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España necesita contratar a miles de rastreadores para frenar el virus
En pleno debate sobre las famosas fases de desconfinamiento, a Illa le hacemos más preguntas sobre las horas de los 'runners' que de cómo planea el Gobierno rastrear nuevos contagios
Cuando en Noruega empezaron los primeros casos de coronavirus, el país reconvirtió gran parte de sus funcionarios en rastreadores de virus para tratar de frenar la epidemia. Los municipios tenían libertad para reasignar a sus trabajadores públicos a una nueva tarea prioritaria: rastrear los contactos de los contagiados. Hablé a mediados de marzo con Katja, una funcionaria de un pueblo cerca de Oslo, que me contó cómo era su nuevo trabajo como detective de virus. Tenía que llamar por teléfono a todas las personas de su pueblo que dieran positivo en coronavirus para reconstruir sus pasos de los últimos días y trazar un mapa de contactos de aquellos a los que podría haber contagiado para avisarlos de que ellos también se pusieran en cuarentena estricta. La familia cercana, los compañeros de trabajo, los camareros de una cafetería con los que pudiera haber estado en contacto... También respondía sus dudas sobre el virus y hacía un seguimiento telefónico de su evolución.
Me acordé de ella ahora que han empezado los planes para la desescalada en España. Y de lo útil que hubiera sido en España una flexibilidad como la del sistema noruego para reasignar tareas a empleados públicos que no pudieran trabajar durante el estado de alarma para sacar adelante una tarea como esta, cuando el sistema sanitario se vio desbordado a mediados de marzo. Es curioso lo poco que se está hablando de cómo los municipios pueden poner en marcha medidas como esta para controlar mejor los riesgos de rebrote que pueden llegar con el desconfinamiento. En España, aún no hay un plan nacional para llevar a cabo esta tarea. Ni la Sanidad Pública tiene medios suficientes para ella ni esta carencia está en el debate público para presionar a las comunidades autónomas y el Gobierno para que busquen soluciones alternativas.
Estamos en pleno debate sobre las famosas fases de desconfinamiento, pero al ministro Illa se le han hecho más preguntas sobre las horas de los 'runners' y los derechos de los surfistas que sobre las estrategias para rastrear nuevos contagios. La reapertura de la economía no solo requiere un calendario de restricciones en el que cada uno vaya a preguntarse qué hay de lo mío. También hay mucha preocupación, como es normal en una economía cuyo PIB se desploma al 5,2%, en calibrar los trabajos que más van a sufrir las consecuencias por la crisis sanitaria. Pero estaría bien empezar a pensar no solo en los empleos que se destruyen sino en los que hace falta crear para acorralar esta enfermedad contagiosa que sigue causando centenares de muertes diarias. Y la de rastreador de virus es una de ellas.
Los epidemiólogos insisten en que los test por sí mismos no bastan y el Gobierno no termina de explicar su estrategia para asignarlos. No solo hacen falta más PCR, también más coordinación y transparencia en los datos y un refuerzo urgente del sistema sanitario. Sigue sin haber suficiente personal para hacer el seguimiento de los casos positivos y el rastreo de los contactos que hayan podido tener para romper la cadena de transmisión. Es una de las tareas que mejor resultado están dando en otros países para controlar el coronavirus. En España, no está claro cuántos de estos trabajadores harían falta: según el epidemiólogo al que se consulte, las estimaciones oscilan entre 20.000 y 100.000 técnicos de rastreo. Lo ideal es que fueran trabajadores sanitarios que sepan de epidemiología, pero no es imprescindible y ante la situación de emergencia, hay países explorando otras opciones.
En Irlanda, el ejército está entrenando a sus cadetes para ayudar al personal de un centro de llamadas de epidemiología para el seguimiento de contactos del coronavirus. Vò, un pueblo de 3.000 habitantes de la región italiana del Véneto, realizó en marzo un experimento epidemiológico que logró controlar la enfermedad. Además del testeo masivo, había varios grupos de voluntarios de Cruz Roja haciendo el seguimiento para localizar rápidamente los casos que hubieran estado en contacto con positivos y frenar más contagios.
Canadá ha reclutado 27.000 voluntarios, una cantidad similar a la que podría necesitar Francia. En Estados Unidos, Illinois ha puesto en marcha en abril un equipo de 1.000 rastreadores covid-19 contratando a estudiantes de medicina y enfermería en colaboración con Partners in Health. Los médicos de esta ONG estadounidense, con experiencia en el rastreo de enfermedades infecciosas en Malawi, Liberia y México, nunca habían imaginado que tendrían que encargarse de entrenar un nuevo equipo de rastreadores en suelo estadounidense. Allí, cada ciudad se va organizando como puede. En San Francisco, han entrenado a un centenar de voluntarios entre los que hay desde estudiantes a bibliotecarios. Tom Frieden, exdirector del Centro de Control de Enfermedades de EEUU (CDC), calcula que su país necesitaría un ejército de 300.000 personas.
Las 'apps' para rastrear contactos han atraído más debate que estos equipos de rastreadores telefónicos. El ministro Illa reconoció este jueves que siguen evaluando las diferentes 'apps' disponibles sin concretar, como ya han hecho Francia, Italia y Alemania, si vamos a utilizar alguna con este fin. Pero un rastreo en el móvil, en el mejor de los casos, supondría solo una solución parcial. El 'big data' proporciona pistas de los posibles rebrotes, pero para asegurarse de que las personas que han dado positivo no transmitan la enfermedad, hace falta una información mucho más minuciosa de su red de contactos y encuentros. También desde el punto de vista emocional, las llamadas telefónicas que además de pedir información ofrecen ayuda y consuelo consiguen más información y de más calidad cuando logran ganarse la confianza de los pacientes.
¿Cómo es que esta no es una de las prioridades del debate público? Mientras el bloqueo de la economía era estricto, los contactos que podía haber tenido cada persona eran más fáciles de rastrarse. Pero tan pronto como empiece la desescalada, va a ser fundamental localizar dónde han estado las personas que den nuevos positivos con un seguimiento personalizado. Eso ayudaría a responder una de las preguntas que continúan sin respuesta en las ruedas de prensa que cada día actualizan el número de contagios en España: ¿dónde se han producido exactamente mientras la gente seguía confinada?
He vuelto a hablar con Katja, la rastreadora de virus noruega, para saber cómo ha evolucionado su trabajo un mes y medio después. Cuando hablamos a mediados de marzo, esta psicóloga de profesión reconvertida en detective telefónico pasaba siete horas diarias rastreando todos los contactos de hasta 16 nuevos positivos al día. Hace unos días que ya no tiene que hacer ninguna llamada, porque no hay nuevos contagios de coronavirus en su región. Está orgullosa de haber contribuido a controlar la expansión del virus, pero le incomoda un poco estar en casa de brazos cruzados y le gustaría volver a su antiguo empleo de trabajadora social, pero como en Noruega van a empezar a autorizarse de nuevo conciertos y otras actividades en grupo, tienen que estar atentos por si hay rebrote. Esta tarde, tiene amigos a cenar en su casa. Si alguno de los amigos estuviera contagiado, sabe que todos tendrán que ponerse en cuarentena.
Cuando en Noruega empezaron los primeros casos de coronavirus, el país reconvirtió gran parte de sus funcionarios en rastreadores de virus para tratar de frenar la epidemia. Los municipios tenían libertad para reasignar a sus trabajadores públicos a una nueva tarea prioritaria: rastrear los contactos de los contagiados. Hablé a mediados de marzo con Katja, una funcionaria de un pueblo cerca de Oslo, que me contó cómo era su nuevo trabajo como detective de virus. Tenía que llamar por teléfono a todas las personas de su pueblo que dieran positivo en coronavirus para reconstruir sus pasos de los últimos días y trazar un mapa de contactos de aquellos a los que podría haber contagiado para avisarlos de que ellos también se pusieran en cuarentena estricta. La familia cercana, los compañeros de trabajo, los camareros de una cafetería con los que pudiera haber estado en contacto... También respondía sus dudas sobre el virus y hacía un seguimiento telefónico de su evolución.