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Lo que no va a cambiar tras el coronavirus
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Marta García Aller

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Lo que no va a cambiar tras el coronavirus

Más que transformando la sociedad, tal vez lo que el coronavirus esté consiguiendo es dejar al descubierto sus debilidades

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

Hay muchas cosas que seguimos sin saber sobre el coronavirus que ha puesto 2020 patas arriba. No sabemos exactamente cuándo empezó, ni por qué enferma de forma mucho más grave a unas personas que a otras. Las hay que no experimentan ningún síntoma, mientras otras mueren por covid-19 a los pocos días, también hay personas sanas a las que enferma gravemente sin que sepamos por qué. No solo desconocemos cómo curar esta nueva enfermedad, también cuánto dura la inmunidad de quienes la superan. No sabemos cuántas personas han sido infectadas realmente ni cuántas han muerto por ello. Las cifras oficiales de fallecidos superan los 376.000, pero a estas alturas hemos aprendido lo suficiente de esta pandemia como para sospechar que este cálculo se queda dramáticamente corto.

No sabemos el papel que los niños juegan realmente en la propagación del virus ni cómo hacer la vuelta a los colegios sin que corran peligro, pero también sabemos que dejarlos sin clase tanto tiempo perjudica especialmente a los más vulnerables. Sabemos que alrededor de un tercio de las personas infectadas no tienen síntomas, pero podrían infectar a más gente sin saberlo. Y sabemos que en los colegios los niños que van a la escuela entran en contacto con tres veces más gente que los adultos. Tampoco sabemos cómo hacer para que los más pequeños mantengan la distancia social con sus amigos cuando se reencuentren ni cómo les afectarán tantas restricciones. Sabemos que faltan profesores para garantizar el derecho a la educación con las nuevas normas y que faltan medios para que todos los niños puedan aprender desde casa si hay que volver a encerrarse.

Foto: Enterramientos en un cementerio en Lima, Perú. (Reuters) Opinión
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Tras seis meses ya con este virus mortal entre nosotros, aún no sabemos el tiempo que tendremos que convivir con él. Todo apunta a que será por muchos más meses y que el clima cálido no ha resultado ser ninguna solución mágica. Sabemos que en Latinoamérica el virus está ahora fuera de control como antes lo estuvo en Europa, con la agravante añadida de que allí la pobreza mata mucha más gente.

Sabemos que solo en las residencias de ancianos en España han muerto casi 20.000 personas con covid-19 o con síntomas que eran compatibles con el virus, aunque de momento solo 5.000 aparecen en las estadísticas oficiales. No sabemos cuántos ancianos realmente tenían el coronavirus, porque a la gran mayoría de ellos no solo no se les hizo el test cuando enfermaron, ni siquiera recibieron tratamiento. Sabemos que la Fiscalía está investigando solo en la Comunidad de Madrid más de un centenar de casos por si hubiera responsabilidades penales. Madrid y Cataluña suman la mitad de las personas fallecidas en residencias de ancianos en los últimos tres meses. Aún no sabemos qué medios van a poner las administraciones para evitar que algo así se repita, pero sí que sabemos que los que había no eran en absoluto suficientes.

Más de un centenar de equipos científicos de todo el mundo investigan contrarreloj para encontrar una vacuna y sabemos que es altamente improbable que llegue antes de un año. Pero también sabemos que lograrla en 2021 sería un enorme éxito científico. Nunca antes ha sido posible crear una vacuna en tan poco tiempo. También sabemos que China se ha puesto a construir fábricas para que el país produzca los cientos de millones de dosis necesarios del antídoto sin esperar a que este exista. Aún no está claro cómo Europa planea abastecerse de la vacuna, pero sabemos seguro que España no tiene medios para fabricar las dosis suficientes.

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Lo que sí que sabemos ya es que el distanciamiento social funciona contra este virus, que lavarse a menudo las manos salvará muchas vidas y que reunirse en espacios cerrados es más arriesgado que hacerlo al aire libre. También va quedando claro que era mentira que tuviéramos la mejor sanidad del mundo, como tampoco era cierto que las mascarillas no sirvieran para nada. Disuadirnos de usarlas desde el primer momento fue una torpeza con la que muchos países trataron de ganar algo de tiempo hasta que hubiera abastecimiento. Sabemos que los profesionales sanitarios han estado trabajando desprotegidos y que la falta de personal en los hospitales sigue sin remediarse. No sabemos cuándo va a contratarse a los miles de médicos, celadores y enfermeros que faltan. Muchos de ellos ni siquiera saben si tendrán contrato el mes que viene.

No sé si esto debería sorprendernos, pero algunos de los que criticaban a la OMS por no recomendar antes el uso de las mascarillas siguen ahora saliendo a la calle sin ellas. Las ganas de llevar la contraria a veces pueden a las de tener razón. Aunque haya muchas cosas que todavía desconocemos del virus, a los humanos ya deberíamos tenernos calados.

Así que más que transformando la sociedad, tal vez lo que el coronavirus esté consiguiendo es dejar al descubierto sus debilidades. Las más evidentes, las del sistema sanitario y el educativo. Bajo la luz de la pandemia, son también más visibles que nunca sus carencias, como también las negligencias de los políticos. Es como si el coronavirus los estuviera enfocando con esa iluminación fluorescente que delata las sustancias sospechosas en el lugar del crimen. Y aquí lo que revela es lo pegajosa que resulta la mediocridad en las situaciones más graves. Hay cosas que no cambia ninguna pandemia. Y aunque el coronavirus haya puesto el mundo del revés, parece que las prioridades para remediarlo siguen estando desordenadas.

Hay muchas cosas que seguimos sin saber sobre el coronavirus que ha puesto 2020 patas arriba. No sabemos exactamente cuándo empezó, ni por qué enferma de forma mucho más grave a unas personas que a otras. Las hay que no experimentan ningún síntoma, mientras otras mueren por covid-19 a los pocos días, también hay personas sanas a las que enferma gravemente sin que sepamos por qué. No solo desconocemos cómo curar esta nueva enfermedad, también cuánto dura la inmunidad de quienes la superan. No sabemos cuántas personas han sido infectadas realmente ni cuántas han muerto por ello. Las cifras oficiales de fallecidos superan los 376.000, pero a estas alturas hemos aprendido lo suficiente de esta pandemia como para sospechar que este cálculo se queda dramáticamente corto.

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