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Marta García Aller

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Zoom no es buena idea

Cuando nos olvidamos de la imagen y confiamos a la voz toda la comunicación, al menos podemos prestar toda la atención a las palabras

Foto: Un estudiante de El Masnou durante una clase. (Reuters/Albert Gea)
Un estudiante de El Masnou durante una clase. (Reuters/Albert Gea)

El teletrabajo por Zoom o por Skype es el método perfecto para los narcisistas compulsivos que cuando más cómodos se encuentran es mirándose al espejo, porque pueden observarse a sí mismos mientras los demás hablan y fingir que los escuchan. Quién no ha tenido algún jefe así, de esos que en las reuniones solo se prestaban atención a sí mismos. Reunirse a través de una pantalla debe de ser su sueño, por fin les permite verse mientras hablan.

El riesgo de reunirse por videollamada es que parece acercar a las personas, pero al final al otro ni lo vemos ni lo escuchamos con atención. Curiosamente, puede que sea el medio más oportuno para esta generación de políticos que tenemos en España. Han encontrado la manera perfecta de poder hablarse cómodamente sin tener que mirarse a los ojos y fingir que se escuchan mientras se colocan un mechón.

En las videollamadas está estudiado que tendemos más a vernos a nosotros mismos, incluso sin querer, que a mirar a la lucecita verde de la cámara o a las personas que estamos hablando. Qué será los que se ignoran queriendo. Ni siquiera quienes miran a los ojos del que aparece en pantalla lograrán verse correspondidos, ya que, en el mejor de los casos, para eso la otra persona debería estar mirando a cámara y por tanto tampoco lo estará mirando a él. No sé si me explico. El caso es que poderse mirarse a los ojos es fundamental para inspirar confianza, tan necesaria esta para cerrar un trato como para desescalar la tensión política durante la pandemia.

"El paripé de la videollamada no se diferencia mucho de la actitud que muestran sus señorías cuando se reúnen en el Congreso o en el Senado"

Los participantes en un experimento de psicología del comportamiento demostraron que tenemos más probabilidades de creer en las declaraciones de un orador si nos mira a los ojos al hablar. De hecho, hay estudios que cuestionan la imparcialidad de los juicios por declaraciones en remoto porque se tiende más a desconfiar del declarante. Y, como en las videollamadas, cruzar miradas no es posible, dificultan el entendimiento incluso cuando hay voluntad de tenerlo.

De hecho, el paripé de la videollamada no se diferencia mucho de la actitud que muestran sus señorías cuando se reúnen en el Congreso o en el Senado. Ni en la Cámara Baja ni en la Alta se miran a los ojos cuando se hablan. Muchos ni siquiera fingen interés por lo que oyen y prefieren escudriñarse las uñas o divagar mirando al móvil, como si en vez de un gestor de lo público fueran un adolescente de vuelta de todo al que le estuvieran echando una bronca.

Tener que verse por Zoom con una persona a la que echas de menos nunca resulta del todo satisfactorio. Dice Kate Murphy, autora del libro 'You’re not listening' 'No estás escuchando' que las conversaciones por videollamada se vuelven más incómodas y confusas que las conversaciones telefónicas porque hacen más difícil concentrarse en lo que se dice. Al conversar en persona el cerebro trata de anticipar por los gestos del interlocutor, pero como en las videollamadas a veces hay un pequeño retraso, eso a la mente le incomoda y dificulta la atención. También es un problema para el aprendizaje 'online'.

Foto: Foto: Reuters.

Así que por más que hayan multiplicado su protagonismo durante la pandemia, las videollamadas no son tan de fiar como parecen. El cerebro humano decide lo que le transmite confianza de forma inconsciente, fijándose en las pupilas de su interlocutor, y esa falta de sincronización puede entorpecer el entendimiento más de lo que parece. En nuestros mecanismos evolutivos, para sentirnos a gusto conversando, hay minúsculos matices para los que no están preparadas todavía nuestras pantallas. Y menos si para que parezca que miramos al otro a los ojos, es decir, para parecer de fiar, hay que buscar una lucecita verde que nos recuerda lo lejos que estamos.

Para eso, pasada la novedad del comienzo del confinamiento, tal vez sea más práctico dejar de jugar a Star Trek y volver a la llamada de teléfono. Cuando nos olvidamos de la imagen y confiamos a la voz toda la comunicación, al menos podemos prestar toda la atención a las palabras. No es lo mismo una reunión complicada que un aperitivo con la familia en el que lo importante son las expresiones de cariño. En las llamadas sin vídeo, los matices visuales no pueden dar lugar a equívocos porque no contamos con ellos. Puede que algunas reuniones lo ideal sea hacerlas por videollamada. Es el formato ideal para no tener que escucharse. Y para el narcisismo de la Política Zoom.

El teletrabajo por Zoom o por Skype es el método perfecto para los narcisistas compulsivos que cuando más cómodos se encuentran es mirándose al espejo, porque pueden observarse a sí mismos mientras los demás hablan y fingir que los escuchan. Quién no ha tenido algún jefe así, de esos que en las reuniones solo se prestaban atención a sí mismos. Reunirse a través de una pantalla debe de ser su sueño, por fin les permite verse mientras hablan.

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