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Qué bien les van a venir las mascarillas obligatorias
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Marta García Aller

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Qué bien les van a venir las mascarillas obligatorias

Andar con la cara tapada va a tener otros efectos secundarios que conviene tener en cuenta si podemos pasarnos un año enmascarados

Foto: Boda civil durante el coronavirus. (EFE)
Boda civil durante el coronavirus. (EFE)

Toca ir haciéndose a la idea de que va a ser obligatorio llevar mascarillas durante los próximos meses y hasta que desaparezca la amenaza del coronavirus. Va a ser sin duda útil para contener esta pandemia, pero andar con la cara tapada va a tener otros efectos secundarios que conviene tener en cuenta si podemos pasarnos un año enmascarados.

Tiene ventajas. Para quienes tenemos mala memoria, por ejemplo, ya está resultando conveniente esta nueva excusa cuando, como de costumbre, no reconocemos a quien nos saluda. Antes, en realidad, tampoco. Así que más que un malentendido, salir tapados nos da un cierto respiro a los despistados. También puede ahorrarles a los más coquetos costosas visitas al dentista. Los odontólogos ya se temen que por culpa de las mascarillas decaiga la demanda de los blanqueamientos, igual que se ha desplomado la venta de pintalabios. Otra ventaja es poder ahorrarse los dichosos dos besos de cortesía a los desconocidos que una no quiere que dejen de serlo.

Foto: Pedro Sánchez preside el primer Consejo de Ministros presencial desde la declaración de alarma, este 9 de junio en la Moncloa. (Borja Puig | EFE)

Ir tapados provocará otros equívocos a los que costará más acostumbrarse. Porque con las mascarillas ya no vemos cuando alguien sonríe. Y eso ya es peor. No deja de ser un mecanismo evolutivo con el que estamos acostumbrados a comunicarnos, ya sea en la cola del súper o en la barra del bar. A veces una simple mueca, ahora oculta, es lo que diferencia al borde del educado y al cómplice del empanado. De jugar al mus, ni hablamos. Se le ha dado mucha importancia a que este verano en las discotecas se vaya a prohibir bailar, pero es que cubrirse el rostro también arrebata las sonrisas. Salir de fiesta con mascarilla es una limitación importante a esas horas en que los ojos ya es mejor que no sean espejo de nada.

La mascarilla será también obligatoria en la nueva normalidad

Sin embargo, a los que mejor les pueden venir los tapabocas es a quienes se ganan últimamente la vida disimulando sus bochornos en público. Aún no se ha estudiado su incidencia en la vida política, pero el accesorio sanitario promete ser muy útil ahora que muchos de los cargos públicos que gestionan esta crisis han renunciado a la autocrítica. Tal vez les ayude a esconder cómodamente sus errores igual que la nariz.

Cubrirse el rostro a tiempo lo mismo tapa los colores que pueda sacar una comisión parlamentaria que los de una puerta giratoria. Para escabullirse de un auto judicial que huele mal también puede venir bien. Este martes, el Gobierno celebró su primer Consejo de Ministros con las mascarillas de rigor. No se les veían las sonrisas, pero tampoco los faroles.

Consejo de Ministros presencial y con mascarilla

Con un buen equipo de protección individual puede ser más sencillo disimular la tardanza en activar los protocolos del estado de alarma que podrían haber prevenido los contagios a principios de marzo, cuando se permitieron centenares de eventos masivos, pese a que hay indicios de que el Ministerio de Sanidad tenía ya constancia de la gravedad del brote epidémico. Reconocer que celebrar el 8-M fue un error habría ahorrado este trago, pero han decidido seguir para delante. Taparse les vendrá bien.

Protegerse el rostro es especialmente importante en las distancias cortas. Ya hubiera querido Ábalos haberse podido pertrechar de una buena mascarilla y esta distancia social de la que ha gozado Marlaska tras el escándalo por el cese de Pérez de los Cobos. Hace no tanto que al ministro de Transportes lo acorralaban los periodistas con sus canutazos en los pasillos del Congreso, en pleno escándalo de Delcy Rodríguez, cuando no tenía claro si España empezaba o no en el aeropuerto de Barajas. Ahí las mentiras todavía se decían a cara descubierta aunque salpicaran unas gotitas. Y digo mentiras porque, cuando los ministros dan cuatro versiones de algo, algunas necesariamente lo son.

Foto: Mascarilla de Meryl. (Meryl)

Claro, que no solo al Gobierno le vienen bien las mascarillas. Con ellas, a la oposición se le notarían menos los balbuceos. Y como entrecomillar titubeos es complicado, es mejor escucharlos en la entrevista que Carlos Alsina le hizo a Teodoro García Egea. Si el secretario general del Partido Popular va a seguir insistiendo en que los ciudadanos merecemos saber la verdad de lo que ha pasado y que por eso está a favor de todas las comisiones de investigación, todas menos las que atañen la gestión de los dirigentes de su partido, entonces será mejor que ponga algo que le ayude a disimular. No veía necesario investigar el de Cieza, por más que se le repreguntó, qué ha pasado en las residencias de la Comunidad de Madrid, donde el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso redactó varios protocolos que negaban la hospitalización a miles de ancianos que fallecieron durante la emergencia sanitaria.

El miedo y la ira se perciben sin problemas en los ojos y ceños fruncidos. La alegría, sin embargo, pasa más inadvertida bajo las mascarillas

Cada vez que el Gobierno necesite sacar adelante una ley, también en Ciudadanos van a tener que esconder como buenamente puedan sus contradicciones. No hay mascarilla que tape que en Moncloa andan los de Podemos y la coalición se sirve además de los independentistas. Aunque tal vez esto termine siendo lo de menos. Anda que no van a salir cosas con las que va a ser mejor taparse la nariz en los próximos meses. Lo último en destaparse ha sido la investigación al Rey emérito de la Fiscalía Anticorrupción. Se huele el Supremo que el monarca podría haber cometido delito fiscal después de haber abdicado. Ni siquiera su hijo, Felipe VI, se atrevió ya a mirar para otro lado, como todavía hacen algunos juancarlistas.

El caso es que taparse la mitad inferior de la cara no oculta todos los sentimientos por igual. El miedo y la ira se perciben sin problemas en los ojos y ceños fruncidos. La alegría, sin embargo, pasa más inadvertida bajo las mascarillas. También la vergüenza ajena. Algo es algo.

Toca ir haciéndose a la idea de que va a ser obligatorio llevar mascarillas durante los próximos meses y hasta que desaparezca la amenaza del coronavirus. Va a ser sin duda útil para contener esta pandemia, pero andar con la cara tapada va a tener otros efectos secundarios que conviene tener en cuenta si podemos pasarnos un año enmascarados.

Ministerio de Sanidad