a hueco para tratar de convencernos de que todo va a salir bien.

Aunque ahora sabemos que hay que tener cuidado con ellas por si contagian el virus, necesitamos más que nunca las lágrimas. Son importantes porque también pueden contagiar el consuelo y la esperanza. Este virus nos ha quitado ya los besos y los abrazos. Me van a perdonar, ahora sí, que me ponga lírica. Necesitamos las lágrimas porque son el desahogo más sincero en la distancia que el virus nos ha impuesto. Acertó la ministra en su discurso, porque no pareció que estuviera dando uno. Necesitábamos mucho esa cercanía, porque últimamente a este Gobierno le sobraba distancia social.

Ya sabíamos que el coronavirus se podía esconder en los besos y en los abrazos. Y ahora resulta que también está en las lágrimas. No es ningún ataque de lirismo, es lo que dice un estudio científico recién publicado en 'Annals of Internal Medicine'. Los ojos no son solo una de las puertas de entrada del virus, también una potencial fuente de contagio incluso en las primeras etapas de la enfermedad. Según este descubrimiento, realizado por un instituto italiano, incluso en pacientes en los que las muestras respiratorias han dado negativo de covid-19, el coronavirus puede estar activo y ser infeccioso en las lágrimas. También en las de alegría.

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